Cosas que tiene la vida: me desvelé la noche del jueves por culpa de Joaquín López Dóriga. Su pajiza y estirada forma de dar noticias alteró mi ecuanimidad al grado de no irme a descansar hasta saber quién iba a noquear a quién en la sala de plenos de la Cámara de Diputados.
Con tal ?sucirio? quedé en vela, atento a saber lo que supuestamente López Dóriga sabía que iba a acontecer en aquel improvisado ring de lucha libre entre lidiadores del PRD y del PAN, quienes sólo acertaban a dar guantadas, jalonearse las ropas, empujarse unos a otros sobre las butacas y tratar de usarlas como proyectiles sobre los contrincantes, pero al no poder cargarlas mejor arreglaron una tregua para poder cenar tamales y dormir a pierna suelta sobre los sillones.
Apenas había vuelto a cerrar los ojos desperté sobresaltado: ?¿No se habrán dado en la progenitora durante en la madrugada?? Ni tardo ni perezoso me incorporé para averiguar el final del episodio anterior.
El campo de batalla, paneado por la cámara de televisión, exponía un echadero de cuerpos, en apariencia inertes, que sin embargo producían sonoros gañidos y otros mal educados ruidos, seguramente provocados por la ingesta de la media noche anterior. Luego se escuchó la voz estentórea de un señor llamado Nicolás o Nicanor, pésimo imitador de la tesitura de Jorge Negrete, quien empezó a barbotar tonadas tapatías que culminaron con ?éstas son las mañanitas? dedicada a un panista yucateco tocayo de San Ignacio de Loyola. Entonces dije para mis dentros: ?Esto ya valió m... ? y me fui dormir.
A las 8:00 del horas del viernes primero salí de mi habitación con un entusiasmo digno de Gabriela Guevara para hacer mi habitual recorrido pedestre contra el colesterol, pero apenas abrí la puerta de la casa de ustedes sentí un golpe de aire a seis grados Celsius ahí abdiqué mis deportivas intenciones y extraje del refrigerador unos tamales de la pasada Navidad, me preparé par de huevos revueltos con todo y yemas, más unos nopalitos y un tazón de café: almorcé como si hubiera trabajado toda semana anterior.
Luego eché una ojeada a los diarios y encendí de nuevo la televisión: ya no estaba López Dóriga ante el micrófono. Carlos Loret de Mola narraba un flamante encuentro ?a puchones? de azules y amarillos por el dominio del corredor izquierdo del salón de plenos y entre los cruzados gritos de ambos grupos.
En ese instante arribó el senador Santiago Creel y dos que tres perredistas se disuadieron de taclearlo al ver a los defensores del equipo azul que salían en su auxilio.
Las cámaras se enfocaron en los rostros de los coordinadores del priismo en el Senado y en la diputación: mustios y enfurruñados lucían Beltrones y Gamboa Patrón, porque Calderón Hinojosa se había pasado por el arco del triunfo sus interesados consejos de buscar un recinto alterno para la protesta de ley del presidente electo. ¿Qué les iría a decir Salinas de Gortari?..
Poco más tarde apareció en escena el diputado lagunero Jorge Zermeño, presidente de la Cámara Baja, para dar indicaciones a las diputadas y diputados que usurpaban las sillas del presidium: tendrían que dejar esos lugares para el ex presidente Fox, el presidente Calderón y para él mismo.
Ya abierta la sesión solemne por el mismo Zermeño y sin decir ?agua va? los jerarcas arribaron juntos. Sincronizado, Calderón recibió la señal del presidente de la Cámara y extendió el brazo derecho frente a un atril con micrófono que reprodujo su vigorosa y constitucional protesta como Presidente de México.
Sorprendidos, los perredistas no tuvieron tiempo de pitar sus pitos porque el equipo de sonido ya reproducía las primeras notas del Himno Nacional. Eso los paró, los hizo cantar el coro y la estrofa y luego los puso en silencio con el último ?tan...tan? de la banda de música.
Cuando el perredismo acató lo sucedido, Felipe Calderón y Vicente Fox, muy disparejos, salían a tomar sus vehículos: uno, luengo de estatura pero estrecho de ideas, rumbo a su rancho en Guanajuato, el otro, corto de estatura pero dilatado en pensamientos, se dirigía al Auditorio Nacional para cumplir con el segundo evento de su primer día como Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
Y otro sí, digo, alguien más merece un reconocimiento: el diputado Jorge Zemeño, quien tuvo un hábil y seguro desempeño como presidente de la sesión conjunta del Congreso de la Unión. Jamás perdió el control de sí mismo, ni titubeó ante el asedio inquisitorial de López Dóriga. Mostró ser un hombre entero. Cuando se desocupaba el local de San Lázaro, Andrés Manuel López Obrador iniciaba una caminata con sus seguidores rumbo al Auditorio Nacional con la pretensión de sabotear el evento de Felipe Calderón. No llegó. Los accesos al sitio estaban bloqueados por la Policía Federal Preventiva. Tampoco resultó la estratagema de la anunciada solicitud de amparo contra la PFP y el Estado Mayor Presidencial. Ni van a valer, seguramente, las acciones posteriores que intentar n los coalicionistas para defenestrar a Felipe Calderón: ya es Presidente de México y Supremo Comandante de las Fuerzas Armadas. Nomás calcúlenle...