Ya estamos cerca de tres acontecimientos que nos darán razón de hasta dónde llega la capacidad negociadora de las partes actualmente en pugna, que ha desatado una gran controversia al mantenerse cada una en su trinchera con la firme voluntad de no dar su brazo a torcer. Los que realizan un plantón en la Plaza de la Constitución, mejor conocida como el Zócalo de la Ciudad de México, con sus techos de lonas, que vistos desde el aire semejan parches, que recuerdan el parian de la época colonial.
En el lado opuesto los que gobiernan orando por que los paristas desalojen para dar paso a las tradicionales celebraciones del mes de septiembre. A saber, el informe en que el presidente, con gran gala, se presenta ante los representantes populares a leer lo que nuestra Ley fundamental (Art. 69) ordena sea un informe por escrito en el que manifieste el estado general que guarde la Administración pública del país.
En el grito del día quince, desde un balcón de Palacio, el presidente tremola el lábaro patrio, mientras hala la cuerda que hace tañer la campana, conmemorando el llamado a la insurrección que hizo en 1910 el cura Miguel Hidalgo y Costilla, vitoreando los nombres de los héroes que nos dieron patria, lanzando, con voz estentórea, vivas que son coreados por las gargantas alucinadas de la multitud, abajo en la plancha de concreto, que se arremolina sobre sí misma con gran entusiasmo y algarabía.
Un mexicano, lo es más al escuchar el dong, dong, del badajo golpeando contra el bronce, hipnotizado en un repique que hace aflorar los sentimientos de que este suelo es nuestro y de nadie más. Luego, al día siguiente, el desfile militar que preside el presidente desde el balcón central de Palacio Nacional, al que suelen concurrir familias para las que constituye un espectáculo entretenido. Los soldados se desplazan marcialmente mostrando su equipo del que han sido dotados para la defensa del territorio nacional. Aquello se convierte en una gran fiesta.
La pregunta que flota en el aire, es: ¿podrán conciliar sus diferencias, ambos bandos, para celebrar esos actos republicanos? Es cuestión de que se sienten y platiquen, lo cual no es tan difícil como parece. A un costado se encuentra la majestuosa, señera vetusta y señorial Catedral, de gordas paredes, soportando la pátina del tiempo, semejando una gran tortuga prehistórica, acechando el paso de las centurias. El edificio alberga amoroso, en los alféizares de su fachada, las bandadas de palomas que anidan tranquilas contando los acontecimientos, trasmitidos de generación en generación, escenificados en dramáticos episodios que han tenido enorme influencia en lo que somos ahora.
Hace cerca de doscientos años el cura de Dolores enarbolaba el ayate guadalupano como símbolo de redención persiguiendo liberarnos de las cadenas opresoras. Dice la nota periodística que rumbo a la Basílica, portando el estandarte con la Patrona de México, peregrinaban simpatizantes del aún candidato Andrés Manuel López Obrador, mezclándose ideales políticos con el fervor creyente. En efecto, mientras se entonaban cánticos religiosos, se pedía el conteo de voto por voto, sin que esto se tomara como una irreverencia. Eran cientos de personas, entre los cuales merecían especial mención varios sacerdotes, algunos con sotana, que se sumaban al contingente llegando hasta la Basílica donde se celebraba la sagrada eucaristía.
¿En que van a terminar estas misas? Ya se habla, siguiendo con la propaganda sesgada
que acostumbran los estrategas gobiernistas, que mantener el plantón es retar a las fuerzas armadas. Qué desafío ni que ocho cuartos. No lo creo, magnificando los hechos no vamos a ayudar a resolverlos. Además no hay locura que llegue a enfrentar al Ejército con el pueblo. La decisión aberrante estaría en las manos de ambos bandos. La parada militar es importante para mantener el espíritu nacionalista, si, pero no tanto como para que se desaten incontrolables las malas pasiones.
Por otro lado, la demostración que hacen los que protestan pueden darse el lujo de que los soldados hagan su tradicional desfile sin mengua de los reclamos que realizan. En manos de unos y otros está la mesura. Hacerle el juego a los radicales, de allá o de acá, no es conveniente. Hagamos votos por que el fallo del Tribunal no traiga vestigios de obediencia ciega a los extremistas de alguno de los grupos, sino que obedezca a un juicio sensato y equilibrado que ponga las cosas en su lugar. Los magistrados del que se ha dado en identificar como Trife se encuentran en el umbral de la historia, podrán dejar a las futuras generaciones un legado de honor y justicia o una herencia de ignominia y abyección.