Por estas fechas, igual que en años anteriores, miles de muchachos recibieron los títulos de sus universidades y con ellos en la mano, se han dispuesto a buscar trabajo. Como si fuera un acto de magia, el trabajo tendrá que estar ahí, inmediatamente después del título, con aquella promesa de ser bien pagado, sobre todo si presumes un papel de universidad reconocida. Muchos, también, comprobarán cuál es la realidad de las cosas; en caso de encontrar trabajo, no todos obtendrán los sueldos que sus sueños les prometen. Una vez más se aplica la vieja regla, si hay muchos vales poco; si no lo quieres, habrá quien lo quiera. ¿Cuántos estudiantes salen de administración? ¿Leyes? ¿Comunicación? Siga enumerando carreras. Si los jóvenes no se preocuparon por obtener alguna experiencia profesional antes de titularse, mucho más sufrirán.
Hay muchos que opinan que ahora lo que está en auge son las carreras que tienen que ver con la industria, las máquinas, la tecnología. Posiblemente; como si la nueva era hubiese subido de nivel al obrero calificado; dicho de otra forma, como si el ingeniero viniera a reemplazar al obrero calificado, o en el futuro lo fuera a hacer. La evolución nos llevará a ello, el hombre, como persona humana, cada vez valdrá menos, o su valor se encontrará en razón directa con su productividad económica y ninguna habilidad más.
La escuela, la universidad, los estudiantes, las instituciones, giran alrededor de estos supuestos. Tal vez eliminando materias humanísticas, literatura, filosofía, historia, y hasta el buen uso del lenguaje, del sistema educativo escolar porque ello no interesa para la productividad. Serían puros pasatiempos de mentes improductivas que a la sociedad interesa cada vez menos. La esencia humana está en imaginar que con su trabajo puede llegar a obtener un buen nivel de vida, ver cómo pocos lo obtienen y la gran mayoría acude a los engaños en que el mismo sistema lo envuelve: nivel de vida, casa, carro, parranda, droga, vacío.
En Farenheit a la sociedad se le prohíbe leer. Los bomberos se dedican a quemar libros. La lectura puede fomentar conciencias críticas. A la gente se le consuela con el soma, que es una droga y la televisión, donde le pasan la imagen del mundo feliz y le manejan las noticias (cualquier semejanza con la televisión mexicana no es mera coincidencia).
Lo siguiente es una imagen que en el retrato del artista adolescente de James Joyce se nos presenta: ?Veía las cabezas de sus compañeros inclinadas dolientemente mientras escribían en sus cuadernos los puntos que les recomendaban anotar: definiciones nominales, definiciones esenciales, ejemplos, fechas de nacimiento y de muerte, con las críticas favorables y adversas contrapuestas a dos columnas?.
Hace unos años la educación hacía dóciles a los alumnos. Ahora, la rebeldía estudiantil es caer en el juego de que pueden desechar todo, lo único que importa es el título. Si aguantas, obtienes un título. La vieja regla universitaria era: inscribirse y no morirse para recibirse. Como lo titulo es otro producto que se está desprestigiando, ahora la licenciatura no basta, se pide maestría, doctorado. Más, más y más, papelitos, conocimientos, no sé. Nada de ello se ve reflejado en la calidad de los productos culturales que utilizamos en la vida cotidiana. En el caso de México, los productos culturales nacionales que se comercializa es de lo peor. Lo suplimos con los productos internacionales: podemos entretener nuestras mentes con la biografía de Alejandro, existe la película, la serie de televisión y el libro, lo mismo de Cleopatra. Pero de Xicoténcatl no existe ni el libro, ni la película ni la serie, de Tlacaelel existe nada más el libro, de Cuauhtémoc, un libro por ahí y ¿Dónde está el nacionalismo? ¿De qué estamos orgullosos o de qué nos avergonzamos? De la gesta del oeste americano sobra hasta para dar, regalar, exportar con el wester spaghetti y demás, de la gesta de la conquista que poco hay, uno que otro melodrama. ¿Qué hace la educación con nuestro ser? Hacernos producir, ¿para qué? Para pagar caro la comida enlatada o chatarra.
La educación, ¿cuál es la panacea de la educación? La educación nos hace tener conciencia de nuestro yo y de nuestro mundo. Nos obliga darle un sentido a la vida, una razón de ser a la vida, darnos cuenta de las potencialidades con el fin de cultivarlas. La belleza es un don que sólo el hombre aquilata. Lo despreciamos. ¿En qué consiste ser hombre?