Faltan pocos días para que inicie la nueva Administración federal. Siempre es un momento importante, pero hoy me lo parece especialmente, quizá porque cada vez participamos más de lo que pasa o deja de pasar en el ámbito político y, por ende, en todo lo que afecta la vida pública.
Estamos más al tanto del acontecer de cada día, de los actos, omisiones, palabras, aciertos y desaciertos de los hombres y mujeres que encabezan el gran cuerpo de la nación y los medianos y pequeños de cada comunidad, así como de quienes desde una curul o lugar equivalente alzan la voz para “representarnos” (cuántas veces quisiéramos que fueran mudos).
Casi no hay nada privado en la vida pública de un país como México, sobre todo en los últimos años, dada la ubicuidad de los medios de comunicación y el acceso que tenemos a ellos; dado también el propósito de los individuos y grupos que constituyen nuestra clase política, empeñados en figurar lo más que se pueda en los espacios y tiempos de dichos medios y, en particular, dadas las condiciones de transparencia a la información que han privado durante el sexenio que acaba. Si usted no está al tanto de lo que ocurre, es porque no quiere.
Claro que oír y ver, leer noticias o presenciar debates, atestiguar broncas y escuchar peroratas, aclamar discursos y cansar ojos y oídos con una y mil declaraciones no nos hace poseedores de la verdad, pues ésta no existe como tal, y menos en cuestiones políticas. En realidad, lo que apreciamos y valoramos como cierto es tan subjetivo como decir que un guiso está sabroso o que una persona es atractiva.
Se trata de juicios de valor derivados de los enfoques de nuestra inteligencia sobre los sucesos, los objetos o las personas, aderezados con dosis variables de pasión, empatía, conveniencias o disgustos que terminan por darle forma a las cosas y convertirlas en verdad o mentira, en necedades o aciertos, en el bien o el mal: todo según el cristal con que se mire.
Desde este enfoque -tan subjetivo como el de cualquiera- paso revista al sexenio que termina y encuentro un montón de logros importantísimos, junto a enormes metidas de pata y cantidad de oportunidades perdidas. El presidente Fox y su Gobierno nos dan de todo, como en botica, de manera que juzgar su paso por la Presidencia como totalmente inútil o catastrófico sería tan injusto como glorificarlo o asumir que hizo la tarea completa y a la perfección. Ni siquiera podemos sacar promedios, porque no se trata de cifras ni de acciones que puedan resumirse de manera simplista, como tampoco de evaluar un ejercicio individual, ya que en su mayor parte estuvo condicionado por el de muchas personas que se la pasaron alentando, deformando o entorpeciendo sus iniciativas.
Hay en este tránsito que inició el dos de julio del año 2000 una serie de logros extraordinarios, como el que ejercemos cada día los que exteriorizamos nuestro pensamiento en periódicos, radio, televisión o declaraciones públicas de cualquier tipo, sin tener que ampararnos o temer por nuestra seguridad. Podemos hacerlo porque nuestro derecho a opinar libremente es respetado por la autoridad máxima de la nación, no obstante ser el blanco más visible de críticas mordaces, chistes, parodias, acusaciones y denuncias que conllevan un desprestigio tácito o expreso de su persona, y que en cualquier otro tiempo le hubieran valido al remitente y al medio que le permitió expresarse tremenda represión, castigo ejemplar o cuando menos un buen susto. La libertad de expresión es un privilegio carísimo del que gozan muy pocos; en México, sin embargo, ha rebasado límites impensables, en uno de los gestos más sólidos de nuestro casi ex presidente. El achicamiento de la figura presidencial es otro logro realmente importante, dadas las dimensiones que ésta solía tener y la cantidad de corruptelas que se derivaban de ello. Yo no creí que Vicente Fox fuera capaz de aceptar esa camisa de fuerza autoimpuesta y ajustada cada vez más por las dos situaciones referidas. Claro que contra tamaña fortaleza y muestra de valor, vino la inefable Martita y con ella el mayor debilitamiento del guanajuatense, que ante las interminables imprudencias de su señora esposa reaccionó como todo un caballero, galán enamorado y padre ejemplar, lujo que no podía darse como jefe del Ejecutivo. Su candidez y escasa visión política (no es lo mismo Guanajuato que la República), el poco tiento para elegir colaboradores, la incapacidad negociadora, la mala suerte de gobernar en un período marca-do por ataques que vinieron a exacerbar la paranoia estadounidense y a mandar a la porra los acuerdos que nos hubieran favorecido, fueron delimitando el trabajo foxista y limitando sus logros. Como reacción ante el fracaso (él también ignoró algunos de sus mejores aciertos), se instaló en la soberbia de no reconocer errores y, por consecuencia, no buscar soluciones, prefiriendo un cristal empañado que deformaba su visión de la realidad mexicana.
