El partido antaño invencible, derrotado en la contienda presidencial por primera vez hace seis años, se aproxima al dos de julio en riesgo de no sólo perder nuevamente sino de caer al tercer lugar. Si eso ocurre, será posible atribuir directamente la causa a su candidato, Roberto Madrazo, porque no hay indicios de un desastre semejante en la elección de miembros del Congreso.
Ninguna de las encuestas publicadas la semana pasada situó a Madrazo en otro lugar que no fuera el tercero. En la de Reforma aparece con 25 por ciento de las intenciones de voto, distante once puntos de Andrés Manuel López Obrador, su acérrimo adversario y nueve puntos abajo del candidato panista. En la de Gea-Isa, único sondeo que puso por delante a Felipe Calderón (con 33 puntos, dos más que López Obrador) el candidato priista figura con un distantísimo veinte por ciento de las preferencias. Ya está claro que las encuestas no prefiguran puntualmente el resultado electoral y que es preciso esperar, para conocerlo, a que esté depositado y contado el último voto. Pero las cifras de los sondeos permiten estar al tanto de lo que ocurre entre los votantes. Y lo que ocurre entre los priistas no es halagüeño para Madrazo. Hasta él mismo parece haber cobrado conciencia de la situación. Llegó al extremo de aceptar como valioso el apoyo del ala campesina, los disidentes del partido Alternativa; y pactó con su interlocutor la profusa difusión, como si de tratara de un gran suceso, de su encuentro con el Dr. Simi, al que se le llenó la boca hablando de la reunión de “los dos candidatos”, como si sus posiciones fueran equiparables, acaso porque lo son.
La señal más neta de la rendición priista fue emitida ayer. El mitin de cierre de campaña de Madrazo (que fue también el de Beatriz Paredes, su antigua adversaria, candidata a jefa de Gobierno del DF) no ocurrió en el Zócalo como era tradicional. Todavía el domingo 25 de junio de 2000 Francisco Labastida se ufanó allí del triunfo que obtendría una semana después, y que no llegó. Todavía el PRI pudo llenar, como en sus mejores tiempos, esa inmensa plaza de la Constitución. Ayer, en cambio, el mitin postrero de Madrazo ocurrió en la plaza de la República, donde la enorme mole del Monumento a la Revolución impide que se reúnan las multitudes que son precisas para repletar el Zócalo.
Aunque el PRI gobierna diecisiete estados y puede recuperar Jalisco el próximo domingo, su suerte en el Distrito Federal, en Morelos y en Guanajuato es indicativa de sus quebrantos electorales. Es probable que también en esas entidades quede en tercer lugar. En la Ciudad de México Beatriz Paredes, se esforzó por ser candidata pero no del PRI, porque los votantes capitalinos hace tiempo que le dieron la espalda a ese partido. Desde 1997 no gana una sola elección. Sólo por casualidad pudo obtener el Gobierno delegacional de Milpa Alta hace tres años. En ese caso hay una fractura estructural insalvable.
En el ámbito nacional las dolencias del partido se agravan por la índole de su abanderado. Madrazo quiso ser candidato presidencial de su partido en 1999. Fue derrotado por el poder que pese a todo aún conservaba Zedillo, que enero de 1995 no había podido removerlo de la gubernatura de Tabasco, que había ganado a la mala. Pero sí pudo contenerlo en su aspiración presidencial cinco años después. Madrazo aprendió la lección, completada el dos de julio de 2000. Ante la falta de un priista en Los Pinos, se propuso erigirse en el centro de las decisiones. Lo consiguió al ser elegido líder nacional priista en febrero de 2002, y desplazando uno a uno a los factores de poder que internamente podrían oponérsele. La mejor demostración de su control pleno del partido fue su propia candidatura. Aparecieron como ingenuos los malandrines que intentaron enfrentársele. Los borró a todos.
Pero no lo hizo sin costo. El partido que lo postula no está desfondado porque aún conserva su carácter de federación de intereses. Es impensable la desaparición del PRI, puesto que no son pocos los que aspiran y pueden beneficiarse de una organización cuya cúpula nacional seguirá disponiendo de un financiamiento que importa cientos de millones de pesos. El partido creado por Calles no se ha desfondado, pero parece incapaz de llevar a la victoria a su decimotercero candidato presidencial, contado a partir de Pascual Ortiz Rubio.
Huérfano a los 17 años, cuando su padre, el reformista Carlos A. Madrazo y su madre doña Graciela Pintado fallecieron en un accidente de aviación (que produce oscilaciones en el ánimo del candidato priista, que a veces lo considera un atentado político y otras lo priva de ese carácter, porque incriminaría a miembros de su partido), Madrazo no quedó en la orfandad política. Carlos Hank González lo tomó bajo su protección y le ofreció su primer cargo de cierta visibilidad, delegado en Magdalena Contreras. Bien vista, la carrera de Madrazo es breve y pobre. Además de cargos partidarios de mediano nivel, sólo fue diputado y senador antes de tomar para sí el poder local tabasqueño, como líder estatal de su partido y después como gobernador. Ganó en 1994 la contienda por la gubernatura a Andrés Manuel López Obrador a golpes de dinero (de oscura procedencia, además), y con trampas que fueron probadas ante Zedillo, quien se comprometió a impedirle que obtuviera provecho de esas argucias e incumplió su palabra.
Más hecho a restar y dividir que a sumar y multiplicar, Madrazo quizá obtenga saldo rojo el domingo.