Se jugó una edición más del llamado ?Clásico de Clásicos? entre Guadalajara y América y el resultado, al margen del marcador, fue francamente decepcionante.
Generalmente, cuando el despliegue publicitario es exagerado, el pique se exacerba con apuestas simplonas y la rivalidad se circunscribe a lo que externen personajes de dudosa actualidad quiere decir que el producto final, un juego de futbol, padece anemia.
Que un clásico quede a deber no es privativo de nuestro futbol, que va, es frecuente que los partidos emblemáticos en Argentina, España, Inglaterra e Italia resulten verdaderos petardos o aburridos esperpentos donde el real perdedor es el público asistente al estadio y los millones que lo ven por televisión.
Lo visto en el Estadio Jalisco el domingo pasado fue como un beso volado, una cuba sin ron, un pleito sin reconciliación, una fumada sin golpe, un baile despegado o, como dice la canción, una lámpara sin luz; simplemente faltó pasión dentro del terreno de juego y eso se refleja en el respetable que vio ganar a Chivas o perder al América, según la óptica, pero se quedó con hambre.
Hambre de emociones, de ver jugadas espectaculares, de llegada a ambas porterías, de barridas, entradas duras, de pique, garra, deseo de ganar o vender cara la derrota, y tristemente, nada de eso pasó.
Quizá el Guadalajara estuvo más conectado y entendió mejor que en el clásico lo importante es ganar, sobre todo después de seis años de no hacerlo en el Estadio Jalisco, pero aún con la victoria y los tres puntos en el morral, los pupilos de Hans Westerhoff saben que pudieron hacer más.
La otra mitad, es decir, los millones de aficionados de las Águilas se deben preguntar cómo es posible que Manuel Lapuente y su muñeco de ventrílocuo puedan regalar un primer tiempo sin Cuauhtémoc Blanco y ?El Piojo? López, quienes, si no están para jugar, no deberían ni salir al banco de suplentes.
Pero así fue y Chivas agradeció el obsequio siendo mejor que el rival y procurando poner un poco más de estamina que su famélico rival. Miguel Zepeda fue el mejor ejemplo de la ausencia de agallas con que América enfrentó el gran partido.
Para la segunda mitad ingresaron los ausentes pero la carencia de un liderazgo desde la banca se notó en el rectángulo de juego; los azulcremas no saben a qué juegan, son despistados, indolentes y faltos de puntería, y así es muy fácil perder no sólo un clásico sino cualquier tipo de partido.
El encuentro resultó tan plano, desabrido y aburrido que ni siquiera el silbante Germán Arredondo aportó algún elemento para la polémica. Sólo el amague de Gonzalo Pineda para sacar del arco a Memo Ochoa y horadar las redes millonetas lograron levantar al público de sus asientos y sentir que no habían sido estafados por el pobre espectáculo ofrecido.
Por esta vez, aquellos que hablan de un clásico devaluado se salieron con la suya.
Del otro lado del Atlántico, tuvo lugar el enésimo incidente de intolerancia racial en un estadio de futbol; ahora fue la ?Romareda? de Zaragoza donde un sector del público se dedicó a chillar como monos cada vez que Samuel Eto?o entraba en contacto con la pelota.
El racismo ha sido una mácula en los últimos tiempos en el futbol europeo, particularmente el español, y aunque la Federación Internacional de Futbol Asociacion ha declarado una cruzada para eliminar este flagelo, la verdad es que poco se ha logrado avanzar.
Actitudes como la del jugador camerunés al intentar abandonar la cancha, señalando incluso la piel morena de uno de sus rivales, puede ser una buena medicina. Si el público quiere insultar en vez de disfrutar a una figura del futbol por su color de piel, que se quede aullando solo.
La otra solución sería suspender los juegos. Hay que parar esta insultante forma de intolerancia que amenaza con tener adeptos en otras latitudes, incluyendo a México.
PD.- Mando un respetuoso y solidario saludo a los familiares de los mineros muertos en el querido estado de Coahuila.