¡Mira nada más qué tiradero! Ésas eran las primeras palabras que pronunciaba mi mamá cuando llegaba a casa tras alguna breve ausencia y lo que sus ojos miraban era el resultado de una tarde de juegos entre mis hermanos y yo. Eso mismo digo ahora que regreso de vacaciones: ¡Mira nada más qué tiradero!
La casa común luce peor que hace 15 días. Y mis amistades, que presumen de informadas, afirman que se pondrá peor. Por desgracia todo indica que tienen razón.
Las posiciones se radicalizan, los discursos se encienden, la pasión gana terreno. Y la cordura, la razón y la sensatez brillan por su ausencia. Parece que se fueron de vacaciones, pero por más que inquiero nadie me sabe informar más o menos para cuándo pretenden volver.
Insistir en el voto por voto, casilla por casilla, me parece una necedad. Calificar a los magistrados del máximo tribunal en materia electoral como jueces de barandilla, me parece un insulto. Decir que las elecciones fueron un fraude, me parece absurdo. Y las voces que amenazan con que si no hay recuento voto por voto habrá revolución me parecen temerarias, insensatas e irresponsables.
En general el rumbo que ha tomado el conflicto poselectoral nos lleva a un callejón. Nada de lo que diga o haga el Tribuna Electoral -que, habría que recordarlo, es la última palabra en la materia- tendrá validez alguna para el Partido de la Revolución Democrática porque lo han descalificado de cuerpo entero. Ni siquiera el recuento voto por voto, casilla por casilla sería suficiente para que la cordura permitiera sentarnos a la mesa en un ambiente de cordialidad y respeto. En el fondo, nada que no sea el triunfo de Andrés Manuel López Obrador será aceptado por él y sus seguidores.
Estamos entrampados entonces. Pero lo peor es que parece que no hay marcha atrás. Andrés Manuel López Obrador ya no puede dar marcha atrás ni en su discurso cada vez más incendiario, ni en su versión del proceso electoral, ni en las descalificaciones a la autoridad electoral, ni en su negativa a aceptar las reglas establecidas, ni en su actitud mesiánica.
No puede dar marcha atrás sin deconstruir el mito que él y sus seguidores han creado de sí mismo y de su lucha.
Ya no es sólo el luchador social. Ya no es sólo el hombre con un discurso esperanzador para millones de pobres. Ya no es sólo el hombre con programas sociales bajo el brazo para apoyar a las personas adultas mayores. Ya no es, tampoco, sólo el hombre que acabará con la corrupción y la impunidad. Ya no es sólo el hombre que acabará con la delincuencia de nuestro país. Ya no. Ahora es, asimismo, el hombre que cambiará a las instituciones para entregarnos una verdadera democracia, cualquier cosa que sea lo que esto le signifique.
Entonces, la esencia original de su lucha, la que se refería a una mayor y mejor distribución de la riqueza, se desdibuja, se pierde, pasa a un segundo término. Crece, en cambio, el mito, la imagen del rayo de esperanza, el mesías.
En esa lógica es impensable, inimaginable, la mera posibilidad de haber perdido las elecciones. En esa lógica, las causas buenas y nobles que defendía son aval suficiente para tomar el poder. En esa lógica él encarna el bien y su opositor el mal. Y? el bien siempre triunfa, ¿qué no?
Y así como López Obrador nunca escuchó las voces que señalaban que las elecciones se ganan con estrategia y no con buenas causas, así tampoco oye que las causas que defendía se pueden ir al caño si insiste en colocarse al margen de la ley. Y, paradójicamente, le da la razón a sus opositores que insistieron en que era un peligro para México.
Yo de entrada lamento el rumbo que está tomando el conflicto, pero quizá lamento más que a las buenas causas, a las causas que legítimamente defendía López Obrador le esté ganando la creación del mito.
De seguir las cosas como van poco a poco iremos entrando en un callejón donde la política tiene cada vez menos margen de acción. Las leyes corren en un carril. La política en otro. Y las fuerzas sociales ahora están corriendo en un tercer carril que por el momento no se entrecruzan ni con uno ni con otro.
El problema es que entrar en ese callejón, por supuesto, es siempre peligroso. Peligroso en un país con tantas carencias. Peligroso en una nación con tantas y tan profundas divisiones. Peligroso en un territorio con tantas deudas por pagar con sus habitantes. Peligroso en un México tan copado por el crimen organizado. Peligroso en un país con una clase política en general tan corta de miras y tan mezquina. Peligroso en una patria tan poco acostumbrada a respetar la ley. Peligroso en una democracia tan en ciernes.
Con este tiradero, ¿habrá manera de evitar entrar en ese callejón?
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com