Hoy me he despertado cansado, aun así me levanto, empieza mi día. Como otros días no hay nada qué hacer, mi prioridad es buscar algo para comer, y ver dónde puedo tomar algo de agua. Mientras camino sin tener el menor interés en mi destino voy pensando en cuánto me gusta estar dormido y en cómo poco a poco empecé a odiar el trinar de los pájaros y a temer el sonido de los carros. Estoy agotado pero sigo caminando, estoy buscando dónde pueda comer algo, aunque sean las sobras de algún vagabundo. Mientras vago por la vía encuentro algo de miel que alguien regó por la calle. ¿Que más da? Es comida al fin y al cabo, y un poco de dulce sabor en mi lengua no me caerá nada mal. Mientras camino por la calle con la cabeza agachado empiezo a pensar un poco en mi tristeza y soledad. Alzo la mirada y alcanzo a ver cómo del otro lado de la calle un coche atropella a un perro de mediana edad y lo mata de inmediato. Al revisar mis cuentas concluyo que con éste ya son siete los cadáveres con los que me he tropezado durante este día. Mientras continúo con mi travesía siento el rondín de la muerte y pienso que tal vez todo esto tenga algún significado. ¿Acaso al fin mi hora habrá llegado? ¿Por fin podré descansar de las calles y los malos tratos? Mientras pienso en ésta y otras cosas me topo con un enorme árbol, seco y ya con muy pocas hojas; al verlo completo pienso que ése será mi epitafio perfecto. Me tumbo sobre la tierra que rodea al árbol, y mientras muere el día poco a poco voy sintiendo cómo la esperanza de encontrar alguien que me quiera y me ofrezca algunos momentos de felicidad va claudicando. No soy tan malo, ¡lo juro! Me veo un poco feo y sucio, pero todo fue a raíz de aquella mortal pedrada que me quitó mi ojo a manos de unos niños sin sentimientos. Yo sólo me acerqué a ellos con la intención de buscar a mi amo, al que juré cuidar y que un día no pude alcanzar cuando me caí cerca de las vías. Si no me hubiese cansado tan rápido, si yo hubiese corrido detrás de ese carro, si yo hubiera... y es aquí donde llego siempre a la misma conclusión, por más que lo niegue, por más que no quiera admitirlo, ese día no me caí; me tumbaron. Sí, así es, cerca de las vías y alcance a ver que mi amo, a quien le juré lealtad y por quien daba incluso mi vida me había traicionado. Y es aquí donde junto con la muerte del día pido morir que seguir con esta agonía.
Wolfschauze@aol.com