En este segundo periodo sufre el PRI un primer susto pues enfrenta una crisis que amenaza su carácter hegemónico: las elecciones presidenciales de 1988 fueron y siguen siendo muy cuestionadas pues se dieron bajo la sospecha del fraude.
Con motivo de nuestro artículo anterior recibimos algunos mensajes electrónicos de personas que nos distinguen con su lectura, señalándonos como defensores del PRI o como partidarios del PAN. No somos ni una ni otra cosa; del PRI hemos mencionado en diversas ocasiones y de diferentes modos sus defectos y los errores que lo han hundido y con el PAN definitivamente no tenemos coincidencia ideológica. Simplemente hacemos referencia a hechos reales registrados por la historia. Y eso haremos en esta colaboración. De cualquier manera agradecemos la gentileza de sus comentarios.
Un largo camino ha transitado México en la búsqueda y consolidación de su democracia. Cuatro etapas podemos destacar en la historia política de nuestro país. La primera inicia en 1929 con la fundación del Partido Nacional Revolucionario, inspiración y obra de Calles, que construye con la integración de las fuerzas partidistas regionales que había en el país, un partido invencible y con un rol central en la vida electoral mexicana durante un prolongado periodo de su historia, anulando prácticamente los espacios para otras expresiones políticas. En 1938, ya bajo el régimen cardenista, el partido fortalece su carácter hegemónico, pues el general michoacano amplía el presidencialismo y más tarde, el PRI va a equilibrar la estructura sectorial y la territorial con un diseño de representación y participación que se mantiene hasta 1963.
La segunda etapa comienza con las reformas electorales que introducen la figura de diputados de partido en 1963, impulsadas por Adolfo López Mateos y consolidadas por Gustavo Díaz Ordaz años más tarde. En 1977, José López López Portillo alienta una reforma para reconocer a los partidos políticos el carácter de entidades de interés público, instituyéndose el sistema mixto de representación política mayoritaria con el de representación proporcional. Fue una etapa que empujó hacia el pluralismo, porque propició a los partidos políticos facilidades y mejores condiciones para acceder al Congreso federal y paralelamente, se registró un fenómeno de mayor participación opositora en los gobiernos municipales.
En este segundo periodo sufre el PRI un primer susto pues enfrenta una crisis que amenaza su carácter hegemónico: las elecciones presidenciales de 1988 fueron y siguen siendo muy cuestionadas pues se dieron bajo la sospecha del fraude.
Simultáneamente, ¿y por coincidencia?, en 1989 el PAN obtiene su primer triunfo electoral en una entidad federativa y se estructura un sistema de partidos con tres principales fuerzas políticas y otras minoritarias, que eventualmente participan y buscan la permanencia mediante su registro.
La tercera etapa se caracteriza por un intenso periodo de reformas electorales cuyo propósito es hacer la competencia política más justa y equitativa, etapa que arranca en 1990 pasando por 1993, 1994 y llega hasta 1996 durante los gobiernos de Salinas y de Zedillo. De 1990 a 1996, se transforma totalmente el panorama electoral de México, consolidando su vocación democrática.
Así llegamos a la cuarta etapa: las elecciones de 2000 y 2006, en las que el Partido Revolucionario Institucional es desplazado de la Presidencia de la República, estando pendiente la decisión final del Tribunal Electoral en el caso de esta última, pero en ambos procesos la lucha se dio en un marco de igualdad para todos los actores y participantes y lo que hay que destacar es que el PRI impulsó una reforma fundamental para otorgar certidumbre y confianza en las elecciones pensando más en México que en el poder por el poder mismo.
Probablemente no haya sido el único actor, pero sí el que llevó el rol principal. ¿Está usted de acuerdo?
r_munozdeleon@yahoo.com.mx
