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El país del nunca jamás

Gilberto Serna

En lo que escribo esta nota, valerosos rescatistas se apresuran a llegar hasta el lugar donde se encuentran ahora, a consecuencia de una explosión, atrapados 65 obreros en una mina de carbón. Los familiares permanecen en el exterior del lugar esperando noticias. El derrumbe del túnel en un tramo de 500 metros ocurrido la madrugada del domingo pasado, dejó al descubierto anomalías que fueron señaladas por el gobernador Humberto Moreira como deficiencias en la seguridad con las que trabajan los mineros, conociéndose que desde tiempo atrás los trabajadores dieron la voz de alarma sobre el peligro que representaba la presencia de gases altamente inflamables, en un aviso oportuno que no fue atendido por las autoridades del ramo, menos por quienes dirigen los trabajos de extracción de carbón en la empresa.

Así mismo el mandatario estatal señaló que hasta la tarde del domingo no se había presentado en el lugar ningún representante de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, encargada de regular la seguridad en las minas. “No están aquí, no han llegado”, aseguro el gobernador que recién ha tomado las riendas de la Administración pública en Coahuila.

Debo pensar que por primera vez en muchos años tenemos al frente del Gobierno a un defensor de los coahuilenses. Un joven gobernante que no le asusta decir la verdad de las cosas. Por años nos hemos acostumbrado a un lenguaje esotérico con tal de no molestar a los jocorones del Gobierno Federal o de plano se ha caído en la conchabanza pretendiendo tapar las deficiencias de las dependencias federales. Es de todos sabido y así lo señalan ex trabajadores de la empresa propietaria de la mina siniestrada, que los estándares de seguridad nunca han sido los adecuados. A pesar que se ha mejorado la protección a los que ahí laboran en pleno siglo XXI aún se tiene que recurrir como en tiempos pretéritos, para detectar la presencia del gas a introducir un canario que da la alarma pereciendo. La emanación del fluido no es captada por el humano dado que no tiene olor. Es un gas propio de las minas de hulla, carbón de piedra, el que calcinado produce un residuo llamado coque.

Usted seguramente recordará que ese gas es sumamente inflamable produciéndose en los albañales por donde se expulsa el drenaje a consecuencia de los desechos que ahí se derraman. Se ha sabido que tapas de alcantarillas han salido disparadas a varios metros de altura como consecuencia de su acumulación cuando una chispa ha producido una incontrolable ignición.

A pesar que es una labor que requiere introducirse cientos de metros en las entrañas de la tierra el pago que reciben los peones es poco, aproximadamente de 56 pesos por jornada. Todo por ocho horas debajo de la tierra. Lo terrible es que no hay otras fuentes de trabajo por lo que los jóvenes de la región tienen que asumir los riesgos que conlleva descender por el tiro de la mina a profundidades donde la muerte acecha. De generación en generación, los mineros realizan un trabajo mal retribuido y asquerosamente inseguro. Cada vez que se internan en la mina, un enorme agujero se los traga para escupirlos ocho horas después, cansados y aturdidos sin saber si aún es de día o es ya de noche.

Han dejado un buen sabor de boca los comentarios del novel jefe de Gobierno Local. La negligencia de las autoridades del ramo debe ser objeto de estudio para evitar que los errores se vuelvan a repetir. La presencia de inspectores en las minas de la entidad para constatar que se cumplan las mínimas medidas de seguridad, sería de lo más conveniente.

Todo lo narrado daría lugar a que algún funcionario pagara por su abulia, desidia, descuido, incuria o apatía siendo destituido. Lo malo es que estamos en el país del nunca jamás se hagan las cosas bien. Vea usted si no.

En vez de corregirse las fallas el gobernador Moreira fue relevado de la función como encargado de las operaciones de rescate, aunque por voluntad propia se quedó en el lugar.

En fin, ha causado extrañeza la ausencia del presidente Vicente Fox. Es cierto que los ánimos de los residentes de San Juan de Sabinas están caldeados a raíz del percance, pero, no obstante, su presencia sería bienvenida. Si se hace acompañar de su esposa la gente podría esperar, más allá de la fotografía de rigor, el que recibieran un lenitivo a su dolor que es lo más requerido en estos momentos, esto es, el consuelo que suelen traer unas palabras de aliento.

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