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El ciudadano incómodo

Jorge Zepeda Patterson

Han sido tantos los vuelcos en la delantera en la carrera presidencial, que bien a bien, nadie puede saber quién va a ganar las elecciones el dos de julio. Pero sí sabemos con toda certeza quién va a perder: los políticos. O mejor dicho, la sociedad mexicana.

El problema es que todos estos vuelcos se han dado a partir de las malas noticias y no de las buenas. Calderón desplazó en abril a López Obrador luego del escándalo de las “chachalacas” y los anuncios negativos del PAN. Ahora en junio López Obrador ha retomado la delantera gracias al aquelarre que ha desencadenado el caso del cuñado incómodo, Diego Zavala. En los últimos días El PAN quiere retomar el liderazgo mediante un bombardeo de spots que dejan mal parado a su rival. El PRD está respondiendo con balas igualmente venenosas. Los dos bandos han descubierto que el vituperio y el escándalo ofrecen los mejores dividendos y con efecto inmediato. En tales circunstancias y considerando el empate técnico en el que se encuentran, me temo que ganará simplemente el que se encuentre en la delantera justo el dos julio; es decir, el que capitalice de mejor manera un escándalo en contra de su rival tres o cuatro días antes de la elección.

Los cambios de líder que se han dado en estos últimos dos meses obedecen pues a las peores razones. Como dos corredores que se acercan a la meta alternándose en la punta gracias a que el que va a la zaga jala el uniforme de su rival; y a su vez, el desplazado repite la maniobra metros más adelante.

Los dirigentes de partido y los propios candidatos han dicho que este lodazal es propio de la competencia electoral y se presenta incluso en países con democracias maduras. Afirman que una vez que se declare vencedor a alguno de los contendientes, todos dejarán atrás sus diferencias y gobernarán en santa paz. Yo lo dudo. En otra ocasión he dicho que ambos han hecho campaña como si no hubiera mañana, rematando a los heridos, como si el ganador se lo llevara todo.

Yo no sé si entre ellos, los políticos, podrán perdonarse, cicatrizar heridas y olvidar. Pero nosotros no debemos olvidar. Las campañas electorales nos han mostrado que los contendientes no son personas de fiar. Y no me refiero al contenido de las críticas, sino a la manera en que cada equipo ha realizado estas críticas. En su afán de ganar, el PAN y el PRD han exagerado, manipulado, distorsionado o mentido abiertamente (y no hago alusión al PRI, porque este partido está más allá de cualquier redención).

El caso del cuñado incómodo lo muestra cabalmente. Es una denuncia importante porque evidencia, una vez más, que la supuesta honestidad de los panistas es un mito. La familia Zavala, originalmente de clase media, ha logrado negocios por miles de millones de pesos gracias a un “contexto político favorable”. Mismo caso de la familia Bibriesca o antes de ellos Diego Fernández de Cevallos. El problema es que en su afán de capitalizarlo, el PRD exageró y sacó de contexto parte de la información. Las pruebas documentales, trasladadas en un diablito por el fardo que presumían contener, en realidad habrían cabido en un fólder. El desenmascaramiento de esta triquiñuela infantil restó legitimidad moral al acusador. Más aún, el hecho de que el PRD cayera en el juego de que “a mayor cantidad de documentos mayor culpabilidad”, redujo el impacto de la acusación una vez que se supo que las pruebas consistían en unos cuantos sobres. En realidad bastaba una docena de páginas para confirmar los abusos de Diego Zavala, el resto no fue sino una pésima puesta en escena.

El PAN no lo ha hecho mejor. Ha tratado de confundir a la opinión pública al asegurar que no habiendo una firma de Felipe Calderón en los documentos, el candidato queda eximido de toda responsabilidad y que ello convierte a las acusaciones en contra de Zavala en mera difamación. Lo cual equivale a tapar el Sol con un dedo. Una reacción muy parecida a la de López Obrador en el caso de los videos de Ponce y de Bejarano, cuando pretendía ignorar la gravedad de las fechorías de sus colaboradores, pretextando que se estaba utilizando el caso para dañarlo (lo cual era cierto).

El PRD ha distorsionado imágenes de Felipe Calderón para exhibirlo durante la firma del Fobaproa. Por su parte, el PAN ha manipulado las cifras para enjaretarle a López Obrador el supuesto endeudamiento del Distrito Federal. Ejemplos no faltan para documentar las malas artes de cada equipo.

¿Qué nos hace suponer que no seguirán utilizando estas artimañas una vez que sean Gobierno? ¿Qué nos hace creer que renunciarán a la manipulación, a la distorsión de los hechos, cuando ejerzan el poder? ¿Mediante qué milagro habrán de recuperar una noción moral una vez instalados en la silla presidencial, si se abrieron paso a golpe de exageraciones y deformaciones?

Uno y otro dirán que fue su enemigo el que los obligó a actuar de esa manera. Asumiendo sin conceder que así fuera, podemos estar seguros que como Gobierno seguirán encontrando obstáculos y rivales como coartadas para incurrir en prácticas incorrectas.

Por eso insisto en que no debemos olvidar este lodazal. Lo cual no nos debe llevar a renunciar a la política sino todo lo contrario. Tendremos que ejercer una ciudadanía activa para impedir que gobiernen solos. Por lo pronto, hagamos a un lado la guerra de adjetivos y votemos por el modelo que se acerque más a nuestro corazón y a nuestra razón. Y una vez que exista ganador, sea PRD o PAN, seamos un ciudadano incómodo: exijamos, participemos, apoyemos pero con condiciones. Insisto, estos políticos han mostrado que no son de fiar.

(jzepeda52@aol.com)

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