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El Buen Caldo / EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS

Daniel Maldonado

A Enrique Sánchez Gámez

IN MEMORIAM

Morir es retirarse, hacerse a un lado,

ocultarse un momento, estarse quieto,

pasar el aire de una orilla a nado

y estar en todas partes en secreto.

Algo sobre la muerte del mayor Sabines.

Jaime Sabines.

La cercanía de la muerte siempre guarda un manto sombrío de desencanto, pesadumbre y conciencia. La muerte, en nuestra concepción judeocristiana, es un final y un principio, pero ante todo una incógnita. Pienso en la antigua costumbre de los negros de enterrar a sus muertos con un cortejo musical, una caravana festiva en la que la armonía de los instrumentos suple el dolor y lo transforma en una celebración de lo desconocido. También en las coronas fúnebres, una investidura para quien ha llegado a la meta ineludible. O en la forma oriental de vestir el luto con la blancura del vacío luminoso, la pureza.

No me gustan los velorios ni los entierros. La gente triste, los lloriqueos, el cadáver sazonando el desamparo, la memoria recuperada de lo que alguna vez llegó a ser el finado, la hipocresía de sólo rememorar lo bueno como si la humanidad del difunto se inclinara hacia lo positivo olvidando lo que en realidad fue. Al final, la cercanía de la muerte nos restriega lo efímero de nuestra existencia, el ?todo es vanidad? eclesiástico, y nos recuerda que algún día tendremos nuestros propios dolientes. Dolientes, qué palabra, a veces la muerte es un alivio y una liberación, deberíamos agradecer que el dolor de transitar por el rito mortuorio sea pasajero y olvidable, lo inolvidable es la exigencia de valorar la vida y la salud, lugares comunes que no por dejar de repetirlos los tomamos en cuenta. Pienso en la muerte de mi tío Enrique, mi tocayo. Mientras escribo estas líneas la familia de mi madre lo vela y con él se irá todo lo que constituyó el transcurrir de sus días. Gracias a él tuve mis primeros contactos con los libros gracias a su amplia biblioteca, y de algún modo, en esas fabricaciones de lo desconocido en donde nuestros mínimos actos repercuten en distintos niveles que jamás sabremos, se fraguó mi destino. Aún conservo su ejemplar de La Rama Dorada, cargado de anotaciones sobre la relación de magia, deporte y filosofía.

Recuerdo su apodo: Bimbilo, qué sonoro, qué música del cariño, qué comprensión para una persona que un día decidió canjear la cordura por caminatas descamisadas bajo el sol, a veces descalzo, con una toalla al hombro y un mundo esquizofrenético en el interior. Siempre me preguntaré cómo era ese mundo íntimo suyo que supongo cercano a la poesía y a la magia, antes de que él volviera medianamente al juicio empastillado, después de agredir a varios parientes que lo llevaron a transitar por varias casas de la locura. Me dijeron alguna vez que era muy inteligente, que estudiaba derecho y que por inmiscuirse en la política comenzaron a amenazarlo y eso lo llevó a encerrarse en un mundo interior del que salió a un orbe demasiado distinto veinte años después, recuerdo su asombro ante el cambio del entorno y lo desconocido que me pareció al verlo en un uso recuperado de sus facultades mentales. Ahora está muerto.

Algunas muertes a mí me hacen llorar como un infante, las de los seres fabulosos como mi tío al que no conocí lo suficiente, como se desconoce a todos los que se dispersan en los territorios de la muerte. Aunque pensar en ello es un recurso invariable para tratar de atenuar el absurdo desperdicio del vivir. Recuerdo a Jaime Sabines: los árboles esperan, tú no esperes, éste es el tiempo de vivir, el único. De cualquier modo la vida sigue y seguirá, al igual que la muerte, que es sólo una nutrición del retorno a lo que fuimos antes del primer latido. Uno se queda en sus cosas, en los lugares, en el callado secreto de los espejos, en la memoria de la gente marcada por nuestro paso, uno se aloja en lo transitorio y tiene la última revelación en el momento en que se va. Algún día todo retornará al silencio, todo lo devorará el olvido, incluso a la humanidad.

Descanse en paz. Tío Bimbilo. Reciba este leve homenaje.

R.I.P.A.

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