En ciertas cosas hay que saber esperar. La impaciencia puede volverse tormentosa. Lo mejor, es hacer de cuenta de que los sucesos no van a suceder para que cuando vengan los desenlaces sean sorpresivos. No importa que las fechas hayan sido dadas, no importa que se posterguen por cualquier razón, no importa que nadie se tome el trabajo de informar, no importa. Algún día las cosas tienen que llegar, si pasa un mes, dos meses o hasta un año, eso no tiene la menor importancia. Hay tantas cosas qué hacer en este mundo que una cosa que no se haga, insisto, no ha de tener la menor importancia.
La primera cosa que espero y ojalá suceda antes de Navidad es la resolución de un concurso de cuentos convocado por el Icocult. Ya ha pasado un mes que debió haberse dado el fallo según convocatoria, pero por azares del destino, no se ha dado, ni se ha declarado desierto, ni se ha cancelado. Se dijo que en esta semana se daría, estamos a jueves y sigo a la espera. (A lo mejor sale mañana viernes o el sábado, o el domingo) como una novela que parodiara a Franz Kafka, sería cuestión de que el dramatismo no se termine y seguir esperando y esperando, de oficina en oficina, de burócrata en burócrata y nunca llegar a saber cómo concluya el certamen. Ahora ya sé. La seriedad de los convocantes quienes, hay que comprenderlo, también los tendrán esperando sus respectivos pagos; ven mañana porque no salió tu cheque, ven pasado porque hizo frío, la semana que entra pagamos.
Bueno, la otra cosa que espero son tres libros anunciados por la Presidencia Municipal que también ya han sido postergados hasta enero. O séase que 2006 se la pasó sin ver publicaciones por parte del Municipio. Nos tenían mal acostumbrados a seis u ocho libros al año. El planteamiento de que fueran editoriales con distribución nacional es bueno, por lo menos vale la pena probarlo, pero hubiera sido mejor que se hubiese concretado este mismo año. Seguiremos esperando a ver cómo resulta.
Esto de la espera requiere ser paciente, y a estas alturas del juego como que no se nos puede pedir ser más pacientes. La gente desespera y si no desespera, toma de pretexto la desesperación para hacer zafarranchos y ofrecer otras alternativas que, den resultados o no, se muestran apetitosas para ser probadas. De promesas se puede vivir un tiempo pero las promesas si no se hacen realidad no mantienen a las personas tranquilas, se comienzan a exigir resultados y eso es lo que vale, los resultados.
De toda la obra pública anunciada este año, ese chorral de puentes, dónde están. Que si los estudios o no los estudios, que si ya nos sacamos la foto, que ahí van, la gente no dejará de preguntarse, ¿en dónde? En las marquesinas de publicidad, pero las personas no viven de las marquesinas de la publicidad, vive de realidades. La obra pública no sólo es para hermosear la ciudad o hacerla más eficiente, también son fuentes de trabajo directos o indirectos y eso es lo que se necesita para abatir la pobreza.
Los programas en el papel son muy bonitos, y hasta puedo admitir que los espectaculares también son muy bonitos siempre y cuando concuerden con la realidad que tratan de representar. Son más bonitas las obras realizadas, el avance cotidiano de la ciudad, las promesas cumplidas, porque sobre todo abaten la incertidumbre futura en la que ya estamos acostumbrados a vivir. ?Obras son amores y no buenas razones?, dice un dicho, y ellos son sabios. Las esperas son malas consejeras, ya ven lo que pasó en Oaxaca, lo mejor es prometer poco y cumplir con lo que se promete.
Hay que seguir esperando, hasta donde la paciencia alcance. Los tiempos de Navidad sirven para ver cumplidas las promesas. Ojalá y que sea un buen regalo de las instituciones que convocan a algo; mínimo la información pública, cumplir los compromisos, acabar los ciclos, poner punto final a lo que se comenzó.