Uno de los grandes retos del próximo presidente de la República será sin duda el de crear consensos para sacar adelante las políticas públicas necesarias para el desarrollo del país.
Durante la Administración de Vicente Fox, los partidos representados en el Congreso de la Unión colocaron sus propias agendas por encima de los intereses de la nación y prácticamente no discutieron en el pleno ninguna de las reformas planteadas como fundamentales para detonar el crecimiento de la economía mexicana.
El debate político se empobreció durante este sexenio y los temas trascendentales de la vida nacional quedaron relegados por los escándalos, el golpeteo, las descalificaciones y las acusaciones recíprocas.
Mientras que para el presidente Fox y Acción Nacional la culpa del lento avance de la República la tienen los partidos de Oposición por su “no sistemático”, éstos atribuyen el problema a la incompetencia de los primeros para gobernar. Y así fue la historia de estos seis años.
Frente a esta situación, entre la ciudadanía se ha acrecentado la desconfianza en las instituciones del Estado y la credibilidad de quienes dicen tener entre sus manos las riendas del país, está por los suelos.
Aunado a lo anterior, la históricamente competida contienda electoral, el nivel de las campañas y los recientes conflictos como el de Sicartsa en Lázaro Cárdenas, Michoacán y el de Atenco en el Estado de México, han provocado un grado de polarización de la sociedad y de enrarecimiento del ambiente político que puede resultar peligroso.
Gane quien gane el dos de julio, se va a enfrentar a un panorama nada optimista, por lo que crear los consensos que se requieren para poner a México en el camino del desarrollo, va a resultarle sumamente difícil. Sólo un verdadero estadista podría estar a la altura de este gran reto. La gran pregunta es quién.