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El zeppelin en la frontera

Gabriel Bauducco

Un viaje por la línea fronteriza descubre un mundo singular

Huevooones. Son unos huevooones, decía el chofer mientras conducía mirando al cielo, en la carretera desde Piedras Negras a Laredo, a un lado del río, en el norte del país. Pero, ¿de qué habla?, le pregunté. Entonces me explicó todo.

Lo que el conductor buscaba con los ojos en el cielo era el zeppelín que las autoridades migratorias de Estados Unidos elevan entre las nubes de la frontera cada día, para espiar a las personas que intentan ingresar a su país ilegalmente, librando apenas las aguas del río. Así, cuando han hecho un par de kilómetros tierra adentro y creen estar a salvo, la Border Patrol los intercepta para deportarlos.

Ese día, el globo no aparecía en el cielo. ?Hoy se van a cruzar de a miles?, me dijo el chofer.

También me dijo que todo aquello era bastante fácil. Buscando los contactos adecuados, uno podía pagarle tan sólo 100 pesos a un taxista que lo llevara con el ranchero apropiado, el auténtico ?pollero?. El ?cliente? tiene que pagarle 1,500 dólares al ranchero en concepto de ?alimentación y hospedaje? durante los días que deberá esperar para encontrar el momento correcto para el cruce. Y, también, desde luego, para usar esas tierras como lugar de paso.

A su vez, el ranchero le pagará 30 dólares al taxista por cada ?cliente? que le lleve. ?Y no es poco?, me dice el chofer. ?Porque algunas veces son capaces de cargar hasta diez personas en un mismo carro. A mí me cacharon una vez y ahora estoy castigado.

?Hace poco fui a llevar un Mercedes de mi patrón para que le dieran servicio de mantenimiento ?del otro lado?. En eso, me paró una patrulla, metieron mis datos en una computadora y se dieron cuenta de que en 1998 yo intenté cruzarme por el río. Fíjese qué mala suerte tengo, joven. Ahora ya tenía la visa en orden. Pero hace tantos años metí la pata y ahora estoy castigado. Por un año no puedo volver a entrar. No me importa, hasta estoy descansando, pues. Como no puedo ir al lado gringo, tengo menos trabajo que hacer?.

Pero siempre hay ocupaciones para todos. De las legales y de las otras. ?Es que los gringos quieren de todo. Son capaces de comerse un bistec de pulgadas, piden mujeres, y quieren matar venados. A veces dan miedo?, me cuenta el conductor.

De hecho, me dice, también la caza es un mercado interesante. Algunos hoteles de Piedras Negras ofrecen un servicio que no está escrito en ninguna parte. Cuentan con alguien que se guía a los turistas a algunos ranchos que les permiten la caza de estos animales, para que luego se lleven las cabezas, los trofeos de caza, de regreso a su país.

El chofer se queda unos minutos en silencio, mirando el cielo otra vez. Hasta que de repente, grita, grita sin parar: ?Carajo. No es posible. Carajo. Ahí está el zeppelín. Pues claro, es que los gringos no huevonean jamás?.

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