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Ensayo sobre la cultura / LEGISLAR LOS MEDIOS

José Luis Herrera Arce

A estas alturas, una ley que no convencía a muchos parece haber sido aprobada. En situaciones como ésta es cuando uno se pregunta de la validez que tienen las instituciones y de su representatividad. ¿Para quién se legisla? ¿A quién se representa? ¿Dónde está aquel principio que me asegura que se legisla para el bien común, entendiéndose éste, el beneficio de la comunidad; en vez de legislar para que salgan beneficiados unos cuantos? Si usted lo encuentra me lo avisa.

La historia de la legislación de los medios es larga; y el hecho de que éstos se impongan siempre ha sido constante. El poder es el poder, y quien tiene el poder de convencimiento, de información, de promoción, el económico, tiene algo más que las aspiraciones de los ciudadanos comunes y corrientes a tener derecho a un mayor nivel de educación, de información, de diversión. Lo que los medios nos han dado hasta ahora, en lo general, ha sido un tonto comercialismo que va acabando, por un lado con la cultura tradicional y popular, y por el otro, con lo clásico de la cultura. La mente se nos ocupa en discusiones bizantinas sobre fantasmas y ovnis, y durante todo el día se nos ofrecen los servicios de los astrólogos, videntes y demás. Al pueblo se le divierte con la vil explotación del morbo en todos sus aspectos; el amarillismo se ha apropiado de la sala de nuestros hogares para ver cómo se pelean el marido, el amante, la esposa, el hijo, la hija, en falsos paneles de psicoterapia familiar.

Las telenovelas cada vez son más estúpidas, ya ni siquiera podrían clasificarse dentro del género de la farsa. Concederles más frecuencias a lo mismo, de lo mismo, en vez de que la ley permita otras opciones, aunque estas otras opciones no sean ni tecnológicamente ni económicamente tan fuertes pero puedan ser creativamente o éticamente mejores.

¿Qué abundan las frecuencias ahora que se digitalizan? Esto es una gran probabilidad. Ya vio lo que hace algunos años pasó con la radio. Programación de estaciones A. M. se repitieron en F. M. de lo mismo, como se dice en la jerga popular, más de lo mismo, es lo que está sucediendo con el canal 40 hoy que pertenece al trece. (Olvídese usted de la repetición de ?yo Claudio?, o de cualquier otra serie histórica).

Si en los setentas y ochentas se pensaba que las radios libres, por ejemplo, eran una salvación con las cuales se podía contrarrestar la cultura de masas, hoy podemos ir desechando esas ideas. Los medios se depositan en pocas manos; o al menos eso parece ser lo que significa la nueva ley, y como siempre, como ha pasado otras veces, las autoridades doblan las manitas porque en el hecho de doblarlas satisfacen a sus propios intereses. ¿Nos representan?

No pregunta usted dónde quedó la bamba, ni la marimba chiapaneca, ni la música yucateca, ni si alguna vez existió la música tarasca. No pregunte usted si podemos aportar algo a esta globalización en la que estamos enfrascados. Todo está hecho para que nos olvidemos de nuestras raíces y aceptemos el destino manifiesto liberal de ser mano de obra barata, consumidor de información policiaca y melodramas insulsos. Antes se nos consideraba como un público de doce años, ahora yo creo que no llegamos a siete. Hasta la discusión política ha dejado de ser ideológica. Nos divertimos con el pastelazo, nada más que ahora se nos da en el rin familiar.

Déjalo ser, dice la canción, déjalos ser, se repite. Hay que darle manga ancha al mundo de los negocios, la noción de moral y ética no se aplica en estos campos; si el tiempo es dinero, el espacio también puede convertirse en lo mismo. Lo que importa es cuando produzca monetariamente el tiempo y el espacio, lo demás no es de la incumbencia de los medios, que son negocio y nada más. Cultura y educación no incumbe al medio, y por lo visto, tampoco incumbe al poder legislativo de la nación. Déjalos ser; después de todo, entre más información tienes, más conciencia tienes y entre más conciencia tienes, más infeliz te vuelves y entre más infeliz te vuelves, más sufres. Es preferible la ignorancia. No saber quién fue Elizondo porque no le vas a entender a sus novelas. Pero a las imbecilidades de la tigresa a todas las entiendes.

Agárrenos Dios confesados.

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