Según lo que nos ofrecen los medios de comunicación masivas podemos notar que en el mundo se ha generado una falta de creatividad. Si se piensa en una cultura globalizada, ni siquiera el Internet refleja una multiplicidad de opciones, por el contrario, sólo sirve para darte cuenta de que no existe mucha tela de dónde cortar.
Los programas se ponen de moda y los programas nacionales de televisión, algunos, los que supuestamente producen el rating, son ideas de otros países y esas ideas muchas veces no van con nuestra idiosincrasia, o no iban; pero resultan productivos porque explotan lo único que en estos tiempos se piensa es posible explotar, el morbo; o si no es el morbo, el falso altruismo de los sueños que no se cumplen pero que sirven para que otros generen ganancias en sus empresas. Tú sufres y yo cobro por lo que sufres tú.
¿Cuántos sueños se cantan o bailan y cuántos en realidad se resuelven? Yo preguntaría si moralmente es válida la explotación de la necesidad humana. Si la necesidad humana se resolviera, estoy de acuerdo; pero si se deja de resolver (sólo uno gana) es ahí donde el tinte melodramático no me funciona.
Si esos fueran uno de tantos programas, pero para que resulte negocio el negocio no hay que dejar muchas otras opciones. La competencia pone un programa igual. Si me resulta vender hamburguesas el de enfrente se pone a venderlas también. Supuestamente los mercados se reparten o se comparten, se dice que eso es lo que al público le gusta y que su único afán es el de divertir ¿haciendo llorar? Y que no es válido se les apunte con el dedo porque ellos no tienen ninguna obligación de educar a nadie ni de cultivar gusto por ninguna especie.
Los medios acabaron en esto y los culpables no son sólo ellos sino lo somos todos. Tan sencillo que es dejarse llevar. Se ha visto en nuestro Poder Legislativo que trae entre manos una ley de Radio y Televisión que no acaba de convencer a nadie y al servicio de los dueños de los medios en contra de cien millones de personas que una vez más, como ha sucedido otras tantas veces, verá fortalecido un sistema poco comprometido con la superación de las temáticas que nos presenta.
Nacionalmente se pierde la posibilidad de rescatar todo lo que nuestro acervo cultural representa: en el baile y la música, por ejemplo, con tanta variedad de regiones, sí mucho, las nuevas generaciones sólo conocen lo de Jalisco porque lo que se baila es lo moderno, lo mismo lo que se canta, aunque la calidad esté muy por debajo de lo que se bailaba antes y lo que se cantaba antes.
Ideas que partieran de nuestra propia idiosincrasia podría haber muchas; pero, para ser modernos, hay que olvidarnos de lo que podemos generar nosotros para adquirir aquellos productos que se gestan en Europa o Estados Unidos, decadentes, donde ya ni siquiera importa la intimidad desde el momento mismo que es televisable el cambio de parejas o la hora del baño, o el cuando te acuestas con la esposa o la amante.
¡Qué lástima que en este mundo no haya ideas más gratificantes! ¡Qué lástima que nuestra cultura no produzca productos de mejor calidad y que nos convenzamos de que no sea posible producirlos! Digo que qué lástima todo eso porque en la antigüedad con mucho menos hicieron más.
Pero la modernidad hay que presumirla. Esto es la modernidad, la cultura del soma. La mala música, el pasito duranguense, el equipo perdedor de futbol, el barro colombiano, la amenaza de los narcóticos, la falta de oportunidades, la cultura light que intenta olvidar una herencia de siglos porque no quiere sentir la responsabilidad que tiene en las manos de continuarla.
Nada vale la queja porque es preferible estar callados y dejar que los demás sigan decidiendo sobre nuestro futuro. Éste es el gran fallo de las democracias; un circo de payasos que no convence a nadie y que son capaces de llevarnos a extremos de hambre y de pobreza material y cultural por fines mesquinos que ni siquiera ellos mismos logran.
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