Comparto unos textos escritos para la mujer amada:
Ella perdura en todo lo que se habita
y una flama la posee e incinera con fricción de monte y cielo
la labor del fuego en su placer sin prisa.
Ella es un edificio que desnuda sus ventanas
mientras los elevadores le recorren
ardorosos la columna
para que un ojo entero irradie anaranjado
en el mosaico de las mieles que se lleva el agua
Viaja
Ella
con dos piernas para caminar el mundo que circula por las venas
en un lapso de escaleras y canelas nutritivas
con el aire templado por esencias
para circular a media bruma entre vapores que sudan la maleza.
Ella viene la piel manchada como las hembras que a su paso
son sombra de selva y cacería latente
mirada que ase con la garra
un asalto de mordida y saliva
sangre y precipicio en alimento.
Ella tiene la fuga elemental
el girar de los astros dispuestos a las gravedades rotas
ella es sólida como la textura de algunos templos, jardines, lagos, delicias
lugares que se visitan
cuando se vierte el universo en su latido
cuando palpita respirando
inenarrable y dada.
Ella es siete veces pronunciada
como los bordes que afilan la gracia del suicidio.
Sueño tu carne decidida y vasta
con tus labios discretos manantiales de delicia.
Sueño en tu miel el salado sabor de los volcanes
el gusto de los lagos que manan de la dicha
un agua íntegra y renovada
de una cueva donde la luz liquida el apetito.
Sueño tus besos en mi pilar almendrado
entre tus labios se yergue otra nuez precisa
que acometes con rabia
voraz y desbocada
con deleite de niña que nutre su futuro.
Sueño en el encierro que atardeció en la cama
en los fríos azulejos del vapor del baño que lavó la semilla de la dicha.
Sueño en tu piel su forma su llamado
el portentoso grito al cabalgar el arado.
Después de la victoria y las columnas
cuando se ha predicado la desdicha en la tierra de los afligidos
mientras se soba uno los pies por tanta gloria ufana desecada en terrón en cada paso
festín del desconocimiento del camino
cuando se han suscitado todas las epifanías
sólo queda tu cuerpo
su presencia, tus sentidos
oasis fiesta luminosa.
Los aretes frutales que te cuelgan en racimos desde el lobo que prendes en tu oreja.
Tus gestos migrando en el festín de la supervivencia
convocando maravillas.
Mar turquesa
tiende amor su velamen castigado
y afronta el ceño de la mar tonante.
Leopoldo Marechal.
Navegamos en el agua solar, en el mar del aroma, en el arrojo arduo que desliza un navío cargado de fortuna. Capitán en el regazo de la aurora, ordeno guardias borrascosas, sotaventos que ciñan con deleite las pasiones en la hora de la gracia. La luz siembra en las velas del carguero los reflejos de un destino favorable: la salud en el transcurso por los días que agravaron el sosiego y el deleite. ¿Qué transporta la nave lacerante sobre la espalda del agua del destino? ¿Qué pasión ha de lanzarse por la borda hacía el buceo por las perlas que aguardaban una pesca de sales infinitas? Navegamos fluyendo sobre besos, en los labios que labraban sobre el agua sus sonidos, navegamos en los ojos salvamentos de la herida, dirigidos a empaparse del oleaje que asestaba su ritmo encubierto. Las mareas nos desnudan las palabras que el aroma clarifica, en los ojos se repite, se eterniza, el cabotaje por tormentas donde la fragancia indica el astro labio que reincide en temporales de deleite. Navegamos desnudos de artificios donde la luz transita la desnudez marina. Mar turquesa el de tu aroma, mar de encierro entre los golfos, los perfumes que dirigen el océano que cobija el manar en los latidos.
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