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El Día de Eugenio

Javier Fuentes de la Peña

“Tranquilitos niños. Ahora les voy a hacer una pregunta muy fácil: ¿qué se celebra el cinco de Mayo?”. Así dijo en una ocasión mi maestra de segundo de primaria, sembrando caras de interrogación en el salón de clases. De todos mis compañeros, yo fui el único que levanté la mano. Al ver mi determinación, la profesora repitió el cuestionamiento. “A ver Javier, ¿qué festeja todo México el cinco de Mayo?”. Todavía no terminaba de hablar cuando le dije: “Mi cumpleaños”.

Mi respuesta provocó la risa de los niños del salón, y también la ira de la maestra. Con el rostro encendido por el coraje, me aplicó el peor de sus castigos: cargar, en medio del patio y bajo un inclemente sol, cinco libros de texto en cada mano y con los brazos extendidos.

Siempre me ha causado mucha gracia tal anécdota, y más gracia me causa ahora al saber que dos de mis hijos podrían vivir una experiencia parecida en el futuro. Rodrigo, el mayor de ellos, cumplirá tres años el 21 de marzo, día en que se recuerda el natalicio de Benito Juárez. Eugenio no se quedó atrás, pues llegó al mundo justo cuando se celebraba el Día de la Bandera. Como Gerardo no tuvo el tino de nacer en una fecha patriótica, algo deberá hacer en su vida para que el 27 de julio sea considerado como un día de fiesta nacional.

Posiblemente el libro de Guinness no incluirá entre una de sus marcas que tres miembros de una sola familia nacieron en días muy patrióticos. Lejos de causarme pesar tal realidad, la entiendo, pues el dato de estas fechas no despierta gran interés. Sin embargo, sería imperdonable que entre sus páginas no apareciera el siguiente récord: “Javier Fuentes es el papá más feliz del mundo”.

Dios me ha regalado tres hijos maravillosos y una bella esposa, Paloma. Cada día en ellos encuentro un motivo para quererlos más. Nunca me creí capaz de amar tan profundamente a alguien. Pero ahora me encuentro en esta hermosa realidad de dar todo mi ser y de recibir también lo mejor de mi esposa e hijos.

El viernes pasado una nueva luz me iluminó: la luz de Eugenio. No pesa ni siquiera tres kilos, pero ante él soy pequeño. Una simple mirada suya arrebata un suspiro. Su llanto es un grito de vida que inunda la mía.

Cuando mi esposa ingresó al quirófano, me ordenaron que me pusiera una ropa parecida a la de un camillero. Mis miradas al reloj eran cada vez más constantes. Una y otra vez preguntaba a las enfermeras si ya era oportuno ingresar a la sala de operaciones y ellas siempre contestaban lo mismo: “nosotros le avisamos”. En una de esas asomadas al quirófano derivadas de mi nerviosismo, mi amigo Edgardo Arzamendi, cuyas cualidades humanas superan por mucho a su profesionalismo médico, me invitó a integrarme a la concurrencia que esperaba la llegada de mi bebé.

Lo primero que hice fue sentarme junto a Paloma, y le presté mi mano para que me fracturara todos los huesos que ella quisiera. A los pocos minutos, nuevamente fui testigo del milagro más bello: el nacimiento de un niño... de mi niño.

Mientras sus ojos se abrían por vez primera para descubrir el mundo al que había llegado, los míos se cerraban dejando escapar lágrimas de dicha.

Eugenio apenas llena su ropita de recién nacido, pero ha llenado ya el corazón de su madre y el mío.

Doy gracias a Dios por sus muestras continuas de inmenso amor. A Paloma, no puedo decirle otra cosa más que la amo con toda mi alma. Doy gracias también a Eugenio, pues desde su pequeñez, me ofrece el inmenso regalo de su mirada de luz.

Regístrese pues mi récord en el libro de Guinness. Asimismo, ruego a nuestras autoridades que busquen para la bandera otro día y establezcan el 24 de febrero como el Día de Eugenio.

javier_fuentes@hotmail.com

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