En sus orígenes la disposición que obliga a los presidentes de la República a asistir al primer periodo de sesiones del Congreso, presentando un informe por escrito de su gestión administrativa, tenía el propósito de sujetarlo al imperio del poder legislativo. Los diputados y los senadores se constituían en censores de lo que hacía el poder Ejecutivo durante el año anterior. En una ceremonia republicana, lejos de las fatuidades del poder, el presidente hacía un examen de sus gestiones y una vez documentadas las ponía al alcance de los representantes populares. Esto en teoría, ya que con el paso del tiempo perdió su sentido original para dar lugar a un ceremonial de gran pompa y circunstancia en el que el mandatario se constituía en un semi-dios del que emanaban todos los dones que recibía la ciudadanía.
Esto fue emulado por los mandatarios estatales, con un toque de derroche de recursos y grandiosidad pueblerina. A lo largo y ancho del territorio nacional se repetía con gran esplendor el rito de adoración de quienes sólo les faltaba estar incluidos en el santoral. Aquí en Coahuila, no sabemos si para exaltar la figura del mandatario o porque fuera necesaria su presencia en ciudades de cierta importancia, por medio de la lectura se daban a conocer las obras realizadas durante el transcurso de los doce meses anteriores.
Había un tufo, no de austeridad, sino de una actitud que rayaba en lo versallesco pues quienes ocupaban una butaca en el teatro sentían que su misión no era la de compenetrarse de los infolios que contenían el Informe sino tan solo el de ser caja de resonancia de la suerte que le había tocado a los coahuilenses de que un hombre de ese colosal tamaño de virtudes, hubiera descendido del Olimpo, donde moran los dioses, a gobernarlos.
Estas y otras elucubraciones me vinieron a la mente mientras leía que el Ejecutivo Estatal tachó de actos faraónicos los leídos anteriormente que, dijo, eran escuchados únicamente por un reducido grupo de elegidos, no por el pueblo. Que en el sexenio anterior, durante los cinco años que estuvo a cargo de la Secretaría de Educación tuvo que aguantar estoico los informes que se hacían regionalmente. Bien, es un quehacer en que no habiendo reglas escritas cada mandatario en turno las establecía y le daba su sello personal. Lo importante es salir del trance entregando el Informe por escrito, ya sea leyéndolo o sin decir palabra, que lo mismo da. Hace ya varias décadas, se hacía en provincia el simulacro de que el pueblo estaba interesado en lo que diría el Ejecutivo, para lo cual se llenaban las bancas con familias acarreadas de la periferia, cuyos niños correteaban o lloraban a todo pulmón desluciendo la suntuosidad de la celebración.
Es el primer Informe de Gobierno a cargo de Humberto Moreira Valdés. En los meses en que ha encabezado la Administración pública se ha distinguido por el uso de un léxico poco común, alejado de usos ditirámbicos, en el que se dice lo que es sin esconder sus verdaderos pensamientos, por lo que no creo a las lenguas viperinas que todo les parece mal, que se han soltado diciendo que al criticar a su antecesor no ha hecho otra cosa que correr una cortina de humo pretendiendo ocultar esa vieja amistad, con lo que ha logrado precisamente lo contrario, que todo mundo sepa su estrecha relación con el Ejecutivo que le antecedió. En fin, son chismes de lavadero que no tendrán eco en los estamentos sociales que a él le importan. Lo que vale la pena es que los coahuilenses nos enteremos de los logros de una Administración, que aún está en pañales.