Desde la época prehispánica, el Huizachtécatl fue escenario de diversas ceremonias festivas y ahora, con variantes, esa tradición continúa.
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México.- El Cerro de la Estrella o Huizachtécatl, como otras elevaciones capitalinas, fue un santuario sofisticado con templos, palacios, acueductos, jardines y relieves, con ambientes paradisiacos que servían para el culto y la contemplación.
La investigadora Ana María Velasco Lozano añadió que desde la época prehispánica, el Huizachtécatl fue escenario de diversas ceremonias festivas y ahora, con variantes, esa tradición continúa.
Velasco habló al participar en el subtema "Las grandes fiestas religiosas", del ciclo de conferencias que se llevan a cabo en elauditorio del Centro Cultural Isidro Fabela.
Indicó que en la cumbre del cerro se localiza un basamento piramidal y una plaza, asociado a una terraza al oeste; fue usado ritualmente en diferentes épocas del periodo llamado Posclásico y modificado varias veces, componiéndose de un total de cuatro o hasta cinco sobreposiciones estructurales.
Puntualizó que probablemente el cerro fue habitado por los primeros hombres que llegaron a la Cuenca de México en su búsqueda por lugares de cobijo y alimento.
Arqueológicamente, añadió, se han localizado asentamientos desde el Preclásico superior, Clásico temprano y Epiclásico y, por supuesto, todas las etapas del Posclásico.
En su trabajo denominado "Fiestas en el Huizachtépetl", recordó que al imponerse el Cristianismo, las prácticas abiertas fueron adoptadas por los indígenas como ciertas ceremonias, procesiones e imágenes de santos, algunas de ellas incluso, con cierta analogía a las que se efectuaban antes de la Conquista, entre como la confesión y la comunión.
La diferencia es que mientras los santos son considerados por la Iglesia Católica intermediarios del hombre ante Dios, los indígenas, los perciben como divinidades separadas, dependientes de Dios, pero con poderes propios, acotó.
Aclaró que el cerro sigue siendo motivo de ritos, pero no católicos; no participan las organizaciones de los pueblos tradicionales, sino otros grupos como danzantes aztecas, concheros, sociedades de taxistas, etcétera; aunque en éstos hay gente que pertenece a los barrios y algunos provienen de otros lados.
No pudo dejar de referirse a la celebración de Semana Santa, en donde varias sociedades participan de forma dinámica en el Vía Crucis. Desde hace más de 150 años sólo toman parte las personas nativas de los ocho barrios de Iztapalapa.
En el milenario Cerro de la Estrella, cuya altura sobre la actual Ciudad de México es de sólo 225 metros, se han registrado 144 formaciones de grupos cavernarios, de las cuales algunas muestran restos de estuco, al ser usadas como habitación y para efectuar ceremonias, precisó la investigadora.
Subrayó que se han detectado 185 petroglifos distribuidos en 46 rocas; en la cumbre hay un santuario importante dedicado, en tiempos de la hegemonía mexica, a las deidades acuáticas; sin embargo, fue un sitio señalado para efectuar una de las ceremonias más importantes: la del Fuego Nuevo o Xiuhmolpilli.
Esta ceremonia servía para que el mundo siguiera su curso, ya que cada 52 años se suponía podría acabarse una era, además de ser un símbolo del mito de los soles.
Así que los mexicas no escogieron cualquier cerro para celebrarla, sino uno que debería haber tenido una gran tradición creada por los grupos sociales que les antecedieron, como teotihuacanos, toltecas y culhuas, entre otros.
Para esta magna celebración Montecuhzoma II lo utilizó con fines más políticos que religiosos, para celebrar el que sería el último Fuego Nuevo en 1507, el octavo desde que los azteca-mexica salieron de Aztlán.
La ceremonia, entre otras cosas, también servía para certificar y mostrar su poderío ante todos los pueblos de la comarca que participaban en el ritual, ya que en los mexicas, como cabeza de la Triple Alianza, recaía la responsabilidad de la continuación del mundo.
En su momento, en el Cerro de la Estrella había manantiales, y según la historia oral, algunos fueron de aguas termales. Los últimos estudios arqueológicos y de prospección del cerro señalan otros templos erigidos antes de la llegada de los mexicas, así como canales, terrazas y plataformas, tanto habitacionales como agrícolas de diferentes épocas.
Incluso poseyó un jardín, el cuál maravilló a los españoles cuando pernoctaron en Itztapalapa rumbo a Tenochtitlan.
Al respecto, Bernal Díaz del Castillo escribió: "La huerta era como cosa jamás soñada, con su diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía; con sus andenes llenos de flores y muchos frutales de la tierra, había una gran alberca, muy cuadrada, y detrás de ella arboledas y hierbas olorosas... y dentro de la alberca mucho pescado y aves como lavancos, cercetas y todo género de aves del agua".
Pero lo que más les sorprendió "fue el canal que la comunicaba hacia la laguna y que servía de entrada a grandes canoas".
Es por ello que el Cerro de la Estrella es en fin, un paisaje que refleja las obras del hombre y su transformación cultural a través del tiempo, subrayó Ana María Velasco Lozano.