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El mundo o el clan

Federico Reyes Heroles

El auge de Roma, el Renacimiento, la Ilustración, las revoluciones industriales, el orden posterior a la Segunda Guerra Mundial, han sido dolorosos procesos económicos, políticos, jurídicos y también culturales cuyos beneficios sólo a la distancia aquilatamos. De pronto un mundo nuevo quiere instalarse en nuestras vidas. No es simplemente estar en el globo, como decía Carlos Castillo Peraza, sino ser conscientes del mundo. Mundialización no globalización, exigía. Debajo del comercio están esos profundos cambios civilizatorios que llegan para quedarse. La riqueza jurídica de Roma, la invención del hombre en el Renacimiento, la primera oleada de derechos humanos de la Ilustración, etc. A los excesos de las ondas globalizadoras siempre han correspondido reacciones, algunas justificables otras no. Negar el cambio es muy popular y profundamente conservador: cerrar las puertas y ventanas para que el mundo no se meta y poder seguir siendo los mismos. Pero la historia no se detiene. Llegar tarde es la consecuencia. Algo así está ocurriendo en América Latina.

El tamaño de la economía China podría alcanzar el de EU en un cuarto de siglo. En las últimas dos décadas China ha logrado sacar de la pobreza extrema a alrededor de 250 millones de habitantes. La India viene un poco atrás. Entre ambos gigantes, montados en los mercados globales, cambiarán los equilibrios del mundo. Seguramente se van a cometer muchas arbitrariedades, pero ¿puede alguien de verdad creer que el proceso va a detenerse en los próximos años? Las historias de éxito, en tanto que prosperidad y disminución de pobreza en países más pequeños que se han subido a la ola como Chile o Irlanda o los ex comunistas, continuarán. En este reacomodo mundial América Latina, tal y como lo señala Andrés Oppenheimer en su más reciente entrega, Cuentos Chinos, se empequeñece. La disyuntiva cada día es más clara: o las naciones se suben con decisión al tren modernizador global, con riesgos pero también con posibilidades fantásticas, o fingen demencia cerrando ventanas. Mientras tanto las diferencias entre los abiertos y los cerrados se profundizan.

No es casual que justo en este momento Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia y por supuesto Castro en su isla, decidan lanzar una estrategia contraria a todos los vientos que soplan en el mundo. ¿Tienen alguna posibilidad de éxito? A la larga los tres países tendrán que entrar en una ruta de democratización y modernización económica. Las diferencias entre las tres economías son abismales. Cuba está semi-abierta a la inversión extranjera, sobre todo por el turismo pero ¡incluso en hidrocarburos! Sin embargo el nivel de consumo no mejorará mientras sea una economía centralmente planificada, sin mercados reales y acosada por EU. Pero el éxito Fidel lo mide por su supervivencia. La economía de Venezuela, tal y como lo recordó Abel Hibert, puede colapsarse en cualquier momento: entre la fuga de capitales, el desorden financiero y administrativo y la dependencia del petróleo, Venezuela es una ruleta. El éxito de Chávez es la desarticulación total de los mecanismos democráticos para preservarse en el poder. Evo Morales recibe un país fracturado y polarizado, con niveles de injusticia atroces. La economía boliviana puede ser comparada con otras del área pero de principios del siglo XX. Sus estructuras políticas son muy débiles. Allí los procesos modernizadores han fracasado por insensibilidad y por la desesperación producto de la miseria. La inestabilidad será paliada, tan sólo eso, con popularidad y la esperanza indígena. ¿Es Bolivia así una nación viable?

América Latina tendrá en 2006 doce procesos electorales. Si la idea de cerrar puertas y ventanas frente a la mundialización se extiende, simplemente perderemos preciosas oportunidades de allegar inversiones e incrementar el ahorro externo y conquistar mercados. Dejaremos el espacio a otros. México, Brasil y Argentina corren el riesgo de quedarse a la mitad del río. En Colombia con Uribe hay esperanzas. Pero siendo rigurosos el único país del área que ha hecho la tarea en casi todos los frentes es Chile. Por eso América Latina puede ser “irrelevante” en el siglo XXI como apunta Oppenheimer.

Las lecciones están allí. En el siglo XXI los recursos naturales dicen poco. Chile con el cobre, México con plata, petróleo y otros, Bolivia con su gas y su coca o Venezuela o Brasil con casi todo son historias ejemplares de cómo el desarrollo supone mucho más. De hecho esos recursos explican en parte la debilidad fiscal del área, como en México. Sin educación y tecnología nada tendremos que decir en el nuevo mundo. En esto América Latina sale por los suelos comparada con Asia, China o la India. Con todos sus problemas, el acceso a los mercados globales tiene un efecto modernizador, Chile o México son ejemplos. Veremos que ocurre con Centroamérica. En este siglo no fomentar la opción regional es miopía pura. Por lo pronto el norte y el sur del continente se miran como muy lejanos. México tiene que solucionar el desplazamiento en EU y aprender a exportar a Europa y Asia. Brasil tiene otras coordenadas.

¿Se trata de una alternativa entre derecha e izquierda? No necesariamente. Lagos y Bachelard son de izquierda y Chile está en la mundialización. Supongamos que no se quiere girar alrededor de EU, la pregunta es cual ventana piensan abrir Chávez o Morales porque su clan no puede sustituir al mundo. En todo caso lo que queda claro es que cada vez que miran para atrás en la historia pierden oportunidades, tiempo que las raíces de la pobreza aprovechan para crecer.

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