El País
MADRID, ESPAÑA.- Hay mitos solemnes que surgen por la forja de siglos y otros más cercanos que nacen en una playa. Hawai, mayo de 1977. Lucas y Spielberg, en bermudas, protegen del mar un castillo de arena.
Lucas, que se ha unido a su amigo para evitar el estreno de La Guerra de las Galaxias, respira aliviado al enterarse por teléfono de que su tercera película, en un día, ha recaudado un millón de dólares (costó 13). Así que aquella mañana está de buen humor, y no para de soltar proyectos. Spielberg, rastrillo en mano, le dice que suspira por dirigir una de James Bond, pero Lucas le corta: ?tengo algo mejor?. Y es que en su mente, desde los 25 años, se cocinaba a fuego lento el esqueleto de Indiana.
?Quería filmar dos aventuras, una galáctica, inspirada en Flash Gordon, y otra sobre un arqueólogo?. Una vez transitada la primera aventura, la segunda, basada en seriales televisivos que alumbraron sus sábados de infancia, ocupó sus ganas.
Y ahora, emocionado, le cuenta a Spielberg la historia de un arqueólogo ligón, bebedor, millonario y cínico que busca piezas antiguas por el ancho mundo. Un cruce entre el espíritu de Tintín, la dureza de Charlon Heston, la levedad burlona de Errol Flynn y la sobriedad oscura de Humphrey Bogart en El tesoro de Sierra Madre.
Ya lo tenía hablado con Philip Kauffman, que le había regalado la idea del arca que guardaba los diez mandamientos de Moisés. A Spielberg lo de Moises le tiró mucho, y entre los dos, esa mañana, perfilaron el bosquejo del arqueólogo más famoso del mundo.
Hollywood, enero de 1980
Spielberg tenía frío, y no por el invierno, que nunca es crudo en Sunset Boulevard. Su filme 1941, estrenado en diciembre, estaba siendo un fracaso total (y sacó conclusiones: nunca volvió a hacer una comedia ni abordaría más el sexo, que aquí compone una hilarate parodia).
Así que, sin dudarlo, aceptó la propuesta de Lucas, que había terminado de rodar El imperio contraataca. Con el título de Raiders of the Lost Ark (o ?saqueadores del arca perdida?, más contundente que la proustiana traducción española), dirigiría la historia del arqueólogo, cuyo frenético guión (?Indiana debe sufrir peligro de muerte cada diez minutos?, dijo Lucas) ya estaba escrito (cinco versiones) por Lawrence Kasdan.
Ya tenían el nombre, Indiana, como el perro de Lucas (que también le inspiró para idear a Chewbacca). Del anodino Smith se había pasado al sonoro Jones. Y el rico playboy juerguista había tornado en profe universitario middle class con gafitas, que casi no piensa en chicas y que, en un guiño al Clark Kent de Superman (estrenada dos años antes), se transforma en el antihéroe retro de ropa más polvorienta (cazadora arrugada, sombrero fedora y látigo de piel de canguro) desde que Hollywood dejó de ser clásico.
Los Ángeles, abril de 1980
Se pensó en Jeff Bridges, Peter Coyote o Tom Selleck, pero a tres semanas del rodaje Indy no aparecía. La mente de genios en sintonía es lo que tiene, que son telepáticas: una noche, Spielberg llamó a Lucas. ?Ya sé quién es Indiana. Lo hemos tenido delante todo el tiempo?. Y Lucas atajó: ?Lo sé. Es Harrison Ford?. Feliz coincidencia.
Tras sopesarlo, a Lucas no le importó que Ford, bajo su batuta, fuera a componer dos de los iconos fundamentales del Siglo XX: el Dr. Jones y Han Solo. El actor accedió, tras conocer al director jugando al pinball con él toda una tarde en su casa, donde fue con su novia Melissa Mathison, futura guionista de E.T. Y al conocer al brillante equipo, firmó sin dudarlo por tres títulos de la saga.
