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Estresante, la presión social hacia la mujer

La presión social femenina hacia las mujeres es constante, cultural y hasta histórica.

EL UNIVERSAL

MÉXICO, DF.- Ser mujer es estresante. Contar las calorías, sumir la panza, disimular la celulitis, demostrar inteligencia, aguantar los tacones, ser delgada, estar bien vestida, ganarle a las amigas, huir de la soltería, tener hijos antes de los 30? cumplir las más altas expectativas ¿de quién? De las otras mujeres.

La presión social femenina hacia las mujeres es constante, cultural y hasta histórica. Se arrastra desde niña y comienza por la madre: Tienes que realizar todo lo que yo no pude, explica Ana María Olabuenaga, publicista y creadora del concepto ?Soy totalmente Palacio?.

?Las mujeres viven para los demás y eso les genera estrés. Han sido educadas desde pequeñas para cumplir expectativas poco realistas que la sociedad les ha impuesto?, dijo Juan David González Sánchez, especialista en Estudios de Género de los Centros de Integración Juvenil durante el Congreso Internacional de las Adicciones celebrado recientemente, al mismo tiempo que explicaba que las mujeres están estigmatizadas por ellas mismas y la depresión y el estrés muchas veces las conduce a las adicciones.

El mensaje es sencillo: ?Tienes que ser perfecta? y aparece incluso en las azoteas de los edificios, en las que en grandes espectaculares se puede leer mensajes que revelan los más profundos sentimientos femeninos convertidos en publicidad: ?Antes muerta que sencilla?, ?Es más fácil conquistar a un hombre que a un espejo?, o ?Lo importante no es que me quede bien sino que ya me lo vieron?.

En pleno Periférico un espectacular exhibe a una mujer con piel de tela de sillón que les recuerda que la celulitis es indeseable, aunque la padezcan nueve de cada diez mujeres que lo observan.

No sólo eso, también tienen que satisfacer a sus compañeras de trabajo demostrando que son inteligentes y que consiguieron el empleo por su capacidad y no por sus atributos físicos, a sus madres que les piden ser las pagadoras de sus frustraciones, y conquistar las miradas de sus amigas, quienes juzgan y califican cruelmente los kilos de más.

Ana María Olabuenaga dice que su trabajo en la campaña para una tienda departamental solamente reflejó las exigencias de la sociedad y las convirtió en anuncio. ?No nos quieran echar la culpa a los publicistas de crear estereotipos de mujeres guapas, delgadas, envidiadas y exitosas, nosotros sólo hacemos publicidad?.

Sus mensajes fueron interpretados por muchos como el resultado de la competencia y debilidades del género.

¿En qué pensó para crear el concepto?, ella lo explica así: ?Las mujeres compran 85 por ciento de todo lo que se fabrica en el mundo, así que para realizar esta campaña partimos de las relaciones emocionales de las mujeres con las compras y con ello creamos un comercial?, dice.

Asegura que las mujeres se visten primero para el espejo, después para las otras mujeres y por último para ser agradable la vista masculina, así que utilizó ese patrón de conducta.

Mariana se confiesa parte de este patrón, así que cada vez que sale a una fiesta, una reunión con amigos o a cualquier otro evento, en el que haya presencia femenina siempre piensa: ?Tengo que ser la mejor de todas?.

El ritual comienza con la elección de la ropa: ?Esas botas no son lo suficientemente altas, aunque la faldita siempre atrae miraditas o qué tal unos jeans apretados o un sombrerito de lado muy sexy?.

El asunto es impactar, dice, aunque pocas mujeres reconocen que ni siquiera es a los hombres sino a las otras mujeres presentes. ?Creo que mientras más miradas femeninas acaparas e incluso de esas que parecen ?escanearte?, mejor te sentirás?.

Las mamás, las más exigentes

La obsesión por la perfección no necesariamente viene de la publicidad sino de la madre. ?Nada de lo que hagas como mujer cumplirá completamente con las expectativas que la madre tenía de ti?, asegura la publicista.

Mariana lo confirma: ?Mi mamá siempre se miraba al espejo, giraba el cuerpo y se torcía el cuello cuando miraba sus caderas, se acariciaba el cabello y decía: ¿qué bueno ser delgada, no? Desde aquel entonces yo me casé con la delgadez?, dice.

Pero la presión de las madres hacia las hijas es histórica. Para el sociólogo Roberto Bermúdez, profesor de la UNAM, es cuestión de culturas y también de niveles culturales. ?La lucha por la perfección se hereda de generación en generación y quien no la alcance será despreciado por el núcleo familiar?.

La competencia comienza entonces entre las madres y las hijas en casa, pero se alimenta al transcurrir los años con los mensajes que emiten los medios de comunicación a las mujeres, asegura el sociólogo.

Para Roberto Bermúdez los patrones de belleza sí son construidos por los medios de comunicación. ?Hay una presión por la belleza griega que dicta mujeres altas, de boca pequeña, ojos claros, nariz perfecta, delgadas, todos estereotipos construidos?.

Esto conduce a las mujeres al consumismo en la ropa, maquillaje y la cirugía estética, dice, son estereotipos muy subjetivos, pero la realidad es que ante las mujeres se convierten en un elemento vital que les baja la autoestima.

No es gratuito que tres por ciento de las mujeres padezca algún trastorno alimenticio y que un 90 por ciento de la población femenina se preocupe por el número de calorías que come diario.

?Así que mientras predomine el libre mercado, la influencia de los medios seguirá siendo determinante para que las mujeres vivan presas de estereotipos pues están bombardeadas de mensajes que las orillan a exigirse la perfección, el problema es que al no lograrlo se sienten mal y caen en depresiones?, asegura.

Para el sociólogo la competencia femenina y la crítica constantes generan un estado de presión impresionante sobre este género, tanto, que ellas hoy en día creen valer por su apariencia y dejan atrás sus éxitos y logros profesionales.

Mientras sigan pensando que sus logros están ligados a su apariencia no podrá haber un cambio en las futuras generaciones pues es un patrón de comportamiento que se hereda entre el mismo género de generación en generación, concluye.

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