De nueva cuenta se registraron marchas y protestas de inmigrantes en las principales ciudades de Estados Unidos, con la exigencia de que se emprenda una reforma migratoria que considere sus derechos humanos y laborales. Fue un primero de mayo en el que además se registraron paros de actividades en acatamiento a la celebración de “Un día sin migrantes” y se emitió la convocatoria a los mexicanos solidarios de este lado para que no compráramos ese día artículos de origen estadounidense.
La movilización en más de 40 importantes ciudades de la Unión Americana es un referente del poder de este numeroso grupo de migrantes, sin duda mayoritariamente mexicanos, pero que se ha extendido a diversas nacionalidades.
En esta ocasión también se demostró la capacidad de convocatoria y organización de la comunidad mexicano-estadounidense en su conjunto, que se tradujo tanto en cierre de comercios, restaurantes y oficinas, como en la ausencia de trabajadores de muchas empresas, tiendas y residencias particulares donde prestan servicios, así como en la inasistencia de miles de niños y jóvenes a las escuelas públicas y privadas.
Ha sido eficaz la estrategia de que las protestas se hagan de manera pacífica, evitando choques y confrontaciones y cuidando de no dejar espacios que permitan filtraciones de grupos racistas que buscan provocar violencia, anarquía y caos, lo cual sería muy desfavorable para los migrantes.
A estas expresiones públicas se han sumado ya personajes de origen mexicano o latinoamericano que también inciden de manera importante en los medios de comunicación, como la actriz Salma Hayek y el conductor del programa de televisión “Sábado Gigante”, conocido como Don Francisco, pues en algunos segmentos o radiodifusoras hay una prohibición tácita de que se hable de este movimiento, de sus demandas o de sus líderes.
Otros factores han influido en esta reivindicación de los migrantes en Estados Unidos. Algunos favorablemente, como los apoyos públicos de políticos destacados del ala demócrata, de manera destacada el senador Edward Kennedy y el alcalde de Los Ángeles, Antonio Villaraigosa; o adversamente, como la opinión del presidente Bush de que no debería cantarse el himno de su país en otro idioma que no sea el inglés.
Pero visto el problema desde otro enfoque, exhibe también la incapacidad -prolongada durante décadas- de los sucesivos gobiernos mexicanos para ofrecer empleo y salario digno a millones de mexicanos que se han visto obligados a una migración forzosa para sobrevivir y obtener una mejor calidad de vida, incluso a costa de alejarse de su tierra, su familia, su país.
Por eso, la solución al problema de la multitudinaria migración de mexicanos hacia Estados Unidos debería verse como una responsabilidad compartida, pues tienen tanto derecho allá como acá, aunque hasta ahora en ninguno de los dos lados se reconozca su digna, benéfica y hasta heroica labor, pues recordemos que su trabajo subsidia a ambas economías.
Sin embargo, la respuesta de nuestros gobernantes, candidatos y sectores importantes ha sido tibia, aislada o, de plano, omisa.
Adicionalmente, no se ha visto hasta ahora un apoyo amplio y comprometido de la ciudadanía mexicana, si bien muchos -pero no suficientes- nos sumamos el pasado lunes a la petición pública de no comprar productos estadounidenses.
El desenlace tendrá que venir pronto y no tardaremos en saber si en el Senado estadounidense se impondrán los legisladores republicanos que apoyan reformas tan injustas e indignas como la ley Sensenbrenner, o procederán con sensatez y sensibilidad social, considerando que a todos conviene establecer un nuevo marco jurídico y reglamentario que atienda con equidad y justicia el trabajo de los migrantes en Estados Unidos. Confiamos en que así sea, porque de lo contrario podría registrarse violencia, con perjuicios incalculables para Estados Unidos, pero también para México.
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