Su primer tatuaje se lo hizo a los diez, y a los trece años se sometió a un rito de iniciación en una clica de Chamelecón..y "de ahí empecé a andar haciendo maldades, a tomar decisiones por mí mismo, teniendo que matar".
EL UNIVERSAL-AEE
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El nombre de este paraje de montaña no es un nombre del que uno no quiera acordarse. Pero es que hacerlo podría desencadenar asesinatos y otras desgracias; atraer a la muerte, invocar nuevos infortunios. El Pobre, un Big, palabra de la pandilla Barrio 18 en San Pedro Sula, se retuerce las manos pensando que hasta este confín al norte de Tegucigalpa podrían venir a descachucharlo, a enviarlo, por consigna, de un tiro al otro barrio. Hace frío y la noche sin luna, prematura en el invierno centroamericano, se vino encima. Cosquillean en las laderas brumosas, animando sus veredas franqueadas de pinos e izotes, los pasos vigorosos de jóvenes, muchos de ellos jomis como el Pobre.
Este moreno espigado, veterano a sus veintiséis años y, quién sabe, 1.68 metros de estatura, pelado a rape, barba de candado y grandes ojos oscuros tocados con unas pestañas largas, rizadas y abundantes, casi infantiles (que recuerdan La Virgen de los sicarios de Vallejo: ?Pero si Alexis tenía la pureza en los ojos tenía dañado el corazón?), refiere el instante en el que su vida tomó un giro que lo puso ante la circunstancia de sentenciar con la elocuencia indispensable: ?Entonces yo soy el Pobre, de la Dieciocho y te vengo a matar?. Vaya, pues.
Su vida no es sólo suya, y además no es extraordinaria entre los pandilleros. Tiene nombre, Yubini, y apellidos, que ruega con disimulada severidad no difundir. De diez hermanos dos murieron: ?fracasaron de enfermedad?, prefiere mirarlo así, ?gracias al Señor no fueron víctimas de la violencia?. De los ocho vivos, es el penúltimo y el único pandillero, ?gracias al Señor? también, aunque los hay alcohólicos, drogadictos y ?más que todo, que han ejercido la violencia contra sus parejas y sus hijos?, observando religiosamente la tradición familiar.
Le interesa hablar de la violencia, a la que confiere vida, aludiéndola como a un ser milagroso, obstinado, acechante, que ?todavía sigue sobre mi persona?. En su casa, de niño, es donde se la dieron a probar y ahora su padre insiste en negar que sea su hijo, ?se avergüenza, me ha rechazado, me ha corrido de mi casa desde que entré a la Dieciocho, y mucho antes?.
Su primer tatuaje se lo hizo a los diez, y a los trece años se sometió al rito de iniciación en una clica de Chamelecón -sector marginado de San Pedro Sula, en la costa caribeña de Honduras, que el mundo conoció cuando el 23 de diciembre de 2004 un grupo presumiblemente de pandilleros abrió fuego con armas de asalto acribillando de muerte a veintiocho personas-, y ?de ahí empecé a andar haciendo maldades, a tomar decisiones por mí mismo, teniendo que matar?.
Su padre lo había echado. La clica lo adoptó, por lo menos al principio, de forma incondicional. El instinto de supervivencia lo movió a procurarse su cobijo y los jomis fueron tentándolo: podría pertenecer a la pandilla siguiendo el protocolo. ?Prácticamente me llevaron a un lugar, a un campo donde me dijeron que podría pertenecer a su grupo siempre y cuando aguantara un brinco de dieciocho segundos y luego fuera a cometer un homicidio?. Una tarde, para hacerle brincar el Barrio, lo golpearon tres de los más fuertes. Como paridera, el líder le dio nueva identidad: entre estertores feneció Yubini para nacer el Pobre. Por qué ese aká, por qué ese mote. Por pura y paradójica conmiseración de sus jomis, sorprendidos al constatar su incapacidad para experimentar compasión. ?Porque para mí no existían ni familia ni sentimientos humanos, no tenía piedad para hacer algo o actuar contra alguien?. La golpiza lo mantuvo atado a la cama una semana, inmóvil, taciturno, turbia la mirada, en la destroyer de la clica, donde sus temibles camaradas le proveían con esmero medicamentos, comida, afecto y protección.
