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Ensayo sobre la cultura / DE CAPACIDADES

José Luis Herrera Arce

Cuando se discute sobre la calidad que presentan los medios de comunicación masiva, se dice que los productos deben de ser para el fácil consumo. Guiados por una mercadotecnia del menor esfuerzo, aparentemente la moda impera en los gustos, hay un conformismo poco exigente que lleva al éxito lo banal y que en cambio entierra en el olvido aquello que presupone una mayor elaboración o complejidad.

Este fenómeno no es exclusivo de los medios. A la hora de comparar los métodos de educación anterior y los actuales se ve que en lugar de un avance existe un retraso, a pesar de toda la tecnología que se quiera presumir. Parece ser que antes se aprendía más y mejor a tempranas edades. Los abuelos sí salían domando lectura y escritura desde la primaria, lo mismo que las operaciones básicas de la aritmética. Sabía sacar raíz cuadrada y otras operaciones que los chicos de secundaria no dominan.

Otra diferencia más; al parecer el conocimiento actualmente se reduce al nivel técnico; o sea, hacer las cosas sin que importe el porqué se hacen de determinada manera. La educación se aboca a un uso y no en profundizar en una ciencia. Las tecnologías en lugar de ser un detonante del intelecto parece ser la causa de la atrofia de la razón. Se ha descubierto que los alumnos sacan trabajos del Internet sin tener la necesidad de enterarse en qué consisten tales trabajos; la información no pasa por su mente y el fin será cumplir con el requisito impuesto por el maestro, aunque dicho cumplimiento no incluye enterarse del contenido de los trabajos.

Podíamos seguir refiriéndonos a fenómenos que aisladamente parecieran andinos pero que en su conjunto debería ser tema de serias meditaciones. ¿Estaremos desperdiciando las capacidades de nuestro cerebro? ¿Estaremos utilizando la tecnología en contra de nosotros mismos, como una arma para atrofiar lo que hay que desarrollar?

Cierto, al comparar calidades pierde la modernidad. Hoy, con todo y lo que presumamos, no se dan los genios que antaño se daban. Nos conformamos con tan poco y las cosas buenas cada vez son menos ofrecidas, menos desarrolladas y menos accesibles. Un Mozart es cada vez más raro, un Chaplin no ha vuelto a surgir. Un Shakespeare fue garbanzo de a libra y si hablamos de lo meramente comercial, estorba la razón y la inteligencia para el consumo.

Ignoro si haya estudios que puedan comprobar si el I. Q. de la humanidad haya bajado. Lo que sí es cierto es que para obtener el triunfo económico y social no es importante ni tener una buena preparación académica ni poseer una buena cultura. El triunfo se fundamenta en tener dinero, que es tener capacidad de consumo. Lo que consumas es lo de menos; en las casas de juego, que se están poniendo de moda en nuestra ciudad, consume utopías, sueños, posibilidades, el azar, eso sí, disfrazado de gran mundo.

Se vive la ilusión del consumo. La modernidad es consumir lo que se pone de moda. Indispensable para la vida moderna es el celular, o la lap top para chatear, ante la imposibilidad de hacerlo cara a cara con las personas que nos rodean.

Ponemos en riesgo a la juventud porque les damos la llave de acceso para que un vivo del otro lado de la computadora se aproveche de ellos o puedan enterarse de la pornografía mundial. ¿Pregúntese si la tecnología les sirve para saber más de lo que usted sabía a la misma edad? ¿Para hacerse más cultos o más inteligentes? Las respuestas deben de darle en qué pensar.

Los productos que se os dan están hechos para asimilarse con menos cultura inteligencia que lo que se daba por los medios hace veinte o treinta años. ¿Querrá decir eso que cada vez somos menos profundos en el pensar? ¿Qué cada vez somos menos aptos para manejar contenidos intelectuales? ¿Qué cada vez somos menos críticos, menos exigentes?

No sé si esto será cierto. Pero así actuamos, hasta en la política, en lugar de trabajar ideas se trabajan imágenes, slogans que no dicen nada, el lugar común, la sonrisa que amenaza con vacío.

¡Para pensarse!

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