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Expulsión a destiempo “...o matamos las vóboras”

Raúl Muñoz de León

Sabia expresión de la filosofía práctica de nuestra gente campirana enseña que “administramos el rancho o matamos las víboras”, la cual significa que o se sacan las tareas prioritarias y urgentes para lograr la cosecha o se sale de cacería para acabar con bichos y alimañas que entorpecen la labor y obstaculizan que se alcance el objetivo deseado.

La anterior metáfora puede servir de manera conveniente y oportuna para comprender la nada envidiable situación, ya de por sí difícil, que enfrenta en estos momentos el Partido Revolucionario Institucional.

Con motivo de las declaraciones que pública y abiertamente hicieron algunos de sus miembros prominentes, en el sentido de apoyar a otros candidatos diferentes al de su partido, los dirigentes de este organismo político por recomendación de su propio candidato presidencial, tomaron la decisión, creemos que precipitada, de iniciar el proceso de expulsión de quienes incurrieron en críticas y descalificaciones en contra del partido de su militancia y del que han sido por muchos años beneficiarios porque les dio oportunidad, a lo mejor hasta inmerecida, de acceder a espacios de representación política y ocupar cargos dentro de la Administración pública nacional y estatal, en sus respectivas entidades, y quienes además manifestaron con toda claridad que su candidato no tiene posibilidades reales de ganar la elección y que votar por él sería un voto desperdiciado.

Lo conveniente, dijeron, es sufragar por el único que puede impedir que la derecha panista continúe en Los Pinos, haciendo una recomendación a los militantes priistas para que definan sus preferencias electorales a favor del candidato de la llamada izquierda, que ciertamente no es tal, pues la auténtica izquierda como doctrina y como postura política nada tiene que ver con la demagogia populista. Esto último lo decimos nosotros.

Deslealtad y traición son los adjetivos con los que calificaron los órganos de dirección del PRI a los que se manifestaron con ánimo disidente y en aplicación extralógica de lo que establecen sus estatutos, se fueron por la vía aparentemente más fácil: la expulsión, argumentando sus voceros que “el Partido no puede tolerar dentro de sus filas a los que no coinciden con sus postulados ni con la postulación de quien es su abanderado en esta contienda electoral”.

Lamentable error, desde nuestro punto de vista. Tal procedimiento podría haberse implementado en condiciones y circunstancias completamente diferentes a las que hoy vive el Revolucionario Institucional. Nunca como ahora, ni siquiera en 2000, había vivido el PRI un ambiente político-electoral tan adverso, difícil y complicado; este es un momento especialmente estratégico cuando lo que necesita es sumar y multiplicar, poniendo en práctica la política de diálogo, de negociación, del acercamiento, del acuerdo. No es restando como va a lograr la unidad que requiere para alcanzar un triunfo que se ve muy lejano, porque los que se fueron o quieren irse, porque los que sean expulsados no se van solos, se llevan con ellos a grupos de interés más o menos importantes que dirigen o con los que se identifican. A menos que la consigna sea: “pocos pero unidos, aunque no ganemos”. Si tal fuera, estaríamos en presencia de un suicidio político anunciado.

Inmerso en un proceso electoral nada favorecedor, con disidentes y críticos en todas las regiones del país, desde gobernadores, senadores y diputados federales y locales, hasta presidentes municipales y militantes comunes, el objetivo principal del PRI debiera ser el de vigorizar una campaña que no levantó para cerrarla con tal fuerza, eficacia y penetración social que le permita ganar la confianza y a través de ésta el voto ciudadano que lo lleve a recuperar la Presidencia de la República; sin embargo, inexplicablemente opta por ventilar un expediente expulsatorio que de ninguna manera le beneficia. No están los tiempos para “quemar la pólvora en diablitos”.

Los que saben de estas cosas dicen que en política el mejor golpe es el que se da en el momento preciso; “grilla que no tumba, fortalece”; que en política hay momentos idóneos para hacer las cosas y éste ciertamente, no es el momento más apropiado para que los órganos partidistas encargados de velar por el respeto y la lealtad estatutaria pretendan echar a los que critican y disienten.

¿Traición, deslealtad? Tal vez. Lo que sí hubo y hay en los críticos y disidentes es oportunismo y un chocante pragmatismo electorero para seguir beneficiándose del presupuesto desde otra trinchera aunque renieguen de su origen, porque digámoslo sin eufemismos, no son principios, ni convicciones, ni ideologías sus motivaciones, sino intereses, posiciones y conveniencias.

De cualquier manera, obrando prudentemente y con atingencia política, el partido priista pudo haberse esperado a un momento más propicio para decretar expulsiones y del cual pudiera obtener ganancia para su causa. Ahora sólo se desgasta, se distrae y ...se reduce. O hace campaña o castiga a los desleales. Y entonces, “por matar las víboras deja de administrar el rancho”. Digo.

r_munozdeleon@yahoo.com.mx

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