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El cínico

Gilberto Serna

Al decir que alguien actúa con cinismo, estará refiriendo que tiene el atrevimiento de defender acciones vituperables. Es una filosofía perteneciente a la escuela socrática que se aplica al impúdico, descarado y procaz. Se dice de aquel que miente con gran desvergüenza. Es decir, no todo el que es falaz es un cínico sino que se requiere que lo que diga sea tan absurdo que no le importe, con tal de sostener como una verdad su insolencia, aun con riesgo de caer en los terrenos de la mofa. Es tan claro lo que niega el mendaz que la intención no puede ser otra que burlarse de los demás. Desde tiempos antiguos se dice que negar lo que está a la vista de todos es querer tapar el sol con un dedo. Si se tiene la desfachatez de acudir a los medios para apuntalar como cierto lo que los hechos demuestran que es mentira, acusa sin duda un grado de indecencia que no tiene límites y una perversidad que lo convierte en un peligro social.

Hay quienes dicen a todo acusado debe dársele el beneficio de la duda. En este caso no cabe la hesitación pues su alegato tiene como eje central el aseverar que nunca sostuvo una conversación como la que aparece en la grabación reproducida por escrito y leída por todos los que en este país tienen cuando menos un gramo de cerebro, sosteniendo contra viento y marea, que la voz que ahí se oye no es la suya. Lo contundente de la prueba, no obstante haber sido obtenida ilegalmente en una incursión clandestina, puede ser que no constituya un elemento de convicción para que un juez pudiera fundar una decisión, pero basta para que la opinión pública lo condene y, en su caso, lo declare culpable. No hay tribunal más justo ni más severo. El muy cínico ha llegado en su audacia a manifestar, ante los medios, estar dispuesto a someterse a un detector de mentiras a sabiendas de que no lo va a hacer ni nadie podrá obligarlo. Lo imperativo es que era hora de que hubiera presentado su dimisión escrita, si es que no lo ha hecho ya, con lo que ayudaría al partido político al que pertenece a aminorar los efectos del alboroto causado.

Nadie, excepto la prensa, ha pedido su renuncia. Los demás sectores permanecen en silencio cual si de pronto se hubieran olvidado de que uno de los problemas más graves que azotan este país es la corrupción. Lo único que explicaría tal indolencia es el que se ha imbuido la certeza de que al hacerse del conocimiento público el coloquio grabado no se perseguía mandar a la cárcel al autor de la infamia sino que la infidencia tenía incontestables fines políticos. Ese es el mal de este país. No hay antecedentes de que un gobernador haya parado en una prisión por actos cometidos durante el desempeño de su encargo. Si algún alto funcionario de la Federación, los gobernadores lo son, es puesto tras las rejas se deberá más a una venganza política que a un deseo de hacer prevalecer el Estado de Derecho o de reestablecer el orden jurídico. Lo que concluyo es que en este caso se tiene la certidumbre que no había en los escuchas furtivos el mínimo interés en que se impusiera el imperio de la justicia, sino solamente ensuciar de rebote las aspiraciones de un candidato a la Presidencia de la República.

Es posible que bajo la presión de los medios el gobernador se vaya a su casa. Debería saber que mientras más dure en su puesto mayores daños provocará al candidato de su partido. En eso confían los que sacaron a la luz pública el palique de tan tenebrosos personajes. Las multitudes de acarreados, el culpar a fuerzas malignas, la soberbia de sáquenme si pueden, la complicidad de los poderosos, tarde o temprano, pondrá al pueblo al borde del paroxismo. Esto no debe quedar en la impunidad. Por principio de cuentas quítesele el fuero mediante el procedimiento que establece la Ley, sacándolo del cargo y abriendo una averiguación penal, internándolo, en su oportu ... un momento, ¿qué estoy escribiendo? no, no debo seguir elucubrando, ¿qué me pasa?, ¿estoy perdiendo la cordura?, ¿acaso sueño despierto?, ¿Alicia en el País de las Maravillas? Eso de removerlo de su cargo sucedería en un país serio, no en el nuestro donde lo único real y verdadero, dice un querido amigo, es la lucha libre. No en política donde todos se tapan con la misma cobija. ¿Estaremos resignados a sólo sentarnos frente al televisor para escuchar la sátira con la que comediantes hacen escarnio de quienes protagonizaron lo que ahora es un escándalo? ¿Qué esperan las autoridades federales para atraer el caso?

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