Imposible resulta encontrar dos huellas digitales idénticas. Lo mismo sucede con las opiniones de los economistas. Mientras unos dicen que estamos en crisis, otros piensan que las finanzas mexicanas jamás se habían encontrado tan bien. Pero inauditamente en algo se han puesto de acuerdo: a México se le está pasando el tren de la modernidad.
En verdad no hace falta ser economistas para darnos cuenta de ello. Antes México era considerado el hermano mayor para los pueblos latinoamericanos. Ahora, además, podemos ser nombrados como el hermano mediocre.
Muchos ejemplos hay de prósperos mexicanos que día a día trabajan para contribuir al desarrollo del país. Desde Carlos Slim, dueño de Telmex, hasta doña Cata, dueña del estanquillo de la esquina, somos muchos los que entregamos nuestro diario esfuerzo para vivir en un México mejor.
Pero pese a nuestra lucha cotidiana, vemos cómo pueblos antes considerados como atrasados, son ahora respetables potencias que encabezan los índices de mayor calidad de vida en Latinoamérica. Me llama la atención, muy especialmente, el caso de Chile.
Después de haber sido un país en el que para conseguir unas piezas de pan era necesario hacer largas filas y de haber vivido tantos años bajo el régimen dictatorial de Pinochet, Chile es ahora una próspera nación que lleva la batuta comercial en Latinoamérica.
Los chilenos supieron prepararse para la modernidad. Además de haberse preocupado por ofrecer una excelente educación a los niños y a los jóvenes, aprobaron un sinfín de acuerdos para adaptarse y sacar provecho de los tiempos de la globalización.
Pero los mexicanos no hemos aprendido esta lección y, poco a poco, vamos viendo cómo se van de nuestro territorio más empresas y cómo los grandes grupos empresariales fijan su mirada en otras naciones. Eso que llaman competitividad es un término desconocido para nosotros. La ineptitud del equipo foxista es culpable en gran parte de ello.
Aquel dos de julio de 1999 voté por un Vicente Fox que encarnaba la esperanza de tener un México mejor. Ha logrado avances dignos de mencionarse, sin embargo, hay una falla que no podrá perdonársela el pueblo mexicano: el no haber sido capaz de impulsar las reformas estructurales necesarias en nuestro país.
En lugar de haberse mantenido abierto a negociaciones que quizá le hubieran perjudicado a él y a su partido, pero que beneficiaran a los mexicanos, prefirió mantenerse en una lucha constante con las fuerzas opositoras del Congreso. El resultado ya todos lo sabemos: perdió Fox, perdieron los diputados de la Oposición y perdimos los mexicanos.
Otros culpables del retroceso en el cual se encuentra nuestro país son los miembros del Congreso de la Unión. Todos ellos ganan muy buenos sueldos. Además, reciben prestaciones dignas de envidiarse. Y a pesar que los tenemos muy mimados, poco hacen por nosotros.
Un diputado en México debe ser definido como el político dedicado a alcanzar el máximo beneficio propio y para sus partidos. En lugar de haberse puesto de acuerdo para impulsar las leyes que requiere el país para su desarrollo, dedican todo su esfuerzo a criticarse unos a otros quedando en último término los intereses ciudadanos.
Es vergonzoso el empeño que han puesto los legisladores del PRI y PRD en demostrar los negocios ilícitos del hijo de Marta Sahagún. Es necesaria una investigación del caso, es cierto, pero al no encontrarse pruebas suficientes debe dejarse la lucha en paz. Sin embargo, los diputados se han preocupado siempre por desprestigiar al presidente de la República pues esto se podría traducir en votos a su favor.
El proceder de los diputados demuestra la línea que seguirán las campañas electorales. Los golpes bajos abundarán y los mexicanos tendremos un motivo más para creer menos en la política.
El último tren hacia la modernidad espera en la estación. Espero que seamos capaces de optar en un futuro cercano por el candidato presidencial que esté capaz de comprarnos un boleto hacia el desarrollo.
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