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¿En serio se pueden aislar la economía y la política?

José Juárez Medina

A medida que nos aproximamos a la recta final del momento definitorio para el relevo de los poderes en este país, las definiciones claras y las propuestas viables son las demandas más recurrentes que los diversos grupos de la sociedad hacen a los candidatos, particularmente a los que aspiran al poder Ejecutivo; aunque en el nuevo papel que viene jugando el Poder Legislativo (o que aspira ha), bien puede exigirse a quiénes se postulan para integrar este órgano del Estado que tengan una actitud más activa con ideas perfiladas, que se plasmen en planteamientos legislativos favorables para el país.

Y como lo hemos comentado en otras ocasiones, una de las principales definiciones que enfrentan los candidatos es sobre la política económica, la política social y las sectoriales, en una palabra lo que hemos llamado el modelo económico.

Es obvio y natural que en esta etapa de las campañas las generalidades, y también las ambigüedades, caractericen la toma de posición y pronunciamientos en esta materia. Obvio porque los candidatos, o algunos de ellos, no se quieren comprometer, por el costo político que ello implica, con planteamientos claros; natural, hasta cierto grado, porque es un poco ambicioso esperar los trazos más finos y los detalles de una propuesta, sobre todo si ésta es una alternativa real a lo que hemos visto en los pasados veintitantos años.

En es de llamar la atención de cierta perspectiva, que en primera instancia podríamos calificar de tecnócrata, en la que se habla recurrentemente, y se busca por diferentes frentes, de ?blindar? a la economía de la política, como si eso fuera posible. Cuando que el proceso que se avecina precisamente nos hace ver la imbricación real de ambas esferas, y que solamente para efectos analíticos y académicos tendemos a separar.

No obstante, con lo que se tiene hasta ahora se pueden distinguir dos grandes posiciones en esta materia, esquemáticamente, los que defienden la continuidad del modelo: supremacía del mercado y disciplinas monetaria y fiscal a ultranza; y quienes están por un cambio de rumbo.

Los que apuestan por la continuidad de esta política económica, reconocen lo básico: que no ha favorecido el crecimiento y el empleo, y que ha agudizado la desigualdad, pero no hacen propuestas de cómo avanzar hacia allá, sencillamente se limitan a decir que hay que ser pacientes, que eso vendrá, porque las condiciones de estabilidad por si solas harán que de pronto se generen los incentivos para crecer, para generar empleos y para tener una mejor distribución del ingreso. Por ejemplo, llevar a cabo las ya celebres ?reformas estructurales?.

Como se sabe, en la primera fila de quienes abogan por esta línea están los financieros, como los organismos multinacionales, el Banco Mundial, el FMI, el BID; obviamente las grandes corporaciones privadas financieras internacionales y las calificadoras. Desde luego, también están todos aquellos economistas, políticos, funcionarios (públicos y privados), periodistas y analistas que profesan la actual doctrina dominante.

Contrariamente a lo que se cree, o quiera hacerse creer, no todos los empresarios, están a favor de esta continuidad, y quiénes más esperan cambios en este sentido son los empresarios ligados al sector industrial, productivo en general, de los segmentos mediano y pequeño, quiénes se han visto afectados por esta apertura indiscriminada.

Así las cosas, al menos por lo que se puede leer y escuchar en los medios, a todo aquel que no comulgue con la idea de la continuidad de esta política económica se le califica de ?populista?. En ocasiones anteriores nos hemos referido a esta práctica muy de moda entre analistas, políticos, periodistas y en fin, entre gente con presencia en los medios. Habrá que seguir debatiendo sobre el punto.

De tal suerte que los populistas van desde Carlos Slim (el tercer millonario del mundo), Joseph Stiglitz (Premio Nóbel de economía), numerosos economistas y analistas, mexicanos y de otras latitudes, que no alcanzan a entender el sentido oculto de las bondades de lograr un déficit fiscal de cero (o superávit si se puede) y tener una inflación muy cercana a cero, similar a lo de los socios comerciales desarrollados (aunque nuestras condiciones estructurales sean radicalmente diferentes), quienes, sin estar proponiendo una estrategia macroeconómica irresponsable, plantean que las políticas monetaria y fiscal pueden ser formidables instrumentos para algo más que mantener las condiciones de estabilidad, sino que, por ejemplo, pueden servir para impulsar el crecimiento, la producción, y propiciar mejores condiciones para la distribución del ingreso.

El fragor de la batalla política por el modelo económico ya está aquí, y sin duda se intensificará con calificativos, amenazas, advertencias y otras cosas más. ¿Cómo ve usted, se pueden separar política y economía? Hay tareas.

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