He leído en diversas ocasiones, desde hace muchos años, de abusos sexuales atribuidos a hombres que no respetaron sus votos de castidad. Peor aún, se les ha acusado de involucrar a menores en perniciosas prácticas. Ahora sale a la luz pública que el fundador de la orden los Legionarios de Cristo en nuestro país fue suspendido a divinis por el Vaticano, específicamente por la Congregación para la Doctrina de la Fe, antiguamente la Santa Inquisición. Lo imposibilita, para oír confesiones, absolver, oficiar misa, predicar, ocupar cualquier cargo de gobierno dentro de la Iglesia, dentro de su orden religiosa e incluso de impartir los sacramentos, de acuerdo con el Código de Derecho Canónico. No sé, por qué la resolución no lo dice, si el sacerdote es culpable o inocente de los grave cargos que se hacen en su contra. Lo interesante es que al padre no se le ha seguido un proceso en los términos del derecho canónico. No ha sido condenado ni absuelto. Tan sólo se le hace la sugerencia de que se abstenga de ejercer su ministerio y se dedique a una vida reservada de oración y penitencia; lo que ya hacía dados sus 86 años de edad.
Los hechos en detalle los ignoro, es más, no quiero conocerlos. Lo sobresaliente es que en otros casos ocurridos en la Casa de Dios han aparecido casos semejantes en el mundo que me han hecho pensar en que el eterno enemigo, el señor de las tinieblas, busca la caída del ser humano apostando a la perdición de su alma inmortal. Qué mejor para ese objetivo que empezar con las personas cuya vocación los ha llevado a tomar los hábitos eclesiásticos. Su corrupción es necesaria para ejemplificar que tiene el poder suficiente para perder al ser humano, tanto que lo usa para hundir en el fango los principios que sustenta una institución milenaria. Qué esperamos los simples laicos de tal acontecer que carecemos de las virtudes teológicas de los hombres que han entregado su vida al servicio apostólico del Señor. Esa es la teoría en que se funda la actitud del Ángel del Mal para buscar la caída de los hombres.
Pero ¿qué o quiénes son los demonios? Sin duda el principal exponente es el diablo la que hace que pongamos cuidado en lo que hacemos. Las tentaciones están a la orden del día. Estamos entrando en la era de las confusiones. El diablo es el mentiroso más grande que haya existido en la historia de la humanidad. Tiene muchos nombres que le han dado los hombres en las distintas épocas. Así identifica a Asmodeo, Satanás, Beliat, Lucifer, Luzbel, Belcebú, Mefistófeles, Satán, Mefisto, Demontre, Pedro Botero y Ángel del Mal, entre otros.
Es tal su astucia que logra que los males que azotan a los hombres se atribuya a sus tendencias al pecado, a sus depravaciones morales y a sus perversidades. El diablo puede instalarse donde encuentre poca o nula resistencia Los niños en su inocencia son los preferidos. La Santa Iglesia ha encontrado que la manera de luchar contra los demonios es exorcizando a aquellos que dan muestras de haber sido poseídos. En la santa Biblia se narra el caso del endemoniado que dijo llamarse legión, por que eran muchos. A los que Jesús ordena abandonaran el cuerpo de su víctima y entraran en una piara que luego se lanza despavorida al mar por un acantilado.
Pero en nuestros tiempos ¿dónde encontramos al diablo? Creo que los podemos hallar en los mismos hombres sobretodo en los que figuran como guías espirituales o en líderes de naciones. A estos últimos los llena de un espíritu destructor y malévolo. No esta en mi ánimo considerar que el hombre pío no es responsable de su maldad, por que sea el Malo el que se apodera de su voluntad. El Papa Benedicto XVI concedió, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe una entrevista, de la que se hizo un libro que se titula Informe sobre la Fe, afirmando que los evangelistas se refieren al diablo no como una figura simbólica sino convencidos que se trata de una potencia concreta. ¿Es esto correcto? ¿Está el Príncipe de las Tinieblas agazapado, en estos tiempos, detrás de los antros, el narcotráfico, la violencia, la ira social, el alcohol, atizando a la par la sexualidad de los jóvenes y de los viejos?, la caída de un sacerdote en las garras de la lubricidad, la lujuria, la libídine, el erotismo y la incontinencia ¿no será el eterno dilema de la la lucha entre el bien y el mal que aqueja a la humanidad? Suponiendo que sea culpable, imaginemos los remordimientos que corroen su alma y que seguramente no lo han dejado dormir en paz un solo día. ¿No será más digno de compasión, que de condena?