Todo estaba preparado. Ford aprovechó los últimos días para empollar la época nazi y leer algo sobre arqueología, además de entrenar duro con el largo látigo en casa. Rodarían rápido (73 días), con poco dinero (aunque al final ascendió a 20 millones de dólares), sin repetir más planos de los necesarios e improvisando cuando saltara el ingenio o la realidad pintara dificultades. Como en los antiguos seriales con olor años 40.
Elstree, Londres, junio de 1980
La aventura es escenario (selva, mar, desierto, incendios, huracanes) y para lograrlo rodó en Francia, Perú, Túnez, Hawaii y California. Pero el grueso del rodaje transcurrió en los enormes estudios Elstree, donde su amigo Kubrick seguía rodando y rodando El Resplandor.
El equipo tuvo que esperar a que el perfeccionista inglés finalizara (tarde), y luego, encima, su sensible hija Vivian demandó a Spielberg por aplastar algunas de las siete mil serpientes que inundaron el Pozo de las Almas que albergaba el arca, situada justo en el mismo lugar donde Jack Nicholson escribió su demencia a máquina en el desolado hotel Overlook. (Spielberg no volvió a hablarla en años, mientras Kubrick se moría de la risa).
Pero no sólo sufrió Vivian: en el estudio, donde se filmaron los interiores, Karen Allen, que hacía de Marion, la antigua novia de Indy, sufrió lo indecible por las serpientes y esqueletos que Spielberg le fue poniendo a cada trémulo paso que daba por aquellas catacumbas de cartón piedra. Quería eso: una mujer encallecida que le da a la ginebra y al chillido histérico; un héroe valiente y cínico que tropieza, se cae y se levanta, salva a la chica y a él le salva la suerte. Cercanía. Vulnerabilidad. Riesgo.
Lejos de Indy en espíritu, que no tiempo, quedarían el resto de héroes musculocas que marcaron los conservadores 80. Por eso, en parte, sufrieron tantos accidentes: incendios, picaduras, golpes... Aunque lo peor estaba por llegar.
Kairouan, Túnez, agosto de 1980
En ese horno desértico (45 ºC) iban a rodar seis semanas, pero a la cuarta se largaron: por una diarrea brutal de la que sólo se salvó Spielberg. ?¿Necesitáis que se vean las pirámides??, preguntó el productor Frank Marshall. ?¿No? Pues rodaremos en Túnez, que es más fácil?.
Y en Kairouan, apodada Little Cairo, simularon las excavaciones nazis en la capital egipcia. Antes que nada, al faltar 20 años para que se usaran los retoques digitales, quitaron ellos mismos las antenas de todas las azoteas, que en el 36 la televisión como que no existía.
Y en este paraje inhóspito es donde se lucieron los especialistas, pues allí se dan casi todas las escenas de efectos especiales en vivo. Ford contaba con tres de los mejores, y uno de ellos, Vic Amstrong, era clavadito al actor. ?Ford estaba tan loco que no me dejaba trabajar y se lanzaba a todo?, dijo.
Los Ángeles julio de 1981
Costó 20 millones de dólares y en 25 años ha recaudado 600, sin contar la dantesca estela de series televisivas, aventuras gráficas, juguetes y demás material publicitario. ¿El secreto del éxito? Talento y suerte.
Si en Tiburón (1974), Spielberg inventó el blockbuster veraniego, en la saga Indiana patenta la fórmula con la que convierte en oro (casi) todo lo que toca: un héroe grande, simpáticos villanos, un guión soberbio (Kasdan también firmó El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi), un montaje trepidante de Michael Kahn (su editor habitual), una fotografía entre antigua y realista del gran Douglas Slocombe y una música de John Williams que, con un puñadito de notas (tan-ta-tan-taaaan), ha hecho trotar a más de un millón de corazones.
En suma, estos dioses del Siglo XX aunaron como nunca inteligencia, emoción, entretenimiento puro, gotas gore y paladas de humor para todos. Tanto es así que el rey Midas diría años más tarde que En busca del arca perdida perdida es su único filme que sigue viendo con sus hijos, como espectador, como si no la hubiera levantado él mismo hace un cuarto de siglo.