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En carne propia

Javier Fuentes de la Peña

Los políticos aseguran implementar acciones para el combate de la delincuencia. Al mismo tiempo, los ciudadanos advertimos cómo día a día somos más las víctimas de la inseguridad pública.

La delincuencia, como una ola, va inundando al territorio nacional, al grado que en muchas ciudades ya se encuentran con el agua hasta el cuello. No existe población, por pequeña que sea, que se encuentre exenta de robos, violaciones, de la venta de drogas o de ejecuciones a plena luz del día.

Tan grave es la situación, que poco a poco nos hemos acostumbrado a los actos delictivos. Sin embargo, cuando nos toca ser víctimas de la inseguridad pública, nos damos cuenta de la triste realidad que nos ha tocado vivir.

El fin de semana pasado, para no ir más lejos, fui víctima de un intento de robo. Ese día mi esposa y yo decidimos viajar a Monterrey para llevar a nuestros hijos a un lugar llamado Kidzania, en el cual los niños juegan a ser adultos (no sería mala idea abrir un negocio en donde los adultos jugáramos a ser niños).

A dicho viaje se unió mi concuño y su familia. Como ambos llegamos a horas distintas, cada uno estacionamos nuestra camioneta en lados opuestos.

Tras disfrutar de un día muy divertido, en el que mis niños hicieron una pizza, un gansito y jugaron a ser cajero de supermercado, salimos ya casi con nuestros hijitos dormidos. Sin embargo, en esos momentos no imaginaba que me esperaría una gran sorpresa.

Al llegar a la camioneta y luego de acomodar a mis hijos en sus respectivas sillitas, me di cuenta que el vehículo no arrancaba. Preocupado por lo que sucedía, alcancé al otro extremo del estacionamiento a mi concuño.

Al ver que todavía no se había ido, sentí un gran alivio pues algo entiende él de mecánica. Al examinar mi vehículo supuso que el marcador de la gasolina se había descompuesto y que quizá me había quedado sin combustible. Fue entonces cuando me ofreció llevarme a la gasolinera más cercana.

Cuando se subió a su camioneta, dibujó una cara de asombro: ¡No arrancó! Por increíble que parezca, tampoco funcionaba el indicador de la gasolina.

En ese momento no sabíamos si reírnos o llorar. Al dar la noticia a nuestras esposas, supimos que la segunda opción fue la más indicada.

Inmediatamente buscamos ayuda, pero nuestros esfuerzos fueron vanos. De pronto, un amable taxista nos ofreció traer un mecánico. Luego de una hora apareció, ya cuando estaba la Policía de San Pedro Garza García analizando el extraño caso.

Diez minutos después, el mecánico dio con el motivo de la avería de ambas camionetas. Según explicó, alguien había desconectado una especie de cable que va del tanque de la gasolina hasta el motor. Por esta razón, supongo, el indicador de gasolina no funcionaba e impedía así que el motor arrancara.

Fue entonces cuando descubrimos el misterio: si alguien desconectó el cable, fue porque buscaba que dejáramos las camionetas en el estacionamiento y, más tarde, pasar por ellas.

Ese día la suerte impidió que me convirtiera en una víctima más de la inseguridad pública. Ese día me di cuenta que los mexicanos estamos secuestrados por los delincuentes. Cada minuto cientos de robos se presentan en nuestro país y, mientras tanto, los ciudadanos tenemos que sufrir ante la incapacidad de los cuerpos policiacos.

Aunque este intento de robo sucedió en Monterrey, en Coahuila no estamos exentos de historias semejantes. Una de las principales promesas de Humberto Moreira, fue la de combatir la inseguridad pública. A unos días de que pronuncie su primer Informe de Gobierno, debería pensar en lo que ha hecho para cumplir su promesa y, sobre todo, en lo que debe hacer en un futuro para reducir los embates de este poderoso mal.

javier_fuentes@hotmail.com

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