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El refranero de Felipe

Por Salvador Camarena

A Felipe Calderón le gustan mucho las frases populares, los dichos pues. Toda la campaña electoral se la pasó soltando frases populares, vinieran a cuento o no. Uno de los dichos que más repitió durante la campaña le va a perseguir durante años. “Hay tiempo de echar cohetes y hay tiempos de recoger varas”. Con esa frase, el candidato panista quería demostrar que tenía muy claro que una cosa son las campañas, con sus festivas declaraciones y promesas, y otro asunto muy distinto son las arduas labores de Gobierno.

La cuestión hoy es preguntarnos cuánto se ha comprometido del capital democrático mexicano durante la recién concluida “etapa de echar cohetes”. Es decir, cuánto habrá que trabajar para levantar el tiradero que ha quedado tras la campaña y, más preocupante aún, tras el dos de julio.

Hay que empezar diciendo que resulta muy paradójico que haya sido el Partido Acción Nacional, un partido que tanto ha hecho durante décadas para consolidar la democracia mexicana el que haya actuado con muestras de poca institucionalidad desde la noche del dos de julio.

Creo que la medianoche del dos de julio había maneras de competir por el espacio mediático con Andrés Manuel López Obrador cuidando al Instituto Federal Electoral. Al también querer autoproclamarse como candidato ganador, Felipe Calderón comenzó una lista de comportamientos poco institucionales que coronó el miércoles pasado, cuando de plano el panista se saltó toda una historia, la suya y la de su padre don Luis Calderón Vega, al retar públicamente a López Obrador a cotejar actas entre ellos marginando al IFE. A ese mismo IFE que el propio Calderón como presidente del PAN, ayudó a consolidar con la reforma electoral de 1996.

En las jornadas posteriores al dos de julio, Felipe se sumó a los perredistas a la hora de darle de hachazos a la institución que tanta sangre costó a los mexicanos. El PAN, y Felipe en concreto, debieron ser más cautos y no alimentar la discordia que el PRD, esa izquierda hoy lastimosamente usurpada por porros y tránsfugas, se propuso sembrar desde el cierre de las casillas el pasado dos de julio en voz del señor Martí Batres.

Más de 40 millones de mexicanos dieron fe el domingo de que creen en la vía democrática para dirimir nuestras diferencias. Ni una bala. Ni un zafarrancho. Ni un golpe. Por toda la información que tenemos, fue una jornada ejemplar. Todo funcionó bien ese domingo mientras estuvo en manos de los mexicanos de a pie.

Pero una vez que cerraron las casillas y que todo volvió a la cancha de los políticos, hemos ido de decepción en decepción. Qué le costaba al PRD esperar. Qué le costaba al PAN aferrarse a sus actas, a sus números, y no caer en las provocaciones ni lanzar otros ruidosos cohetes. Qué le costaba al señor que despacha como secretario de Gobernación callarse como se calló su jefe, el presidente Vicente Fox. Qué nos costaba a los medios no darles más pólvora a los incendiarios. Qué nos costaba entender que la campaña acabó hace una más de una semana y que ahora teníamos qué esperar a que la autoridad diera el veredicto.

Desde la noche del domingo hemos vivido horas llenas de decepciones. El presidente del IFE, Luis Carlos Ugalde, nunca tuvo el tamaño. Por lo mismo, lo que era pertinente era ayudarle, no buscarle más defectos, no propagar mentiras, como la que dice que en su boda Calderón fungió como padrino. No debimos sumarnos a la cargada en contra de la casa electoral que los mexicanos construimos y mantenemos.

Todo parece indicar que ya hay resultados definitivos. Que Calderón será presidente. De hoy en adelante, Felipe se va a tener que romper la espalda levantando del lodo las varas que no titubeó en lanzar al aire, sobre todo sus cohetones poco institucionales posteriores al día de la votación. No sabemos cuánto se ha dañado la democracia luego de una campaña tan enlodada y de unas jornadas donde Calderón debió mostrar más el oficio que sus más de 20 años de carrera política le han dado.

Para cerrar con otro dicho, a Felipe le tocará, en efecto, pagar los platos rotos, pero en este caso él sí rompió varios de ellos.

--Salvador Camarena es editor de la revista Chilango y autor de los capítulos sobre Felipe Calderón en los libros “El Presidente” y “Los Suspirantes”.

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