La determinación, que en estricto cumplimiento de sus funciones, tomó el Tribunal Electoral de abrir urnas que contienen las boletas electorales, pone con un pie en la calle a los integrantes del Instituto Federal Electoral, IFE y abre la posibilidad de que opere la solicitud de la Coalición Por el Bien de Todos de que se llegue a revisar el total de los paquetes electorales. Lo que me parece que sería una buena medida ya que al final tendríamos a un Presidente Electo cuya victoria estaría respaldada por una mayoría indiscutible de votos a su favor. Lo que evitaría se siga ahondando la discusión de si hubo o no hubo un manejo correcto de los documentos que se usaron el día de la elección. La propaganda de quienes defienden la teoría de que ya fueron contados los votos y no hay necesidad de hacerlo otra vez, se apoya en que la labor en este sentido, de los ciudadanos que participaron, no debe ser objeto de duda.
La verdad es que, dicen los que están a favor del recuento, no hay una tradición que indique que los mexicanos estemos vacunados contra esa ponzoña llamada chanchullo. En veces realizado groseramente, a la vista de todos, como solía acontecer en el pasado. En otras, con cierto grado de sofisticación en que la operación trinquete no se puede descubrir si no es volviendo a contar uno por uno cada voto. La cuestión es que no estamos acostumbrados a hacer las cosas con estricto apego a la Ley. Tantas veces fuimos burlados que no creemos que esta vez haya sido diferente. Hemos de pensar que quienes estuvieron al frente de las mesas de una casilla eran gente honesta cuya única meta era la de verificar el número de boletas contenidas en las urnas. Una tarea que tan sólo requiere que las personas que intervienen sepan sumar. No hay posibilidad de equivocación alguna, a menos que haya la intención no únicamente de sumar sino además multiplicar. La Ley electoral requiere de un número determinado de ánforas con graves irregularidades para nulificar toda la elección, en cambio para el que aquí escribe es suficiente con que una urna resulte amañada para darme cuenta de si hubo o no una maquinación dolosa.
No acabo de entender qué es lo que condujo al Tribunal Electoral a ordenar la apertura de paquetes electorales en poco más de 11 mil urnas. Es posible que los magistrados se hayan dado cuenta que hay algo turbio que despide un tufo, que sólo se alcanza a percibir por el olfato si se acerca uno lo suficiente a las papeletas en que se anotó la voluntad ciudadana.
Creo que este es un primer paso, lo que han venido especulando algunos medios de comunicación, para declarar la anulación de las elecciones. No por que a raíz del recuento de votos aparezcan irregularidades, si no por aquello de la nulidad abstracta, que podría explicarse como un sinnúmero de anomalías cometidas durante el transcurso del proceso, debidamente comprobadas, sin considerar ninguna en particular. Esto es, una causal concreta no produciría ese efecto, pero varias unidas entre sí, igual que abalorios, dirigidas a malograr la elección, influyendo en los resultados, inclinando la balanza de la justicia electoral para favorecer a uno de los aspirantes, ésa sí que sí.
Lo único que no encaja con esta tesis es que el candidato Andrés Manuel López Obrador sigue causando estropicios al orden público. ¿Acaso sospecha que se trata de una celada jurídica de parte del Alto Tribunal? Que las urnas a escudriñar hayan sufrido, con el simple transcurso del tiempo una mutación espontánea, de tal manera que ahora exista una correlación adecuada entre los votos, las actas y la lista nominal de electores. De esa forma el principio de certeza quedaría a salvo, no habría por qué invalidar el proceso y a continuación procedería, sin lugar a apelación alguna, a validar los resultados declarando Presidente Electo a quien aparece con el mayor número de votos. Presunción, si se piensa bien, que no está muy jalada de los cabellos. Les queda claro que no habría forma legal de revertir el fallo por lo que pasaría de ser un candidato, con derecho a patalear y sacar la lengua, como el que cuelga de una soga atada alrededor del cuello, a ser considerado un sedicente, alborotador y revoltoso contra el que se podría proceder con la dureza necesaria.