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El último tramo/Sobreaviso

René Delgado

Queda una sola y última instancia, el Tribunal Electoral. Si se le presiona de más de un lado o del otro, la elección presidencial podría quedar hecha añicos y el país podría verse arrastrado a una crisis de dimensión desconocida. Parece mentira, pero de pronto se pierde de vista el estado que guarda la política en el país. Los partidos están desarticulados, el árbitro político descalificado, la autoridad electoral reblandecida, los legisladores sin agenda y, entonces, mucho de lo que ocurra o deje de ocurrir está fincado en la actuación de unas cuantas personalidades políticas y en la conducta de unos cuantos factores reales de poder. Tensar todavía más la cuerda de la polarización político-social, es tentar la idea de hacerla reventar e invalidar al último reducto institucional que queda, el Tribunal. Y sería muy difícil explicar cómo se construyó el andamiaje de la incipiente democracia mexicana, para destruirla.

*** Si la Ley contempla la impugnación como recurso, es menester reconocer sin regateos ese último tramo del proceso electoral y entender que sólo al agotarse debidamente se podrá dar por concluida la elección. Insistir en la idea de que poco importa la resolución del Tribunal porque, a fin de cuentas, la elección fue un fraude en su conjunto y es preciso llevar el repudio más allá de ese límite, es francamente una locura. Insistir en la idea de que el resultado anunciado del dos al seis de julio es el bueno y por lo mismo, ni sentido tiene darle su lugar al Tribunal, es francamente otra locura. En ambos casos, es avalar que sólo la fuerza cuenta en la política. No el derecho, ni la inteligencia. El Tribunal Electoral es la última instancia para encontrarle una salida al problema nacional del día.

Los magistrados tienen frente a sí una enorme responsabilidad porque, en el fondo, de su resolución depende en mucho el porvenir inmediato del país. Es de desear que los magistrados se crezcan, hagan acopio de fortaleza y entereza pese a la vulnerabilidad de su propia circunstancia y eviten la mezquindad y la perversidad que marcó al concurso electoral. Son siete personalidades que podrían marcar la diferencia frente al conjunto de la clase política, basta actuar con altura de miras. No se trata de suplantar la decisión ciudadana, se trata precisamente de hacerla valer.

*** Por esa razón, es menester no incurrir en los vicios y errores de la campaña electoral y dejar que, en este último tramo del proceso, los magistrados cumplan estrictamente con su deber. Es preciso impedir que la movilización se constituya en instrumento de presión indebida y es preciso impedir que los actores y factores de poder se constituyan en lo mismo. Impedir que en las plazas públicas o en los despachos privados se pretenda resolver algo ya se decidió y que corresponde rectificar o ratificar al Tribunal. Es la hora del derecho, el reloj de la democracia marca ese momento. A la vuelta de los días, es claro que a la ciudadanía le faltó fuerza y organización para impedir que la campaña saliera de los rieles por donde debió correr.

Faltó exigirle a Vicente Fox no entrometerse y conducirse como presidente de la República y no como jefe voluntario de campaña. Faltó exigirles decisión, determinación y entereza a los consejeros para conducir el proceso electoral. Faltó exigirle a Víctor González Torres salir de un terreno que no era el suyo. Faltó exigirles a los factores reales de poder no pervertir su participación, haciendo una campaña complementaria de la guerra sucia.

Faltó exigirles a los dos principales protagonistas, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, conducirse como auténticos candidatos a la Presidencia de la República y no como gestores de empleo o aumento salarial o como abanderados de una cruzada de la cual sólo uno de ellos debería salir vivo. Hoy, a pesar de las pasiones desatadas, es menester acotar a esos actores y factores de poder para conjurar la tentación de jalonear a los magistrados para que resuelvan en una dirección distinta a la que se estableció en las urnas. Es claro desde luego que ambos candidatos no dejarán de hacer cuanto puedan para verse en la residencia oficial de Los Pinos, pero no por ello deben vulnerar a la última instancia institucional.

*** Llamar a serenar y enfriar los ánimos y a dejar que los magistrados hagan su trabajo puede parecer inocente. Aun así, es necesario hacerlo. Es necesario porque no hay red de protección para salir del atolladero en que el país se encuentra. Hay partidos, pero no hay dirigentes. Hay Presidencia de la República, pero no hay presidente de la República. Hay IFE pero no hay consejeros. Hay legisladores, pero no hay Parlamento. El momento es delicado.

Absurdamente, Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador están entrampados por la campaña en que se metieron o en que los metieron. Sin importar cuál de los dos se quede con la Presidencia, es claro que será un presidente en extremo vulnerable, con infinidad de compromisos y con un reducido margen de maniobra. De ahí la importancia de revestir de la mayor legalidad y legitimidad el resultado final de la elección.

*** El próximo presidente de la República se va a encontrar con un país profundamente herido. A la polarización social se le dio carta de naturalización política con un problema extra, se abrió la puerta a los ultras de uno u otro color. Por si eso no bastara, se le atizó con promesas de muy difícil cumplimiento. Empleo inmediato o aumento automático de ingresos, como si problemas de esa magnitud se resolvieran con la simple voluntad presidencial. Voy a atraer inversión, voy a generar ahorro. Gangas de campaña sin límite, decoradas con reducción de impuestos y abaratamiento de insumos y servicios. Esa polarización hizo formar filas a factores reales de poder con los que el próximo presidente de la República tendrá que lidiar.

El respaldo de ayer será factura de mañana. Sean de grandes empresarios o sindicatos corporativistas, las facturas están por llegar. Lo más curioso de las promesas de continuidad o discontinuidad mejoradas, es que tuvieron y tienen por fundamento un profundo dogmatismo. Y es claro que en esos dogmas no está la solución que el país requiere. Se apegaron al manual para ofrecer el paraíso, cuando la exigencia es de imaginación y talento político. Sin salir de su ubicación en la geometría, mostraron profundo conservadurismo. El próximo presidente de la República se va a encontrar con un nivel de exigencia mayor y un periodo de gracia menor, producto de la irresponsabilidad con que se condujo la campaña electoral. Se va a encontrar con un país harto de la desigualdad social, la falta de canales de participación ciudadana, la inseguridad pública... y la impunidad política.

Problemas a los que se van a agregar los desafíos determinantes en la reintegración de México a un mundo donde los países no pierden un minuto en tomar ventajas para competir. Por eso la necesidad de apoyar a ese próximo presidente de la República dejando correr este último tramo del proceso electoral, en los mejores términos posibles. De nuevo la política está en manos del Poder Judicial, ojalá los magistrados actúen con altura de miras respetando la voluntad popular y rescatando aquello que los políticos no aprenden a apreciar.

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