Las medidas que debe tomar un Gobierno no dejan espacio a seguir esperando que los del otro lado se cansen y desalojen voluntariamente sus improvisadas viviendas, abandonando la plancha de concreto del Zócalo y las calles donde se apostaron, en justos y en verenjustos, hace ya algunas semanas. Eso, según se ven las cosas, no va a suceder. Nos damos cuenta, se huele en el aire, flota en el ambiente el olor a que aquello se está pudriendo, que algo tendrán que hacer los que dirigen este país para terminar con eso que tiene todos los visos de que está derivando en una soterrada insurrección. La regla es que el Gobierno debe hacer lo que tiene que hacer o de plano levantar los brazos en señal de rendición. Un Gobierno que está siendo zarandeado con la fuerza de un vendaval, lo menos que puede es sujetarse con todas sus fuerzas para no caer. La mayoría de los medios aplaude la retirada del presidente de San Lázaro considerándola una buena estrategia, propalando que quienes se vieron mal y se restaron simpatía fueron los seguidores de Andrés Manuel. Bien, es una manera de ver las cosas.
El presidente de la República llegó hasta las puertas que daban acceso al vestíbulo del edificio de San Lázaro. Allí le pusieron al tanto de lo que estaba sucediendo en el interior del recinto. Traía la banda tricolor en el pecho, las mejillas se le veían con el color que le daba la capa de rubor o blush, saludaba con el brazo en alto y el esbozo de una amarga sonrisa que indicaba el esfuerzo que hacía para mantenerse en aparente tranquilidad. Había llegado en una lujosa camioneta del año que se estacionó enfrente del edificio, de la cual descendió ajustándose con las manos los faldones de la chaqueta dejando al descubierto el nerviosismo que trataba de disimular, delatándolo el movimiento de su tronco junto con los hombros, acomodándose la ropa interior, dando la impresión de que estaba preso en una celda demasiado estrecha, es decir, una camisa apretada, que no era de su talla ¿o sería la banda? Lo acompañaban la comisión de diputados junto con varios custodios que volteaban a uno y otro lado, asechando como panteras, listos los músculos para saltar. Lo que hicieron, pero sólo para eludir los charcos que formaba el agua de lluvia.
Adentro la tribuna estaba tomada por un grupo de diputados perredistas. Hacía uso de la palabra el representante del PRD, Carlos Navarrete quien tuvo un agrio intercambio de esgrima verbal con el diputado Jorge Zermeño Infante, en funciones de presidente del Congreso. Hay que tomar en cuenta que para ese momento la tribuna estaba invadida por cerca de doscientos diputados perredistas. El asalto estaba anunciado, no hubo poder humano que lo impidiera. Hay quien dice que el presidente debió entrar al recinto pues nadie se hubiera atrevido a tan siquiera tocarlo pues traía en su pecho la banda y hubiera podido producir un desaguisado el impedirle el paso. Recordemos, fuera de cualquier partidismo, que quien trae la bandera, con el escudo nacional en el pecho, es la encarnación misma de la Patria. Si lo que se quería era exhibir de revoltosos, irrespetuosos y violentos a los diputados perredistas nunca hubo mejor oportunidad que el arribo del presidente de la República al estrado del Congreso. La trifulca hubiera sido de proporciones históricas. Al dar las espaldas, por que no hay condiciones, lo dijo un atemorizado secretario de Gobernación, se despidió de la grandiosa ocasión de mostrar su temple*. Hubiera cerrado con broche de oro su sexenio. A estas horas, en su ser interno, debe estarse arrepintiendo. Su integridad física nunca estuvo en peligro. La consecuencia es que se salieron con la suya los perredistas que habían propalado a los cuatro vientos que no permitirían que el primer magistrado de la Nación subiera al podium a leer su mensaje. Tal y como salieron las cosas, no queda más que señalar que al presidente, expresión que alguna vez oí al egregio maestro Federico Berrueto Ramón, “se le subieron a las barbas”.
Según veo las cosas, por el momento, no hay una solución pacífica. A menos que el Gobierno tome medidas draconianas para acabar con lo que se parece mucho al inicio de una revuelta; esto puede crecer contaminando fuerzas sociales que hasta ahora se han mantenido al margen. Bien, no creo que AMLO ignore que la desesperación de sus adversarios pueda llevarlos a hacer uso de la brutalidad en contra suya. Sus contrincantes saben que no lograrán con los métodos tradicionales, sentarse a una mesa a dialogar, disuadirlo en su empecinamiento por construir un Gobierno alterno. Para encontrarle la hebra a esta enredada madeja, sólo veo dos posibilidades: uno, que se arregle, a como dé lugar, lo que hasta ahora ha sido un movimiento de resistencia civil o dos, que el Tribunal Electoral resuelva lo que en derecho corresponda, sin que a este respecto le hagamos consideración alguna pues, además de que lo hemos intentado en colaboraciones creo que están grandecitos para saber lo que resuelven. Es su responsabilidad, aunque a los mexicanos nos toquen las consecuencias. La situación es tal que si viviera el cineasta Alfred Hitchcock, el amo del suspenso, se frotaría las manos y se relamería los labios, no imaginando en lo que terminará este asunto.
Nota bene.-Temple: fortaleza enérgica y valentía serena para afrontar las dificultades y los riesgos.