La jornada electoral del domingo pasado, es un orgullo para los mexicanos y una prueba de que somos aptos y capaces para la democracia.
La participación ciudadana en las urnas en una proporción del sesenta por ciento del padrón electoral y el transcurso de la jornada sin incidentes que cuestionen su legitimidad, es una realidad de la que todos hemos sido además de testigos, protagonistas principales.
Felipe Calderón remonta y supera en el México de las regiones la diferencia del voto que favorece a López Obrador en el Distrito Federal, generando con ello una ventaja que aunque corta, está sustentada de manera muy amplia en toda la geografía nacional.
En el caso de Coahuila el Partido Acción Nacional se alza con el cuarenta por ciento de la votación, frente al treinta por ciento del PRI y el veintitrés por ciento del PRD. El porcentaje obtenido por el PAN es en sí mismo contundente en apoyo de su candidato presidencial, pero el trasiego del voto priista hacia López Obrador, ofrece un rendimiento adicional que además de asegurar el triunfo del PAN en cuanto a la fórmula al Senado de la República, le permite obtener el triunfo en cinco de los siete distritos electorales.
La fuerza y color de los resultados habla por sí misma, y revelan una gran influencia del sufragio no comprometido ni con las estructuras ni con el voto duro de los partidos, lo que confirma la importancia de la participación ciudadana.
Como lectura concluyente para los partidos, para consolidar la votación obtenida en las elecciones venideras, el PAN deberá resolver la falta de liderazgo que enfrenta a nivel estatal y tomar las medidas que le aseguren presencia permanente en todo el territorio del estado, actualmente reducida al área de la Comarca Lagunera.
El futuro del PRD dependerá de que subsista la alianza momentánea generada en torno de la candidatura de López Obrador, con la disidencia tránsfuga del PRI encabezada por Raúl Sifuentes Guerrero.
Por lo que hace al PRI, deberá reinventarse a partir de un esfuerzo nacional que como tarea prima en la esfera regional, requiere la disolución del binomio partido-gobierno que al igual que en el resto de las entidades priistas, recrea el antiguo régimen a nivel estatal corregido y aumentado, y que somete la existencia y operación del partido al mando del gobernador priista en turno.
En el caso de Coahuila, resulta claro que el ascenso del PRD y consiguiente caída del PRI corren a cargo de la falta de rumbo y consistencia del Gobierno de Humberto Moreira y de la labor de zapa de los operadores del ex gobernador Martínez y Martínez, en función de la ruptura generada en las postrimerías del sexenio anterior.
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