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El cardenal de Reichelieu

Gilberto Serna

De las escenas que trasmitieron los medios electrónicos sobre la trifulca que protagonizaron policías y vecinos del poblado de San Salvador Atenco hubo varias que llamaron poderosamente la atención, haciéndose dignas de comentar. Se ve y se oye como dos mujeres, con la voz trémula, de una raza asediada desde siempre, invitan a un camarógrafo y a un reportero de televisión a que se retiren de un puente peatonal, en cuya parte superior se encontraban, mientras abajo volaban las piedras y se escuchaban las maldiciones de quienes las arrojaban contra policías pertrechados con casquetes, escudos y toletes que pretendían hacer valer su autoridad, disparando contra la multitud granadas de gases lacrimógenos, esparciendo nubes que cortaban el aliento y producían escozor en los ojos. Mujeres del pueblo dedicadas acertada o equivocadamente a defender sus espacios. Me hicieron recordar a las indígenas que siguieron al cura Hidalgo en su travesía hacia la Ciudad de México. Tuve así mismo la visión de las soldaderas que acompañaban a sus hombres con el rebozo terciado en los campos de batalla. Eran madres que van a ser festejadas el día de mañana. En ese momento cumplían una peligrosa misión con ribetes paramilitares, estando conscientes de que sus esfuerzos podrían ser severamente reprimidos. Como a la sazón aconteció.

Un ser humano tirado en la calle era golpeado con saña por un grupo de lugareños, que luego lo arrastraban estirándolo de las piernas. Niños con piedras en las manos. Jóvenes que portaban botellas de cuyo gollete sobresalía un trozo de tela cuya mitad estaba sumergida en gasolina, de las popularmente llamadas bombas Molotov, que al ser lanzadas y golpear estallan en una llamarada. Si se le agrega arena o azúcar se adhieren a la piel en la que causan una dolorosa quemadura difícil de sofocar. En algunos casos se le echan clavos que al explotar el combustible son expulsados violentamente pudiendo herir gravemente a las personas que se encuentren cerca. En las que vi que cayeron entre los policías no advertí que trajeran algo más que líquido, lanzando un limpio fogonazo que chisporroteaba unos metros para luego apagarse. En tanto los policías seguían disparando sus granadas que hacían correr a los que les hacían frente. A cuanto rebelde cogían los uniformados le daban una tremenda paliza y ya sangrando lo subían violentamente en la parte trasera de un vehículo. Qué derechos humanos ni que ocho cuartos, la guerra era sin dar ni pedir cuartel. De uno y otro bando hicieron gala de un salvajismo que me dejó pensando en qué vendrá después.

No se puede saber lo que realmente dio lugar al evento. Las versiones son encontradas, por lo que sólo podemos deducirlo de los hechos a nuestro alcance. Dejemos primero en claro que si las autoridades no intervienen en una trifulca para reestablecer el orden social, la sociedad reprueba su actitud blandengue criticando que no se haya actuado con mano dura. Si la Policía participa repartiendo macanazos, patadas y puñetes de inmediato se alzan voces de que hubo un abuso de autoridad con actitud evidentemente represiva. El resultado del enfrentamiento fue de un joven muerto, varias decenas de heridos entre residentes y elementos policiacos, unos cincuenta de los detenidos con lesiones graves, autos incendiados y pudo haber más en hechos donde se perdió la medida de hasta dónde se podía o era necesario llegar. La gente en la calle se pregunta ¿qué hay detrás de la fogosidad con la que ahora se persigue lo que antes se permitió? ¿qué está sucediendo? Hay quienes ven que el Gobierno le está dando a su anterior actitud seráfica un giro de 180 grados. Ayer, la consigna era evitar conflictos a cualquier costo.

En adelante, cabe pensar, se acabarán las complacencias. Dígalo si no lo que ocurrió en la empresa minera Sicartsa y en San Salvador Atenco. Si dicen que para muestra basta un botón, aquí les damos dos. No sólo se obró drásticamente si no que además se hizo con brutal dureza, manejándose la idea, como en los mejores tiempos de la era priista, de que había que aplastar a sangre y fuego una conspiración dirigida al derrocamiento del Gobierno. ¿Estaremos retrocediendo a la época en que estuvo vigente el Artículo 45 del Código Penal Federal? Lo que se dice es que en momentos en que está por resolverse quién se queda con la Presidencia, los jerarcas que están detrás del presidente ven con pesadumbre como su candidato estaba siendo dejado a la deriva por lo que se decidieron a intervenir para corregir lo que se ha estado haciendo mal. Era necesario que el mando recayese en otras manos que rescatasen la maniobrabilidad del Gobierno. Si hacemos caso a lo que se murmura en los pasillos del Palacio Nacional el poder se ha ido desplazando hacia Bucareli, donde despacha un digno émulo del cardenal de Richelieu (1585-1642) sagaz y tenebroso político, ministro de Francia en el periodo de Luis XIII, desplegando una habilidad y una paciencia infinitas, al proceder a ordenar un cambio de estrategias. Su parecido físico es asombroso. En fin, los intereses que están juego, al parecer, no permiten que se deje el resultado en manos de la democracia pues es una señora que no les garantiza que puedan conservar sus privilegios.

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