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El PRI nunca se fue

Jorge Zepeda Patterson

El PRI no regresará al Gobierno porque nunca se fue. Perdió la elección presidencial pero conservó una cuota importante de poder. La pregunta correcta no es ¿regresará el PRI?, sino ¿ahora sí se irá? Con esta provocadora interrogante abre el libro recién salido del horno Anatomía del PRI, claves para entender a Roberto Madrazo, de Alejandro Trelles y Héctor Zagal (editorial Plaza Janés).

No es la única polémica que provocan. Para los autores el triunfador de las próximas elecciones no saldrá de la competencia entre Calderón y López Obrador, como parecen indicar las encuestas, sino del enfrentamiento entre los dos tabasqueños. En opinión de Trelles y Zagal el único que puede arrebatarle la Presidencia a Andrés Manuel, es su paisano Roberto, o mejor dicho, el PRI.

Paradójicamente, el propio candidato priista no inspira mucho respeto o admiración a los autores. Si bien la mitad del texto consiste en un largo repaso de su biografía política es poco lo que de ella se extrae: “Roberto Madrazo tendrá penetración en el electorado mexicano por el partido que encabeza, no por sus logros. Es difícil que los votantes reconozcan en Madrazo al gran constructor de puentes, defensor de los pobres, de los ancianos o de las madres solteras. Los frutos de su Gobierno en Tabasco a finales de los noventa son percibidos como los de cualquier otro gobernador… será difícil promover logros extraordinarios del polémico Gobierno de Roberto Madrazo en Tabasco”.

Ciertamente los autores reconocen los méritos políticos de Madrazo. Es sobreviviente habilidoso de luchas épicas. Primero, para mantenerse como gobernador en contra de la voluntad del presidente Ernesto Zedillo y eventualmente contender contra su delfín, Francisco Labastida, en el 2000. Luego para hacerse de control del partido y finalmente para imponerse al Tucom y quedarse como candidato único. Es pues un político astuto, firme y con enorme capacidad para negociar. Pero es un hecho que para una porción importante de los ciudadanos tales virtudes se convierten en defectos de viejo político: manipulación, hipocresía, corrupción. Las encuestas revelan que entre la población predomina una percepción negativa del candidato priista.

Por este motivo los autores consideran que la Presidencia habrá de decidirse entre un formidable candidato, Andrés Manuel López Obrador trepado en un partido débil, y un pobre candidato, Roberto Madrazo, al frente de un partido aplanadora. La segunda mitad del libro justamente está dedicado a mostrarnos las entrañas de esta aplanadora. Lo que muestran es inquietante. Un argumento convincente de que, en verdad, el PRI nunca dejó el poder.

Para empezar, el tricolor gobierna en 17 estados de la República (nueve el PAN y seis el PRD), y no en calidad de vestigio del pasado sino como la fuerza electoral que más triunfos regionales tiene en los últimos cuatro años. Casi la mitad de los municipios del país son gobernados por el otrora “partido oficial”. Los autores argumentan lo decisivo que sigue siendo el peso de los Gobiernos estatales en todo el fenómeno electoral, particularmente en materia de campañas y movilización del voto. En ese sentido, el tricolor tendría una ventaja significativa. Un análisis sobre los 218 consejeros electorales estatales que existen en el país, muestra que 104 de ellos tienen cercanía con el PRI.

Por otra parte, el PRI es el partido predominante en las dos Cámaras: tiene 224 diputados (contra 149 del PAN y 97 del PRD) y 60 senadores (46 del PAN y apenas 17 del PRD). Gracias a su predominio en el Poder Legislativo, y la relevancia que este poder ha adquirido, en la práctica este partido ha seguido cogobernando al país. Los presupuestos, las leyes, la evaluación del Ejecutivo y las reformas estructurales han dependido de su voto.

Se estima que el voto “duro” del PRI asciende a diez millones, por seis del PAN y 3.8 del PRD. En parte esto tiene que ver con el control que aún mantiene sobre los sindicatos y las organizaciones populares y campesinas. A pesar de las fricciones con los maestros y el debilitamiento de las estructuras corporativas, es el único partido con una base clientelar masiva. Se requieren alrededor de 16 millones de votos para ganar la contienda presidencial, y desde luego el PRI parte del arrancadero con una ventaja considerable frente a sus contrincantes.

Finalmente, los autores argumentan que en México, como en el resto del mundo, las elecciones se ganan con dinero (con “estructura y dinero, y el PRI cuenta con ambas”). No es el factor único, pero salvo contadas excepciones, suele ser el dominante. La televisión jugará un papel decisivo para generar esos 16 millones de votantes. Y eso cuesta mucho dinero. Se estima que el 70 por ciento del gasto operativo de las campañas termina en Televisa y TvAzteca (lo que en la práctica significa una transferencia millonaria de recursos públicos a la esfera privada). Y ciertamente ningún partido tiene las posibilidades y la “habilidad” para atraerse recursos como las tiene el PRI.

Anatomía del PRI, es un libro importante para conocer las entrañas de lo que está en juego en 2006. Habría sido deseable una verdadera radiografía de los grupos internos del PRI, la correlación del poder y el peso real de Salinas. Falta también una mayor explicación de las razones que les llevaron a descartar las posibilidades de Felipe Calderón. Pero sin duda es un aporte notable. Nos muestra que, a pesar de la debilidad de su candidato, el PRI es en realidad la fuerza a vencer el dos de julio.

Y sin embargo, al cerrar el libro queda una pregunta en la mente del lector: ¿Y si tenían aun mayor fuerza en 2000 y eran invencibles, por qué perdieron? ¿Y siendo así, por qué razón no serían derrotados con mayor facilidad en 2006?

(jzepeda52@aol.com).

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