Los seres humanos nos caracterizamos por nuestra gran capacidad para soñar. Todos soñamos con vivir en un mundo en donde reine la paz, con lograr la felicidad propia y la de nuestros seres queridos, con llegar a realizarnos plenamente como personas y también en el ámbito profesional. Sin embargo, uno de los sueños más arraigados en los seres humanos es el de tener poder.
No hay nada de malo en que el hombre busque el poder, ésa es parte de la naturaleza nuestra. Desde niños buscamos la manera en la cual podamos conseguir lo que queremos. Durante la adolescencia, con tal de sentir la satisfacción que da el poder, surge en muchos la necesidad de dominar a alguien ya sea física o intelectualmente. Al llegar a la edad adulta, buscamos a toda costa ser exitosos, lo cual muchas veces se confunde con llegar a tener mucho dinero y, sobre todo, mucho poder. Sin embargo, se corre un grave riesgo cuando una persona tiene mucho poder y no sabe utilizarlo correctamente, pues como dice Honorato de Balzac, es más fácil no dar el poder a ciertos hombres, que impedir que abusen de él.
En cierta medida todos soñamos con el poder. Los sacerdotes, por más humildes que sean, buscan tener el poder de contagiarnos con su sacro espíritu, de convencernos a seguir la senda que nos conduzca al reino de Dios, y de guiar, por medio de sus sermones dominicales, nuestra vida cotidiana.
Los empresarios también sueñan con tener poder. Escalar al máximo escalafón de una compañía es el objetivo de cientos de profesionistas. Ser el director de una empresa significa tener un excelente sueldo, unas prestaciones increíbles, autos nuevos, viajes al extranjero, tener acciones de la compañía, tomar las decisiones más importantes sobre la operación y el futuro de la empresa, y, sobre todo, tener la facultad de ser llamado “el superior”, “el jefe”, “el mero mero”.
Pocas personas están tan obsesionadas con el poder como los políticos. Con tal de obtener lo que quieren, no les importa ser pisoteados y ofendidos, pues saben que en un futuro tendrán el poder suficiente como para vengarse. La ambición de los políticos es tanta, que renuncian a los valores que les inculcaron, afectando así al pueblo, a su familia y a ellos mismos.
La historia ha estado llena de gobernantes que se perdieron por el gran poder que tenían. Uno de ellos fue Nerón, quien su locura lo llevó a cometer verdaderas atrocidades. En una ocasión Nerón mandó asesinar a su madre, en otra, nombró como cónsul a su caballo, pero quizás la más grande de todas fue la de haber mandado incendiar Roma con el único afán de inspirarse para componer una canción sobre el incendio de Troya. Otro personaje que se dejó seducir por la magia del poder, es Carlos Salinas de Gortari. Él explotó al máximo el poder que todo presidente posee. Utilizó recursos públicos para alimentar sus bienes personales y sacrificó el bienestar de todos los mexicanos para beneficiar a un reducido grupo de funcionarios públicos y empresarios.
Yo, al igual que la mayoría de los seres humanos, sueño con tener poder, sin embargo, yo no quiero ser sacerdote, ni un importante hombre de negocios, ni mucho menos un político. Para tener poder yo quiero convertirme en un instante. Probablemente ustedes se imaginen que estoy enloqueciendo, pues ¿qué hay de poderoso en un simple instante? Tal vez cambien de idea al tomar en cuenta que en un instante Miguel Ángel tuvo la ocurrencia de esculpir “La Piedad”, que en un instante Fleming descubrió la penicilina, que en un instante Gandhi sintió la necesidad de luchar por los derechos de los hindúes.
Todas las noches platico con Dios y le pido que me ayude a convertirme en un instante de luz y no de oscuridad, de verdad y no de mentira, de generosidad y no de egoísmo, de alegría y no de tristeza. Si logro hacer esto en el instante de mi vida, seguramente llegaré a ser recordado como uno de los hombres más poderosos que jamás existieron.
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