La animadversión de sus opositores se agigantó, estimulada por líderes con más colmillo político que el propio Fox y fortalecida por los medios que, interesados en el escándalo, apenas dieron atención a las obras de mayor envergadura del sexenio, como el abatimiento de la deuda pública y el aumento de reservas monetarias, el incremento de viviendas, la espectacular hidroeléctrica del Cajón, en Nayarit o el impresionante telescopio –el más grande del mundo– inaugurado esta semana. Por el contrario, se regodean en lo escandaloso, aunque sea intrascendente, y ceden su espacio a situaciones más humillantes que relevantes para nuestro país. Cuántas veces reclamamos la insistencia con que comentaristas de radio y televisión y reconocidos columnistas de diarios de circulación nacional e internacional destacaban los prietos del arroz mexicano, la ropa más sucia (incluidas las toallas presidenciales), ignorando olímpicamente cosas tan buenas que hubieran bastado para despertar en nosotros el orgullo nacional que anda siempre tan bocabajeado.
Por su parte, el presidente decidió retar a la opinión pública hablando, hablando y hablando, cada vez con menos fortuna, sin pensar en el costo de sus palabras, pero sacando ámpula en la susceptibilidad de la clase política opositora. Complacido en su discurso retador, dio oídos sordos a problemas sociales que gritaban demandando solución, como la miseria brutal en que sobreviven millones de compatriotas o la alarmante penetración del crimen organizado; dejó de tomar decisiones firmes y oportunas, toleró más allá de lo debido el desconocimiento de su autoridad (¿de cuándo acá un país debe someter a consenso la aplicación de la ley y el ejercicio de la autoridad, cuan-do la paz colectiva y las instituciones son amenazadas?). Resultado: pro-puestas abortadas, crecimiento de líderes mesiánicos, reclamos de todo y por todo, un desgaste alarmante de la investidura presidencial, polarizaciones, desacatos, manipulación a placer de las leyes, recrudecimiento de conflictos sociales, incertidumbre nacional, desconfianza. ¡Menudo paquete para Felipe Calderón, quien habiendo obtenido legítimamente el triunfo electoral, deberá asumir la Presidencia de la República con la mayor cantidad de retos colgados a una banda presidencial en los tiempos modernos!
Como mexicana, como profesionista, como madre de familia y como persona comprometida con el desarrollo de mi país, espero que lo haga muy bien. Me duele saber que, cuando estamos más obligados a fortalecer las instituciones y apoyar a quienes las representan para que trabajen en beneficio de México, la voluntad de muchos busca lo contrario.
Si cuando Fox asumió la Presidencia llevando consigo las esperanzas del cambio, hubo legisladores que abiertamente decidieron rechazar todo con tal de no aceptar propuestas de la Oposición, ¿qué no harán ahora, cuando incapaces de aceptar su derrota y aferrándose a un cargo que el pueblo votante no les otorgó, se han declarado en rebeldía, amenazando con entorpecer cada paso que dé el presidente?
Lástima, pues para conseguir lo que necesitamos, para solucionar nuestros males, para aliviar las necesidades de los más desprotegidos, para recuperar lo perdido y crecer como país, para desarrollar proyectos importantes, optimizar recursos, obtener logros, mejorar condiciones y alcanzar metas, es preciso caminar en la misma dirección y dar seguridad al que va al frente. De nada servirá meterle zancadilla ni poner piedras en el camino esperando que se tropiece, porque si cae, inevitablemente caeremos todos.
Yo le digo a Felipe Calderón que, aunque el panorama luzca turbio, asuma el cargo para el que fue elegido con toda la fortaleza de que sea capaz, con la esperanza de que los mexicanos –prisioneros del rencor, la violencia, la corrupción…– recapacitaremos y encontraremos en él la inteligencia, la mesura, la firmeza y el buen sentido que requerimos para recuperar nuestra libertad.
Que su cristal para ver y para verse se mantenga transparente y su discurso coincida con su acción.
maruca884@hotmail.com