Es la máxima autoridad jurisdiccional en la materia y órgano especializado del Poder Judicial de la Federación. El Tribunal, para el ejercicio de sus atribuciones, funciona con una Sala Superior que se integra con siete magistrados electorales, correspondiéndole resolver en forma definitiva e inatacable, Artículo 99, párrafo tercero, inciso II de la Constitución, las impugnaciones que se presenten sobre la elección de presidente de los Estados Unidos Mexicanos, las que una vez resueltas, en caso de que así sea, le permitirán proceder a formular la declaración de validez de la elección y la de presidente electo respecto del candidato que hubiese obtenido el mayor número de votos.
Aquí me detendré, porque lo anotado es suficiente para sustentar el criterio a que me referiré en esta colaboración.
En efecto, lo primero que salta a la vista es que si el Tribunal tiene la facultad de declarar la validez también puede, en su caso, decidir que no son legítimas las elecciones. Es decir, la Ley le autoriza para decir que sí, por lo que es obvio que también puede decir que no. Sería un contrasentido que sólo pudiera declarar la validez pero no lo contrario.
Luego, la declaración no lo sujeta a que tenga que consistir en un asentimiento como una camisa de fuerza que lo obligara a convalidar las elecciones.
De lo que se deriva, que si tiene la opción de declarar válidos los comicios, como una consecuencia lógica, puede nulificar los resultados ordenando se repitan, en condiciones que considere pueden ser lo más óptimas para favorecer el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Si decide que no hubo nada irregular, desechando los reclamos, al considerar que carecen de fundamento, es llegado el momento de hacer la declaración de validez levantando el brazo a quien obtuvo la mayoría de votos en los pasados comicios. Lo peor que puede pasar es que los magistrados se dejen influenciar por cualquiera de las partes y resuelvan cualquier cosa contraria a derecho. Su dictamen debe corroborar quién ganó, pero no antes de establecer que hubo un procedimiento electoral sin mácula.
Ése es el reto a que se enfrentan los magistrados del Tribunal Electoral. No hay nada más efectivo para apaciguar los ánimos que la verdad, monda y lironda, que no deje duda que efectivamente los votos favorecieron a uno u otro de los participantes en la justa electoral.
Anteayer veía una nota que revela que alguien más está litigando este asunto. Los partidos cuyos candidatos son señalados como punteros, por ser los que hicieron valer recursos, están autorizados para ofrecer las pruebas a su alcance para probar sus argumentos tanto para que se desestime la demanda como para que se considere que la razón está de parte de alguno de los contendientes.
El Instituto Federal Electoral, IFE, agotó la participación que le concede la Ley al cerrarse las votaciones realizándose el conteo de papeletas. Nada le queda por hacer, como no sea atender las decisiones que tome el Tribunal Electoral. No obstante, de manera oficiosa ha venido participando metiendo su cuchara donde no debe. Da la impresión que quiere convertirse en coadyuvante de una de las partes. En diversos momentos ha incurrido en esta conducta. Lo mejor que podía hacer es calmar sus ímpetus y dejar que el Tribunal, que tiene en su poder la documentación que le han proporcionado los postulantes, sea quien pondere lo que haya que hacer.
Es probable que el IFE lo que pretende es aportar elementos de convicción para que la sociedad se dé cuenta cómo se hicieron las melcochas.
No obstante es una labor que corresponde al Tribunal, por lo que se antoja, dados los antecedentes del caso, como una irrupción majadera. Debe mantenerse al margen, pues está dando una impresión que quizá no corresponda a la realidad pero que se parece mucho a una parcialidad de criterio.
Si así está actuando ahora, da a pensar que así obró antes. Es una lástima.
Los días pasan mientras los rencores se van ahondando en carne viva. Leí la narración periodística en que se afirma que un grupo de jóvenes arremetió contra el candidato Felipe Calderón Hinojosa, gritando consignas a favor de AMLO, pateando, se dijo, la llanta de la flamante camioneta en la que subía.
Hay quienes dudan que el hecho haya ocurrido. A menos que los guardias que protegen su integridad física se hayan quedado dormidos. La verdad es que no se les cuela por la red humana que forman alrededor, cual recia telaraña de acero, ni tan siquiera un minúsculo mosquito. Son expertos en contener multitudes por lo que causa extrañeza que un escaso número de personas los haya puesto en ridículo. Más que un hecho verídico parece un ardid publicitario para alimentar la fama de violento que se atribuye a su opositor e influir de alguna manera en los magistrados que deberán emitir un fallo declarando que la elección es o no válida y que hubo o no hubo vencedor.
De última hora se da a conocer que paquetes electorales abiertos amplían la ventaja de uno de los candidatos. En la apertura de dos mil 873 paquetes electorales se detectan errores aritméticos. Además las actas en 79 casillas tienen más votos que el número de electores en la lista nominal, es decir, hay una votación superior a las boletas recibidas por los funcionarios de casilla. La pregunta que provoca es ¿qué pasó con la certeza en el conteo de votos que dio a conocer el mismo Instituto Federal Electoral?