El candidato a la Presidencia de de la Alianza por México, Roberto Madrazo, dice que aún está en la pelea y que en la carrera hacia Los Pinos sigue habiendo tres competidores con posibilidades de ganar. Lo crea en realidad o no, el priista lógicamente tiene que aparentar seguridad y despreocupación para que no lo den por perdido.
La verdad es que, desde el primer debate, la contienda electoral se ha convertido en una cerrada pugna de dos. Todas las encuestas colocan como punteros en las preferencias a Felipe Calderón del PAN y a Andrés Manuel López Obrador de la coalición Por el Bien de Todos, y atrás de ellos, a veces muy lejos, al abanderado del tricolor.
No obstante, Madrazo se empeña en enviar mensajes de optimismo e, incluso, se aventura a declarar que la guerra sucia entre el aspirante perredista y el panista, terminará beneficiándole.
Más allá de las posibilidades reales que tenga o no Madrazo de revertir en dos semanas las tendencias, habría que analizar lo que podría suceder con el PRI en el escenario, bastante probable, de que perdiera los comicios.
Desde las precandidaturas, los problemas al interior del PRI se hicieron visibles. Primero el famoso Tucom (Todos Unidos contra Madrazo); luego el enfrentamiento con la líder del magisterio, Elba Esther Gordillo y la desangelada elección interna, y ya en plena campaña, los tropiezos iniciales del aspirante y la desbandada de militantes influyentes y rasos hacia las campañas de López Obrador y Calderón. Y aunque Roberto lo niega -no le queda de otra-, lo cierto es que el tricolor atraviesa hoy por una de sus peores crisis.
No son pocos los analistas que advierten que el otrora partido de Estado se quedó sin ideología desde hace dos décadas por lo menos y que no ha sabido ser oposición en el sexenio que está por terminar. Muchos priistas, entre ellos Madrazo, hablan de un nuevo PRI, pero las características de éste no parecen muy claras. Se intenta vender la idea de un partido de centro, pero existen en su seno, por una parte, evidentes resabios del pasado de la izquierda populista y paternalista y, por otro, fuertes corrientes neoliberales más cercanas a la derecha.
Si el PRI no logra definirse y reinventarse para adaptarse al nuevo escenario político después del dos de julio, la derrota que cada vez se observa más cercana, podría ser su tiro de gracia.