Cuánto nos gustaría afirmar que nuestro país viaja en caballo de hacienda, mas eso no sería cierto por desgracia. Vivimos en el filo de la navaja, a pesar de todas los elogios que autopropina y propala el presidente de la República en la interminable campaña que realiza a favor de su partido por los cuatro puntos cardinales de nuestra geografía.
Nuestra macroeconomía funciona bien, según los índices del Banco de México, del INEGI y de los empresarios; aunque no se trata solamente de que obtengan satisfactorias utilidades quienes, per se, ya poseen una gran parte del dinero de todo el país. Ganen lo que ganen -y ganan mucho- en intereses o en utilidades, poco dinero permea desde ahí a la microeconomía y a las numerosas familias que la integran.
Mas no podemos esperar que la economía funcione bien, que los agricultores produzcan, que la industria de transformación prospere, que las vías de comunicación tengan un desempeño exitoso, que los bancos cumplan a satisfacción con todas las funciones de los organismos de depósito, crédito y ahorro público, que los empleos se incrementen, que los empleados y trabajadores ganen un salario decoroso, etcétera; mientras la política ande como anda en la actualidad: en el desbarajuste.
El paisaje humano de la actividad política es desolador; no se ven los políticos por ninguna parte. Quienes forman parte de lo que llamábamos “clase política” se dedican a hacer una política sin clase, dedicada a la mercadotecnia del hueso, vale decir el chance de alcanzar la senaduría, si son diputados; de alcanzar la diputación, si son senadores; o de ser asambleístas en el Distrito Federal si ocupan una de las dos posiciones antes mencionadas.
¿Cuáles son sus méritos? Deben ser varios, según cada partido de los tres que menean la cazuela. Los “chiquirringuillos” se hacen güajes generalmente. En común para los tres, está esa cualidad que se conoce como “experiencia legislativa” y no significa otra cosa que la repetición consecutiva de los mismos nombres en los cargos de diputado local, diputado federal y senador de la República.
Claro que la palabra experiencia no califica el grado de ciencia y menos de conciencia en cada espécimen; se trata simplemente de asistencia. Lo que esta palabra indica, más la puntualidad al concurrir a las asambleas y reuniones de trabajo, si es que los padres conscriptos forman parte de algunas comisiones. Los aportes jurídicos, es decir la redacción de los textos y de los dictámenes, corren por cuenta de la burocracia jurídica que paga cada Cámara y eventualmente de los múltiples asesores de cada legislador.
Estos últimos, los que sufragan, sólo tienen obligación de asistir, preguntar cuáles asuntos llevan línea de su líder de bancada y luego votar, levantar el dedo u oprimir un botón, según el sistema de votación interna que opere en cada órgano legislativo.
Son pocos, sin duda, los legisladores que analizan, consultan y estudian los proyectos que van a estar sujetos a su aprobación o denegación. Usted, lector, puede escuchar sus voces y opiniones en los noticiarios radiofónicos, leer sus nombres y declaraciones en los periódicos y contemplar sus efigies hablantes en los medios electrónicos. Pongamos diez personas por cada partido mayor de edad y dos o tres por cada uno de los partiditos. Sumemos cuarenta en total, más el resto hasta completar los 400 diputados que son, los 126 senadores, y no sé cuántos asambleístas y diputados locales. Juntos totalizan nada, lo que se llama absolutamente nada; salvo votar, si es que asisten a las sesiones importantes.
¿Cuánto le cuesta al país este exagerado aparato generador de disposiciones legales? Un dineral podemos suponer y una pérdida constante de tiempo porque los diputados que nada hacen se dedican a sabotear las sesiones generales, a ingerir comida chatarra en las curules o a chupar tabaco en los fumaderos de las Cámaras.
Un día que tenga tiempo y humor voy a solicitar a cada órgano legislativo y en caso de negativa al Instituto Federal de Apertura a la Información, que los ciudadanos seamos ilustrados con la noticia cabal del número de personas que forman la burocracia de las susodichas Cámaras, qué hacen, cuánto ganan y qué volumen de trabajo procesan cada día.
Sin duda nos daremos cuenta que tener ahora esta clase de diputados locales, diputados federales y senadores es el peor negocio que ha hecho el país en toda su vida. Y no es que pensemos que legislar sea un negocio, pero bien se le está asimilando después del escandaloso proceso de aprobación del decreto regulador de la radio y la televisión, comúnmente conocido como Ley Televisa. ¿Por qué será?...