Mi madre tiene miedo. Varias amistades suyas tienen miedo. Mucha gente tiene miedo. Y a estas alturas tener miedo es un mal presagio.
El miedo frecuentemente es un sentimiento irracional. Por eso, por ejemplo, cuando algún ser querido que sabíamos estaba a nuestra espalda grita ¡bu! podemos casi sufrir un infarto. Por eso tras haber visto una película de terror no queremos salir de nuestra habitación ni para ir al baño. Por eso hay quienes posponen un proyecto, un amor, un ideal. El miedo, pues, tiene mucho de irracional. Por eso nos paraliza. Por eso nos hace sufrir. Por eso es de fácil contagio.
Y por eso el miedo que pulula en el ambiente a 100 días de la elección presidencial es un mal presagio.
¡Cuidado con Andrés Manuel López Obrador!, suena por lo bajo y por lo alto en las casas, en los pasillos y en los cafés. Y suena como cuando a un niño le decían ¡Cuidado, ahí viene el coco!
¿Qué significa que venga el coco? ¿Qué sucedería si llegaba el coco? No nos lo preguntábamos en la infancia, simplemente el miedo se apoderaba de nuestra conciencia. Igual sucede ahora.
Y que conste (a riesgo de que saturen mi correo electrónico los seguidores, admiradores, fanáticos, fervientes adoradores, anexas y conexas de AMLO) que no es un candidato que a mí me guste o me convenza.
No, AMLO no me gusta y no me convence. Ni a mí ni a millones más. Pero, si en una elección democrática es electo presidente, será mi presidente y lo apoyaré en lo que me parezca digno de apoyo y lo criticaré en lo que me parezca digno de crítica y, seguramente, lo ignoraré la mayor parte del resto del tiempo.
En una contienda electoral debe prevalecer un sentimiento de lucha, de defensa de los valores y las ideas en las que creemos, de trabajo, de pasión en la defensa del proyecto de nación con el que más comulguemos; pero no de miedo, no de temor o de franco terror a uno de los adversarios.
¿Entonces de qué se trata el sistema democrático? ¿De qué le sirve la democracia a la izquierda, la derecha, el centro y cualquiera de sus puntos intermedios o extremos si no puede acceder al poder vía las urnas?
¿No de eso es de lo que se trata la democracia? Contrastar proyectos, visiones, rumbos, rutas y que la ma-yo-ría decida cada determinado periodo. La esperanza se renueva en la democracia. La desilusión también. Y en un sistema democrático la esperanza y la desilusión permiten la alternancia de proyectos, de visiones, de rumbos, y lo permiten de manera pacífica.
El temor que crece con el deliberado soplo de varios actores políticos y económicos desnuda en realidad su alma política autoritaria. Es decir, a nuestra democracia le faltan demócratas.
¿Quiénes son los que propagan el miedo? ¿Los que siempre se han preocupado por el bienestar nacional?, ¿los que suponen que el país va de maravilla aunque más de la mitad de la población viva en la pobreza? ¿Con qué derecho divino suponen que su opinión o su visión es más valiosa que la decisión de la mayoría? ¿Queremos una democracia o una Junta de Notables?
Puede ser que el proyecto que ofrece AMLO no les guste a muchos. Puede ser que a unos les parezca muy peligroso para sus particulares intereses políticos o económicos. Puede ser que otros vislumbren nubarrones negros para México. Pero de eso a invocar el fin de la patria, el desastre nacional, el Apocalipsis del terruño, hay un abismo.
El miedo es una herramienta típica del autoritarismo. En una dictadura no hay cuestionamientos o crítica abierta, no porque no existan disidentes, sino por miedo a las represalias.
Es cierto que en un sistema democrático pueden llegar gobernantes extraordinarios y también desastrosos. Pero lo que se consagra es que puedan llegar al poder por vía pacífica y legal. Y con todo y los riesgos, eso es mejor que la Junta de Notables, la Plutocracia o el autoritarismo.
Apostar al miedo como medida de contención es jugar con fuego y pólvora al mismo tiempo. Y el horno, diría mi abuela, no está para bollos.
Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com
