Cuáles son los principales miedos del hombre, le preguntaron. El filósofo respondió, primero el infortunio: un rayo que nos quiebra sin preguntar. Pero la angustia no vale la pena, es inútil. El segundo es a aquello que los otros nos pueden hacer. La traición, el engaño, la lista larga de las vilezas humanas. Aquí sí conviene abrir bien los ojos y calar a las compañías. El tercero es el más grave -siguió Bertrand Russell-, es el miedo a uno mismo, a equivocarse, a volverse necio, en el extremo a enloquecer.
¡Sorpresa!, reza una cabeza reciente de The Economist sobre el creciente poder de las economías emergentes. En un muy alentador material basado en información entre otros de Goldman Sachs?s el semanario inglés señala que México en 2040 podría estar dentro de las diez economías más grandes del orbe acompañado de los nuevos gigantes: China, India, Brasil y Rusia. La condición: hacer la tarea. Localización geográfica, población en edad de trabajo (bono demográfico), apertura comercial, recursos naturales, etc. Con gran frescura The Economist se pregunta ¿por qué México no?
Pareciera que es un asunto de ritmos, como que los mexicanos no tienen demasiada prisa y ello ocurre en un enloquecido mundo en el cual los meses, las semanas, los días, las horas, los minutos cada vez cuentan más. Hace poco el FMI dio a conocer su más reciente medición de PIB per cápita. De 181 países México aparece en la posición 57 con 7.594 dólares por habitante. En seis años perdimos ocho sitiales. Por primera ocasión Chile se sitúa por arriba de México con alrededor de mil dólares de diferencia. Perdimos ya el liderazgo histórico de la región. Sin embargo México avanzó en los últimos seis años, su PIB creció -incluida la deformación de los precios altos del petróleo- pero con gran lentitud. El problema es que otras naciones lo están haciendo mucho mejor. En 1981 México se situó en la misma lista en el lugar 41, fue el punto culminante. Pero en el último cuarto de siglo sólo hemos crecido en promedio 2.6 por ciento mientras que Corea y Chile lo hicieron al 6.7 y 4.6 por ciento respectivamente.
Un grupo de académicos de CIDAC encabezados por Luis Rubio, acaba de poner en circulación un libro tan claro como comprometedor: ?México 2025: el futuro se construye hoy?. Allí los autores de entrada nos recuerdan lo doloroso de esos ?puntitos? de diferencia. Un país que crece al seis por ciento duplica su PIB, el pastel a repartir, en doce años. En contraste un país que crece al dos por ciento se tardará 34 años en lograr el mismo objetivo. La clave los autores se la dejan a la voz de Paul Krugman: ?la productividad no lo es todo, pero a la larga es casi todo?.
Hasta aquí no habría nada nuevo. En una sociedad basada en el conocimiento, la educación, invertir en investigación son piezas centrales. Pero también lo son las inversiones en infraestructura, el costo de ciertos insumos como los energéticos y por supuesto que el entorno macroeconómico sea estable. La seguridad jurídica es inexorable. Uno de los momentos más atractivos del texto de CIDAC aparece en la no tan arriesgada tesis de construir cuatro escenarios con crecimientos de 2.7 por ciento, 3.5 por ciento, cinco por ciento y ocho por ciento. Para 2025 los PIB per cápita respectivos serían: 12,800 dlls; 14,950 dlls; 19,928 dlls; o 34,685 dlls. Seguir en la mediocridad y perder alrededor de 350 mil compatriotas al año, crecer razonablemente o crecer con prisa.
Pero allí no acaban las proyecciones de CIDAC. Si seguimos con un crecimiento de dos y fracción por ciento para 2025 el número de ?no pobres? sólo habrá disminuido alrededor de cuatro por ciento. En contraste si mantenemos un crecimiento de alrededor del cinco por ciento, cuatro veces más de mexicanos ya no entrarían en la categoría de pobres. Vayamos a los extremos: si seguimos por donde vamos para el año 2025 el porcentaje de pobres alimentarios será cercano al 20 por ciento. Una vergüenza. Si creciéramos al cinco por ciento sería menos del diez por ciento y en el escenario más optimista México estaría a punto de erradicar la pobreza extrema. Así de diferentes son los Méxicos que puede heredar la generación que nos gobierna. ¿Dónde están los obstáculos, los enemigos de un proyecto de mayor prosperidad y justicia? La lista no es muy larga: los intereses corporativos, los monopolios públicos y privados y los evasores institucionales. Son ellos los que se verían afectados con una reforma fiscal verdaderamente progresista y omnicomprensiva y con la extensión de mercados con competencia real.
Pero quizá una de las mayores aportaciones de este texto sea provocar la imaginación del lector hacia escenarios de mayor prosperidad que son asequibles. Las proyecciones, al igual que las de The Economist, rompen esquemas de flojera mental para pensar en cómo crecer más y más aprisa. La palabra obsesión central: si no nos obsesionamos con el crecimiento y vigilamos cada décima los mexicanos que hoy son responsables no podrán entregar buenas cuentas.
Si tanto nos importa la miseria, si tan consternados están los señores legisladores por la injusticia y la iniquidad, por qué no se proponen dejar las diferencias partidarias para un segundo plano y dar cauce a algunas de las múltiples iniciativas que duermen el sueño de los justos en perjuicio de México. Recordemos algunas: autonomía a los órganos fiscales y financieros; modernización del sistema de justicia con revisión del MP; juicios orales; terminar con los tribunales especiales; reelección de diputados, senadores y presidentes municipales; revisión y ampliación del sistema de pensiones para trabajadores independientes; flexibilización laboral; etc. Temas hay muchos. Pero quizá el mayor de los retos -siguiendo a Russell- es dejar de ser nuestros peores enemigos.