Cuando el afamado poeta francés André Breton visitó estas tierras tropicales en 1938, fue tal el impacto que generó en él lo que vio que lo resumió en una sentencia: “México es el país surrealista por excelencia”.
Hoy, casi siete décadas después, no se puede estar en desacuerdo con esa frase al ver lo que sucede en la pintoresca y chusca política mexicana.
A dos meses y medio de los comicios para elegir al nuevo presidente de la República, en plenas campañas, los partidos políticos establecieron ayer una discusión insólita por absurda: si se debía o no poner una silla vacía en el recinto donde el 25 de abril se llevará a cabo el debate de los candidatos, al cual el abanderado de la Alianza Por el Bien de Todos, Andrés Manuel López Obrador, ha decidido no asistir.
Los ánimos se caldearon, cada uno de los representantes de los aspirantes expuso fervorosamente sus argumentos y se empeñó en desarticular los del opositor. Al final, por mayoría se decidió que en el encuentro de la próxima semana sí aparezca un quinto podio sin candidato.
En medio de tantos problemas que enfrenta la ciudadanía, el nivel de discusión de quienes pretenden tomar las riendas de este país, resulta insultante.
No puede haber más hipocresía en el discurso de los políticos al invitar a la gente a votar el dos de julio, cuando son sus mismas actitudes las que alejan al electorado de las urnas.
Al parecer, la llamada clase política está empeñada en tratar a los ciudadanos como niños. Entonces no les deberá extrañar que el vencedor de las próximas elecciones sea una vez más el abstencionismo.
A fin de cuentas, volviendo a Breton, qué tipo de democracia pudiera esperarse en el país surrealista por excelencia.