Los días eran diferentes. Una alegría desbordante se apoderaba de los habitantes que de pronto, nomás por que sí, se volvían camaradas unos de otros. Las miradas eran, desde ya, beatíficas. Lo niños recibían como regalo ropa nueva, algunos podían acariciar el sueño de que el niño Dios trajera un juguete, no le hace que fuera de segunda mano. No importaba el comportamiento bueno o malo del niño durante el año. El amor de los padres perdonaba todo. Era época de regalos en una costumbre que venía de nuestros ancestros. Suficiente dejar los zapatos como señuelos para que durante las horas nocturnas manos amorosas dejaran la pequeña caja adornada con un moño. La noche anterior salíamos disparados a la cama con el fin de que durmiendo transcurrieran las horas con rapidez, apenas apoyamos la cabeza en la almohada, cobijados por las sombras de la noche, caíamos en un profundo sueño hasta escuchar los gallos que cantaban anunciando el nuevo día. Las campanas de la iglesia cercana, con voz ronca y vibrante, llamaban a misa. Una leve neblina se había apoderado del pueblo convirtiendo sus calles y las fachadas de las casas en líneas apenas visibles de un pueblo encantado.
Al emitir ese quiquiriquí que las hace tan peculiares ¿a quién llaman, si es que llaman a alguien? ¿tiene el gorjeo algún significado que no alcanzamos a entender? Lo hacen en los primeros minutos de la madrugada cuando aún la oscuridad circunda la esfera terrestre. Lo maravilloso es que todos los gallos del orbe cantan igual. Como si hubieran asistido a la misma academia o ¿será que el oído de los humanos no está preparado para distinguir el gorgoteo de un gallo europeo de uno americano? Lo vemos en palenques clandestinos donde se aprovechan de su natural tendencia a defender su territorio contra cualquier invasor, para amarrarles una navaja en una zanca, donde la madre naturaleza los ha dotado de espolones, mojándoles la cabeza con agua salpicada en chorro por la boca del gallero con el fin de enfurecerlo confrontándolo con otro plumífero de su misma especie para luego soltarlo. Una vez que acabó con su rival levantándose sobre sí mismo aletea produciendo su sonoro canto. Me preguntaba luego ¿le habrán servido sus alas para volar, algún día? Parece que no. Son como ciertos políticos que habiendo sido dotados de cerebro nunca lo usan.
Esto viene a colación por la actitud que guardan los partidos políticos que cuentan con diputados y senadores en el Congreso de la Unión. Desde luego no los estoy comparando, aunque hay representantes populares que cuando hablan en la tribuna suelen comportarse como el gallo de Morón, cacareando y sin plumas, conservando apenas su orgullo, vencidos al no poder ocupar la tribuna. Los vimos peleando a puñetes, empujándose, profiriendo palabras malsonantes, malhumorados, amargados, irritados, diciéndose de cosas que caldeaban los ánimos, al punto que alguno se trenzó en una fiera lucha en el piso como energúmenos carentes de más argumento que el de la violencia. Cualquiera pensaría que partir de ese momento no se volverían a dirigir la palabra sino es que para insultarse. Parece por lo visto que ése fue un malentendido que quedó en el pasado. De lo que puede concluirse que ya se olvidaron los agravios o es una calma chicha que amenaza con abrirse en el futuro con una intensidad mayor. Lo que reportan los diarios es que, como en las parejas de recién casados, en un minuto se disgustan, pero al siguiente se contentan. No hay que olvidar que diputados y diputadas durmieron juntos, amontonados en sus curules o de plano tirados en el suelo, no sabemos si se dejaron las luminarias encendidas o descansaron en una conveniente penumbra.
En estos días han estado aprobando iniciativas, una tras otra, en una actitud no vista hasta ahora, levantando los brazos para mostrar su conformidad. Esperemos que así sigan, siempre que eso demuestre un acuerdo de voluntades y no una sumisión al nuevo Gobierno. Lo que deja perplejo es que no hay individualidades que sopesen su voto sino que la decisión está sujeta a que el líder de la bancada diga si o no, levantando el pulgar o poniéndolo hacia abajo, copiando la decisión de los césares de la Roma imperial, que así indicaban si autorizaban al gladiador a matar a su contrario al que habían sometido después de un fiero combate cuerpo a cuerpo, como si se tratara de las tradicionales posadas navideñas ora pronobis que traviesos e irreverentes traducíamos en: ahora por dónde, mientras caminábamos con el pequeño retablo de dos en dos con velitas encendidas, sin entender bien a bien el significado del ritual, más interesados por que se llegara la hora de romper la piñata. Recibíamos aquellas mañanas de Navidad alborozados, con los ojos bien abiertos, volteando a un lado y a otro, llenos de azoro porque, fuera lo que fuera el obsequio, nos alegraba hasta el paroxismo considerando que no había niños más afortunados. Es obvio que el mejor regalo era estar bajo la protección y tutela de nuestros padres. No sigo porque la nostalgia humedece mis pupilas. Sólo les digo que valió la pena venir a este mundo, aunque sea sólo para gozar de estos días, que nos hace sentirnos buenos, por malvados que seamos el resto del año. Feliz Navidad a los amables lectores de estas líneas pergeñadas con el corazón.