Ya comenzaron los festejos del Centenario de nuestra ciudad. Más que la emoción salida del pecho nos hace falta la reflexión. En cien años, esta ciudad ha hecho mucho; las historias de los hombres se inscribe en las piedras que sobreviven y en algunas otras que simplemente han desaparecido aunque permanezcan en la memoria de algunos cuantos.
Este tipo de ocasiones son propicias para que se suscite la polémica de quien realmente construye la historia, en este caso las ciudades; si son los héroes o los inversionistas, o los directores o si son los empleados, los soldados, el pueblo. Mi pregunta sería, ¿pueden existir los unos sin los otros? ¿Pueden suplantar los unos a los otros? Si no lo han hecho hasta ahora, dudo mucho que esto pueda suceder.
La historia se hace entre todos; algunos sobresalen por algunas circunstancias, otros permanecen en el anonimato. Como el reconocimiento es cuestión de hombres involucrados en ciertas circunstancias, a veces, por esto, se tardan las cosas en reconocer; o se exagera o se minimiza. Las obras son las que permanecen, están aquí hablándonos todos los días de un trabajo constante y conjunto que ha hecho de esta ciudad lo que es; al mismo tiempo nos grita lo que a esta ciudad le hace falta para seguir siendo, puesto que las carencias se subrayan cuando aparece la magnificencia de una nueva obra que nos dice que el tiempo no se detiene y que el espacio puede transformarse.
Con la inauguración del Museo Arocena puede simplificarse lo anterior. Ahora, alrededor del museo falta algo; volvemos a pensar si el primer cuadro de la ciudad no puede correr mejor suerte, si no somos capaces de intervenir para que esto suceda.
En tales circunstancias hay dos tipos de pensamientos, dejar la responsabilidad a las autoridades o intervenir para que las cosas se hagan. En el segundo aspecto, se puede tomar la actitud de ser meros críticos o desarrollar acciones para la realización de las cosas.
El alma de las ciudades está llena de la iniciativa de las personas. A alguien se le ocurre la existencia de algo y contribuye a la existencia del todo. Desde el principio, nada más por mencionar a alguien, sin la idea de Zuloaga de que aquí podría existir un emporio agrícola la ciudad no existiría, sin la idea de Eppen de que aquí podría existir una estación de ferrocarril la ciudad no existiría. Tal vez sin la iniciativa de los hombres que construyeron las primeras fábricas tampoco la ciudad existiría, como tampoco podría haber existido sin todos aquéllos que se arriesgaron a venir a buscar fuentes de trabajo en esta región cuando no era nada.
La ciudad existe cuando hay alguien que trabaja para que algo se realice. Por el otro lado, la ciudad corre el peligro de deteriorarse cuando tales personas dejan de existir y son suplantadas por aquéllas que sólo buscan el beneficio personal poniendo en peligro lo que la comunidad construye.
Son los egoísmos personales los que se aferran al propio beneficio sin querer pactar entre ellos y las comunidades los que destruyen el trabajo de los demás. Es la incapacidad de poner un orden lo que deteriora lo edificado. Al centro lo que le falta es un orden y un pacto; obviamente que no puede haberlo cuando se quiere hacer prevalecer el interés de una parte en contra de los intereses del todo. ¿Por qué no se ha podido pactar con las personas involucradas en el desorden del centro, el comercio ambulante?; ¿por qué no se ha podido pactar con el transporte público? No lo sé. Se hace necesario para que la ciudad recupere algo de su importancia pasada; o conformarnos con su estado actual, al cabo que en oriente se erigen nuevos núcleos comerciales.
Reflexión sobre la ciudad y los hombres que van llenando de orgullo el hecho de pertenecer a ella. Desde esta columna vaya mi felicitación a Ricardo Herrera Guerrero quien acaba de imponer cinco récords en Irlanda en competencias de natación de muchachos con Síndrome de Down y al Dr. Sergio Corona también se le felicita por el merecido homenaje que le hace la Presidencia Municipal por su trabajo como historiador.
Una ciudad se hace con estos pequeños esfuerzos.