Hasta que pudo incorporarse, sostener una pistola y retomar la calle, para por fin ameritar el derecho de piso, para ganar el pase: ?Me pusieron en la mano el arma. En una esquina estuvimos esperando por tanto de una hora, cuando me preguntaron, ¿Ves aquel chavo que viene así. Ése es Emeese. No te conoce, no sabe que vas a ser del Barrio. ¡Mátalo! Entre el miedo y la valentía, me fui. Cuando estaba a unos dos metros de él, le hablé de jomboi, que es la palabra de la pandilla de ellos:
-¡Qué transa, jomboi!
-Suave, jomboi. Y tú, ¿quién eres?
-Soy el Pobre de la Emeese.
-Simón, ¿y de qué parte?
-Del sector Rivera Hernández. ¿Andas tatuado?
-Sí. Mira.
-Entonces yo soy el Pobre, de la Dieciocho y te vengo a matar?.
Trece años después de este suceso, la pandilla sigue siendo para él semejante a una acogedora madrastra, ?el Barrio me formó porque yo era un niño cuando me metí a la pandilla?. Pero había llegado ahí con una base y se vio desde el momento en que jaló del gatillo para alojarle un tiro en el cráneo, al adversario de la Mara Salvatrucha aquél. Era una habilidad que mamó desde ignora cuándo. Veía a su padre llevar consigo un arma, tirar con ella y desarmarla y aceitarla con un cariño envidiable. Para los de la clica no pasó inadvertida esta proximidad del Pobre con un arma, de modo que ?a ellos, conforme me metía en las cosas de la pandilla, les gustaba más cómo yo era, decían que era un jomi bien aventado, querían que siguiera, que no me apartara?. Robar a paisas y atacarlos se le hizo un hábito que se extendió a algunos de sus jomis sentenciados a muerte por la propia clica, que eran ?aquellos que no cumplían las reglas del Barrio y me encomendaban matarlos?.
Cometió 47 asesinatos contra paisas, policías, pandilleros adversarios y jomis de la propia clica, no movido por el odio, piensa, sino por algo más llano, porque ?el respeto tenía que ganármelo?. En 1998, a los dieciocho años, con una sombría hoja de servicios hablando por él, fue designado cabecilla de la clica de los Cháropar SPLS (acrónimo de Sombra del Parque de los Locos), en la Ebenezer: la colonia del sector Chamelecón donde sucedió la matanza de pasajeros el 23 de diciembre de 2004.
Su ascensión ocurrió luego de que ?el líder que teníamos en nuestra clica, lamentablemente, fracasó en una pegada, cayó en batalla?. De vuelta en la colonia convocaron a un mirin de emergencia y solemnemente le dijeron, ?Pobre, el Barrio ha decidido que, si tú quieres, has de tener la palabra?. Y aceptó, revelando en aquel episodio su mística: ?Considero que puedo tener la palabra, sí, porque me gusta mucho lo que hago, me encanta cometer delitos, me encanta cometer homicidios?.
En poco tiempo consiguió formar un ejército de ?279 elementos, la clica más grande que había en San Pedro Sula?, donde para consolidar su poder ?tenía que ser el más duro, el más malo, el más rudo de ellos. Si aquél mataba a un policía, yo tenía que matar a dos para ser más valiente; eso me lleva a decir que ellos no tenían respeto, sino que miedo, y es lo que me iba convirtiendo en su líder?.
Bajo su mando, la clica llegó a disponer de cuatro automóviles legales y tres casas de seguridad para ocultar cocaína y crack, cuya distribución era uno de sus tantos giros; un arsenal compuesto por 360 armas, entre fusiles AK-47, ametralladoras Uzi y Thompson, y pistolas calibres .44. Magnum, .40 y 9 milímetros; y varios autos robados, que en ciertas acciones eran garantía de impunidad.
Había sólo un tipo de situación especial donde las armas de fuego se consideraban innecesarias. Esa especie de ceremonial, consagrado a cierta clase de adversarios de la MS13 o a transgresores de la propia B18, exigía arremangarse y hacer el trabajo a brazo partido, equipados con hachas y machetes, en terrenos baldíos, muchas veces en la ribera maloliente del río Chamelecón: ?Lamentablemente, en diferentes ocasiones tuvimos la oportunidad de descuartizar a varios...?.