En Oaxaca se consolidó la forma autoritaria en el ejercicio del poder que representa una abierta amenaza al estado de derecho, a la democracia y a la paz social; por eso Oaxaca no es un problema local, es un problema de envergadura nacional e internacional.
Yésica Sánchez Maya,
representante de la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos A. C.
Es ineludible hablar de Oaxaca. La situación en ese estado es un reflejo del desencanto nacional y de las situaciones sociopolíticas que llevan a la revuelta de la población. Los antecedentes del conflicto nos hablan del cacicazgo del anterior gobernador José Murat, de un fraude electoral concerniente a la elección de su sucesor Ulises Ruiz (operador político de Roberto Madrazo) en donde a pesar de que se demostró que hubo fraude, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) se negó a anular los comicios y se desecharon los 330 recursos de prueba, fue un caso muy similar al dictamen que hizo sobre la reciente elección presidencial; antecedentes que hablan de represalias contra grupos sociales y medios independientes; de inconformidades de grupos indígenas y del magisterio; de la miseria y el olvido del pueblo: nada distinto de lo que sucede en el resto de la República. Es curioso cómo la situación oaxaqueña no tomó las principales planas hasta la incursión de la Policía Federal Preventiva en la capital del estado, situación que demuestra las complicidades del duopolio Televisa- Tv Azteca quienes transmiten en horario estelar los testimonios de apoyo al gobernador Ruiz y a la entrada de la PFP. El conflicto es un reflejo del desencanto y la miseria, del hartazgo por tener que soportar los embates de un Gobierno arbitrario y represor. Pero sobre todo, es un gran tasador de las complicidades entre gobernadores estatales y federales y entre los partidos PRI y PAN. Dentro de nuestra percepción norteña, el problema en Oaxaca parece lejano, más identificado con las antiquísimas problemáticas del sur. No nos damos cuenta que vivimos en situaciones latentes de pobreza, desigualdad y esclavitud velada y abierta. Lo que sucede en Oaxaca desmiente la chachalaqueada democracia y el estado de derecho en los que insisten nuestros gobernantes. Los beneficios para unos cuantos y la pobreza de muchos si bien no se notan con crudeza en el norte del país, sí están presentes. Basta ver los sueldos que las franquicias pagan a sus colaboradores, quienes ni siquiera pueden ser denominados como empleados, pero que son recibidos por una sonrisa y la frase aquí trabajan los mejores, al llegar a su trabajo; basta observar las flotillas de limpiacarros que inundan las esquinas, las largas filas de desempleados y los cinturones de pobreza en la periferia de la ciudad; las jornadas esclavizantes en fábricas y maquilas y la poco denunciada explotación de campesinos. Pero la sociedad permanece dividida y apática. Tenemos en el país al tercer hombre más rico del mundo cuando más del 70 por ciento de la población vive en la miseria. Tenemos la abierta complicidad de senadores y empresarios como en el caso de Emilio Gamboa, Kamel Nassif y el ?gober precioso? Mario Marín, y ninguna acción de justicia se ejecuta con el pretexto que la forma en la que se consiguieron los elementos para la denuncia es ilegal; tenemos un presidente electo espurio y fallas enormes en la impartición de justicia. Tras la entrada de la PFP a Oaxaca, al Gobierno Federal le urge la solución o un cese a los enfrentamientos. Como en toda revuelta social, la población se ve afectada. Pero la población no entiende que hay sacrificios en beneficio de la mayoría, que un conflicto de tal relevancia tiene implicaciones de violencia, que para fincar la paz se necesita, cuando el diálogo no funciona, recurrir a la lucha armada. Se ha intentado satanizar a la Asamblea Popular del Pueblo Oaxaqueño, quien, se dice, ha incurrido en excesos. Pero cuando la sociedad se ve martirizada por las desigualdades, cuando el pueblo acepta que su situación natural es la pobreza, cuando se agacha la cabeza y se toleran los fraudes, las complicidades de los poderosos, los desfalcos y la miseria, entonces es cuando se transforman en ineludibles las protestas. La ingobernabilidad de Oaxaca es un ejemplo de los excesos intolerables del poder, de las implicaciones de los medios en la formación de pareceres, de cómo se manifiesta el cansancio de una sociedad abusada. Si la caída de Ulises Ruiz, sea por renuncia o por la petición de licencia, se hace efectiva, se habrá conseguido demostrar a los poderosos que el pueblo no es la simple yunta sin conciencia que dirigen, que su poder es finito y que la unión del pueblo logra la transformación institucional, como obligarán las condiciones si el gobernador oaxaqueño sale del estado que sólo gobierna en su imaginación.
NOTA: En relación al cobro de los eventos del Festival Artístico: el evento del tenor Ramón Vargas en Saltillo fue totalmente gratuito. El cantante vino pagado por el Icocult, estuvo acompañado por una orquesta local totalmente subsidiada por el estado (10,000,000 anuales) y se presentó en un teatro subsidiado por el estado (400,000 mensuales), aun así hubo tarifas de hasta $1000.00 por persona. En Torreón la cultura no es para todos.
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